viernes, 31 de julio de 2015

Errante



Es errante el que ha vivido de adherencias que se pegan al cuerpo como una escafandra. Es errante el que huele a desarraigo y no posee nada que no sea la materia de la que proviene. Este es el gran misterio del hombre: la dualidad. Parece que el mundo es, antes que nada, un extraño escaparate a través del cual miramos y nos exhibimos. Es asombroso contemplar, como sufrimos un desdoblamiento total cuando observamos a la madre tierra. Se supone que formamos parte de lo mismo, que somos seres integrales, pero con el tiempo y al nacer, no acumulamos otra cosa que desprendimientos. La vida se vuelve una suerte de cosa ajena, la tierra se explica en congresos y conferencias. La naturaleza se televisa y aparece por internet. 
El hombre se aparta.
  Somos lo mismo, pero la pertenencia es sólo una cosa material ante nuestras decisiones. Se nos dio todo, y nos hemos quedado con sólo unas cosas, probablemente las peores. Yo soy otro testigo más de mi propia lejanía. Soy otro estúpido más que interrumpió el funcionamiento del mundo en algún lugar de su biografía que no alcanza a ver. Soy otro huésped de hotel y parador que una noche no entendió por qué la lluvia lo mojaba. Aquel urbanita con sed de protección e higiene.
 No puedo culparme, al igual que nadie puede hacerlo. Todos hemos, de alguna manera, evidenciado el cambio al nacer, hemos sido testigos de cómo el tiempo nos llena de adherencias que paradójicamente no tienen nada que ver con la tierra que pisamos. Probablemente la intensidad del dolor bajaría si el tacto impusiera su ley, y si supiéramos, que nunca vinimos realmente para alejarnos. Todo movimiento que hubo entonces no fue, como pensamos al principio, para llegar al mundo y mostrar nuestro cuerpo e inteligencia. Aquél inmenso mar no había sido el del náufrago que sueña con llegar a tierra, sino la cuna y lecho de nuestro ser. Es tan sencillo como eso. Conmoverse por el mundo, por cada pequeña cosa, sería el día a día de todos si comprendiéramos ésto. No harían falta las adornadas funciones de cine, ni habría que ser un gran actor teatral. Y es que aquel vagar de un lado al otro en el fondo ha sido, para muchos, la consumación de su propio afuera. Un afuera que hiere mucho más que la muerte, porque se produce mucho antes de que ésta realmente llegue.
A pesar, sin embargo, de estas palabras, el optimismo adquiere conciencia como una adherencia que se acerca al mundo para abrirse a él. Siento que es todo lo que hay que hacer. 
¿Buscar? 
Qué se puede buscar que no sea más que abrir los ojos en la dirección adecuada. Para muchos esto no sabrá a más que a pan para hoy y hambre para mañana. Para otros, la hambruna emocional es la mejor de las dietas. Yo no soy quién para decir qué hacer y hacia dónde marchar. Pero tengo algo claro. Cuando me he sentido errar y vagar a doquier, cuando el desamor se ha apoderado de mí, solo he podido decirme una cosa: 
querido amigo no puedes apartarte por mucho que quieras, 
porque tú provienes te este fluir, 
provienes y formas parte de esta vida…


domingo, 5 de julio de 2015

aforISMOs

altruISmO

Deja ya de ser altruista, hermano, deja ya de hacerte daño... deja de hacer daño a 'tus' elegidos. 
El altruismo es una forma muy sutil de egoísmo de la que se disfraza el ignorante para dejar de ser ignorado.


PAZyfismo

Y tú, hermano pacifista... 
cuantos como tú hacen falta para perpetuar el TERRORismo?
Date paz... déjanos en paz con la guerra
Camina con tu guerra hacia aquel otro planeta que se está extinguiendo 


DUALismo

Dualista, cállate... no te muevas, suelta, déjate llevar...
dentro de ti emerge una película
dentro de mi emerge otra película
Los humanos la hemos titulado: el mundo

Es curioso dualista... 
sabes que tú película y la mía no son la misma
sin embargo, cuando abres la boca te atreves a hablar como si supieras de qué trata mi película
cállate dualista... quédate ahí, quieto... suelta... disfruta de tu película 
yo ya disfruto de la mía, aún sin tu permiso


Habitantes del espejo-mundo

Si supieras que todo lo que aparece en tu pantalla lo estás creando tu misma; tu mismo
Cuando te das cuenta de eso, el espejo-mundo se vuelve revelador
Cada uno de los personajes pasan a ser creación propia, un maestro que da coherencia a nuestra original película
Nada ahí, afuera, es banal ni gratuito; nada.
Lo aparentemente superfluo cobra protagonismo. La cámara se detiene en las pequeñas cosas, en las sutiles emociones, extrayendo primeros planos de ellas, notas singulares en la gran orquesta que danza al compás del movimiento de una mano; tu mano 
La batuta ha estado ahí siempre, inmóvil quizás; o eso crees ahora. Pero lo cierto es que lleva oscilando mucho antes de que abrieras los ojos

Y sigue bailando
Y sigue observando la mano que se mueve y dirige sin que tú hagas nada
Y sigue viviendo
Y sigue latiendo
Y sigue, sigue... sigue siguiendo


domingo, 28 de junio de 2015

La larga luz y la lluvia




Quizá haya llegado brotando hasta aquí desde Moratalla. Con el mismo rumor que agujerea los tímpanos delicadamente. Quizá haya perfumado todo de azahar y primavera. Que se haya sobrepasado el límite estacional. Quizá haya envuelto la rudeza del cerramiento del edificio del garaje junto al balcón, de hiedra y jazmín. No lo sé. Pero la luz se ha alargado hasta aquí. 
La ciudad puede vestirse como quiera, y muy probablemente permanecerá con la misma cara boba durante un buen tiempo, pero nuestros ojos pueden cerrarse y llenarse de imaginación. Toda la luz de la lluvia, aunque parezca que no exista, brinda al hombre un sueño: mojarse de sol. Esperar a protagonizar algo imposible, inalcanzable. 
La ciudad no es un volumen acabado, ni siquiera podría serlo por mucho que nos empeñáramos. La lluvia, tan sólo la lluvia la cambia. Y eso habla de la hermosa vulnerabilidad de la ciudad. 
Recorrer la espera de lo acabado, sugerir la limpieza, esperar de rodillas la higiene es, sencillamente, una utopía inapropiada. Hay que saber esperar el cambio como un refugio estable, a pesar de lo que digan. Hoy la lluvia cae, moja la sequedad de los geranios muertos tras el periodo estival, y brinda a su marrón quemado, la posibilidad instantánea de una vida. Hasta lo muerto y lo perdido, tienen una nueva oportunidad -en el instante de la lluvia-, para resucitar. Esa es también nuestra prolongación, porque somos todos esos geranios debilitados al sol y arrugados por la lluvia. Nos movemos como ellos, según las estaciones. Y podemos brillar cuando parece que todo puede estar perdido. 
Si la lluvia es capaz de congelar a la muerte, retarla y sacudirla. Si la lluvia es capaz de hacer que broten palabras y poesías de los asfaltos y los contenedores de la basura, imaginaos que podría llegar a hacer con nosotros. Todo depende de la prolongación, de la prolongación de la luz interna. La que pude ver en Moratalla en una amanecer de exceso y abundancia, la que manipuló las retinas obligando a cerrar los párpados por su intensidad. Aquella luz que hoy era lluvia. Aquella luz que hoy era sonido y vida en el balcón, es una prolongación de nuestro cuerpo. Tan desnudo como la lluvia misma que cuando cae, ni señala ni acusa, ni acumula maletas, gafas o sombreros. Que no se aferra a aguantarse en las nubes, peleando e insultando su propuesta de caída. Que no se subleva por la búsqueda de la máscara o el disfraz por no verse bella al desprenderse. Que se sublima a la piel arrugada y envejecida que la cubre, sin dejar de sentirse joven y astuta. 
Así es la luz que se prolonga: la libertad del desnudo imaginario del hombre. Tan libre como estar en todos sitios sin estarlo, como estar aquí estando allí. Planeando en la lluvia, en la prolongación de la luz, que rebasando el umbral del balcón, y tras la invitación del jazmín, se cuela o ya estaba, 
quizá ya estaba, 
en el interior del alma…

Cazador de instantes


¿Quién no desearía detener un instante, instaurarlo en el cielo perennemente, sortear cada caída que lo perturbara? 
¿Quién no esperaría que todo se detuviera ahí, sin temor al mañana, al porvenir, a las picaduras de abejas?
¿Hay alguien ahí fuera que ha olvidado su tiempo y su paso? 
¿Todos? 
¿Queda alguno que no lo haya hecho?
No me repito, ni pretendo hacerlo, aunque me equivoque. 
A tientas he llegado hasta aquí, y a duras penas rebaso la altura de la barbilla con la que los ojos abiertos como lunas, ven a ese instante herido ahí fuera. 
Se han perdido, se han olvidado, no queda apenas nada que diga ya qué son y de qué manera se dan. Queda sólo el tiempo borrado y borracho de lo material, del consumo de estupefacientes.
¿Habrá otra suerte, habrá otra herida que hiera más profundo pero sea más auténtica?
Espero que sí. 
Un instante de dolor verdadero, grave, veraz hasta la sangre. 
Cuando sea la lástima como las uñas que arañan, creeré entonces en ella. 
Hasta ese momento de tiempo desgajado, el instante no será otra cosa que la leche de los burros: holgazanes que no se atreven ni a decir ni aplaudir.
Querido instante he salido a cazarte, a verme envuelto en tu carne de letras silenciosas, pero sujeto a leyes amargas de esta cretina realidad, te he perdido.
¿Me esperarás? 
¿Podrás olvidar todo el daño que te hice al no sentirte cerca?
Cada cual que sucumba a su tiempo: el que lo quiera que lo ame aprisa,
 el que lo rechace que corra para no ser aplastado.
El cazador ahora duerme, quizá, haya muerto, pero su desaliento todavía compone las pisadas que
otros soñadores menos inútiles ya adivinan y ven
más lentos,

con más calma…

domingo, 17 de mayo de 2015

INstante

Instante a instante, recomenzar de nuevo
una y otra vez
una y otra vez...
instalados en ese Espacio infinitesimal indivisible, inefable.
¿Podemos vivir desde esa inmensidad habitada?
¿Se puede ser... latido?
latido,
latido...

En ese Espacio del yo suspendido, 
ingrávido, detonado... 
somos la Luz permanente y eterna, 
sin referencias ni promesas.

En Él, entramos y salimos casi sin darnos cuenta.
A Él, luchamos por aferrarnos, 
le ponemos trampas para apresarlo, 
no podemos atraparlo, 
sumergir nuestros cuerpos en su abismo...
para siempre
para siempre

Es justo así, 
en ese preciso instante posesivo, 
es justo ahí,
cuando somos expulsados del Paraíso, 
llevándonos la impronta, quizás, 
de su existencia latente, silenciosa, etérea...

Llegado el instante, nos envuelve... 
un sabor a agua clara
que no cesa en su corriente.

Dejamos ir el pensar,
suelto,
sin esperar que dure,
allá donde nos lleve...
el mar

Ese Espacio de viva quietud
nos toma por dentro, 
casi desprevenidos 

Ese Espacio es...
este espacio;
este precioso instante, 
un lugar irrepetible
que nos habita...
sin anunciarse


martes, 5 de mayo de 2015

INercias

Saber quién soy... ¿Para qué? ¿Para quién?
Saber, saber... saber
¿Y si prefiero seguir ignorando?
¿Y si por fin acepto que la ignorancia de mi propio ser es la esencia misma de haber venido, de hacer el viaje?

Vivir persiguiendo eternamente al más absoluto vacío, 
a la existencia incuestionable de un latido único del que soy latido.
Y sentir el vacío del latido, mi propio latido, el único
Y ser habitado como latido que ya no es mío
Y ser llevado en cuerpos que no tienen dueño
Y ser... sencilla-mente ser, mirando en los espejos del mundo, sin reflejarme:

Ser no siendo, 
Ser no sabiendo;
Saber que soy no siendo... 
Saber quién no soy; siendo


jueves, 30 de abril de 2015

Derecho a la insignificancia



No tengo significado ni gloria. No he venido a buscar el éxito y el aplauso. Tan sólo espero pasar desapercibido. Me niego a pensar que la vida se nos has dado para gobernar el mundo. Soy consciente de mis defectos, de mis deficiencias, de mis estados de letargo y penumbra. Pero no me importa que las sombras hagan su aparición cuando así deciden hacerlo. Estoy harto de la plenitud, estoy cansado de la trascendencia. Esquivo el podio y me rio de los vencedores. Mi historia es sencillamente insignificante.
Qué estúpido soy, pensaréis. Bueno, puede que un poco. Pero el caso es que ya no importa que puedan leer de mi libro o que critica hagan. Desde hace algún tiempo he decidido batirme a solas, con los rincones más insignificantes del mundo. Me he descuidado en los concursos, me he despistado ante las revistas de impacto, he perdido escenarios y congresos. Puede ser que haya levitado en la cama más de lo aconsejado, y que el espacio de los sueños mordiera, más de un día, a la mañana. Es posible que no vista con chaqueta ni presuma de chalé en la playa, y que todavía siga embebido a mi Tesis doctoral después de tantos años. No olvido que tampoco presumo de nómina y que no puedo invitar a cenar fuera en restaurante de cinco estrellas. Esto es cierto. No lo puedo negar. 
Sin embargo, no me preocupa. Y esto es complicado de decir, porque ya existe una sociedad ahí fuera, que se encarga de recordarte “modélicamente” qué es lo que debes hacer para adquirir un estatus. El sistema necesita darte un “significado”. Un significado profesional, ético, cultural, productivo: qué leches! Hasta se permite cómo decirte a quién has de amar y cómo hacerlo. Todo está envuelto en un significado, en una nomenclatura, número o nominalismo.
Yo no puedo conceder un segundo más a la estrechez de ese recorrido. Estoy harto. He luchado por la insignificancia en esta última etapa de mi vida. Y casi lo he hecho sin darme cuenta. Sin prever la revolución interna que toda esta aparente holgazanería conllevaría con los años. Ahora me doy cuenta. No tengo nada de lo arriba, eso es verdad. Pero afortunadamente no me hace falta. Soy consciente de mis renuncias y las elecciones que me han conducido a escribir estas palabras, y os diré una cosa: no hay nada como haber sido despojado de todo ese arsenal de victorias personales que aparentemente me esperaban. Si la victoria personal es la glorificación de la vanidad, mejor que ésta haya sido una perdida y no una carga en mi despensa emocional. Llegar a la insignificancia es un derecho; como cualquier otro. Un derecho que garantiza la clandestinidad, la autenticidad del proceso interno a uno mismo. El encuentro con las cosas más minúsculas del mundo y sus primigenias moléculas. Por eso me siento contento y miro con orgullo la vida que llevo: porque he adquirido por fin mi derecho a la insignificancia.




sábado, 25 de abril de 2015

Ordenar el mundo


Habitar es ordenar el mundo; descubrirlo girando en torno al eje central de mi ser.
Lo que hago, lo que estoy haciendo, lo que quiero hacer; lo que voy a hacer es insignificante, pero es importante que se haga. Soy un eslabón en la evolución de la consciencia. A estas alturas de mi vida, esto es imposible de eludir. Mis actos no son juzgados; son sencillamente movimientos que favorecen y se orquestan con otros movimientos. 

martes, 31 de marzo de 2015

Ideas sueltas en torno al taller de escritura de Amo_



1_ Como ya dije en este primer taller, la escritura debe entenderse como un proceso de transformación que simplemente acompaña a los que ya se dan en nuestro cuerpo y la vida. Otra trasformación silenciosa que va depurando poco a poco lo que somos en esencia. Aquella acepta la caducidad física y significativa de los acontecimientos y las cosas, generando un nuevo lugar que nace del dado y acompañado, pero que irremediablemente se renueva. De esta manera la escritura llega a permanecer pero nunca termina siendo la misma, como nuestro proceso de evolución o el de la propia ciudad, por ejemplo. La escritura se transforma y al mismo tiempo nos transforma a nosotros, al sujeto. Supone un cambio y la aceptación de un hecho fundamental que todo enunciado creativo o vital acarrea: el cambio como "estabilidad". Lejos de los juicios, las fisuras o la evaluación, la escritura es entendida como el lugar supremo de la aceptación, el caudal de la vida que se siente como el respirar y el caminar: desde toda su sencillez.

He querido expresar algunas ideas de esta manera, y que fueron recogidas en el esquema de arriba.



2_ Desde la misma senda interpretativa, la arquitectura siempre supone una transformación del "locus". El arquitecto es un "sujeto propagador", casi una prolongación de energías: el cuerpo y la vida del proyecto. Al menos eso es lo que deseo y siento que es la disciplina de la arquitectura. Otra cosa es la realidad.
























3_ De la imagen que hemos incluido, me quedé con una serie de cosas: de un lado la vulnerabilidad social y construida que refleja la imagen, pero al mismo tiempo la falsa "comodidad" urbana que la sociedad capitalista ha impuesto desde la voracidad económica en otros contextos muy diferentes a los de la imagen. De hecho, me planteé la oportuna elección de un "ayuno arquitectónico" que nos separara de todo ese cúmulo de falsas comodidades y necesidades que hemos asumido. Aquél paisaje "desarquitecturizado" no es otra cosa que el corazón dañado -aunque cubierto de buena piel- de las arquitecturas consumistas y especulativas que en el mundo europeo, y en concreto España, han expulsado a sus gentes para que vivan en la calle. Desgraciadamente no hay, hoy por hoy y de seguir así, tanta distancia entre este paisaje de llamas -aunque presagio de humildad y hogar-, y aquel que se esconde tras el derrumbamiento del estado de "bienestar" de los países que nominalmente insisten en su "desarrollo" evolutivo, y miran con asombro y sorpresa las postales e imágenes de este tipo.


martes, 17 de marzo de 2015

Habitarme en la escritura

Que la escritura me lleve a abrazarlo todo, o casi todo... que me ofrezca un mundo más amable y cercano; que barra mi casa por dentro. Que coloque cada mueble en el lugar más propicio para que al Habitar, este ser donde se respiran tantos lugares, se reconozca inmerso en un orden fuera de todo control, y en su expansión intemporal, acompañe cada latido, descubriendo en su fragilidad su máxima potencia.


Imagen tomada del libro MI DIOS FAVORITO
Beirut, Libano
El diablo no actua en la Tierra. Somos nosotros los responsables de nuestros errores. 
J.J. Benitez

sábado, 28 de febrero de 2015

La laguna




Como un dolor la laguna avanza. Como una siesta que se duerme y prolonga demasiado. A pesar de las búsquedas la ciudad nos espera. Hay que verla con cuidado o cerrar los ojos para escucharla, pero todos tenemos una laguna propia. No es el mar de nadie, sólo es el nuestro. Zarpar no sería la suerte del paseo en barco junto al resto. Esa fatalidad hay que asumirla. La colilla, el papel, el abandono de la ciudad no es cosa ajena ni delegable. Pero la sintonía siempre reprime al corazón solitario. Siempre preferimos sintonizar con el resto, escapar de la individualidad. No pretendemos vernos envueltos en las decisiones de la ciudad que se deciden en el milímetro más pequeño de nuestras manos. Por doquier se ven casos de ese falso consenso que se contenta con reciclar botellas, cartones y basura orgánica. Nuestro salón ha dejado, literalmente de ser la calle, el nudo, el barrio o la plaza. Todo se ha convertido en un inefable gusto por los aromas y la cosmética más superficial. Pero son los mismos que se perfilan como modistos, los que no se asustan al agredir a la ciudad con la caída de sus colillas o tirada de basura varia. Aquella laguna, aparece empobrecida por la pérdida de la soledad. Por una pérdida que se sustituye en falsas concurrencias y saludos. Por un malestar del sujeto que no ha añadido a su cesta de la compra un poco de viento y alegría. Se han visto todos, pues, envueltos en la misma tiranía vacía de las promesas de la ciudad. Ninguno ha querido oír de limpiezas que no sean pagadas o resueltas por los servicios de limpieza. Cuando uno se retira a esperar a que la voz llegue a su puerta, incurre en delito directo contra su autonomía y libertad. Pero la autonomía es de todo y en todo, no es sólo para esto o lo otro. Todo es incluido. Ahora que la ciudad se desgaja en periferias y griterío de supermercado, la laguna reflota como una epidemia vital que sanará más que su nominalismo. Perdidos o contaminados, sólo hay un camino hacia la ciudad: perderse. Perderse una y otra vez. Sin temor a ser vendido o violado por la seducción del comercio mudo. Sin temor a perder la laguna. La que a cada uno le corresponde. Y precisamente es corresponder, lo que debemos hacer con la ciudad. Corresponderla con la misma alegría social que llegó a nuestros brazos. Para que no muera más, para que sus heridas cicatricen, para que se oxigene a todo pulmón. Terminan los días que despiden ya el año. Y ahí queda la laguna, para acercarse y navegar. Con los ojos bien abiertos o bien cerrados, según se mire.




viernes, 30 de enero de 2015

Apuntes para la Vivienda entre limoneros




"Pasé más de una hora bajo uno de los limoneros de la huerta murciana... seguro que lo reconocería si regreso en unos días. No sólo por la posición, que me ayudaría a encontrarlo, sin duda; ante todo por su forma, que imagino ha cambiado muy poco en el transcurso de estas dos o tres semana. La forma de su tronco, será quizás lo que primero reconozca desde mi sentido visual, e incluso táctil. Algunas flores nuevas habrán aparecido y estarán ahí, con su singular aroma... generando esa condición atmosférica que hace tan deseable descansar o simplemente mirar como la vida se despliega en un incesante estar yendo. Otras formarán ya parte de la tierra, como también forman parte las que nacen, pero cada vez más tierra y menos flor. Con las hojas ocurría lo mismo. Ya lo viste en las fotos, querido Juanico, aunque no tenga nada que ver con sentirlo ahí, bajo las ramas de aquel limonero."



En estas primeras palabras quiero dejar claro todos nuestros intentos por haber pensado la vivienda desde la condición del lugar. Al final, nuestras energías no han resultado tan cautivadoras para el cliente y se han producido modificaciones importantes. Comienzo con las palabras de Nacho, que creo reflejan, mejor que ninguna otra cosa, la sensibilidad que se ha intentado plantear desde el inicio. Los primeros croquis plantearon una solución desde geometrías hexagonales que respondían en realidad a las orientaciones y vistas. Esa solución como puede verse en la planta final -no he podido incluirla porque el archivo es un adobe-, ha cambiado sustancialmente, aunque se atisban la ideas originales que nos acompañaron. Como ha pasado con la vivienda en Zaragoza, ésta lanza una declaración muy sotiana que ya vimos en la Casa Aversú del autor y su, por cierto, coincidente relación con el proyecto de Zaragoza. "No hay fachada". O lo que es lo mismo: la vivienda niega un punto relevante y jerárquico en su entrada. No enfatiza aquella relevancia que como sabemos fue una de las premisas más destacadas que buscó "demoler" la arquitectura moderna en sus metodologías de composición arquitectónica.  Quiero subrayar esta idea inicial porque supone una característica de identidad de esta vivienda y la de Zaragoza, aun siendo bien distintas. Con esta primera idea, lanzo un palazo para que podamos seguir pensando sobre esta idea y ya pasemos, de lleno, al espacio y su construcción.


Hoy recito



Hoy recito a las suelas de zapato rotas que interrumpen la carrera. Hoy recito a los pasajeros que dormitan con sus mantas en las estaciones de trenes. Hoy recito a los que cenaron ayer y hoy comen migajas. Hoy recito a los que viven hacinados con toda la familia porque la mitad  perdieron su techo. Hoy recito a los que hacen largas colas para pedir un plato de comida. Hoy recito a los que se vuelven locos por un pedazo de pan. Hoy recito a los vagabundos del mundo que ya no esperan nada. Hoy recito a la espera que ya no sirve de nada. Hoy recito a los que fueron esclavos y lucharon en su día por la libertad que hoy tenemos. Hoy recito por los “nadies” de Galeano, a los que yo también pertenezco. Hoy recito a los que se alimentan de alegría aun teniendo la despensa vacía. Hoy recito a los mileuristas porque ya no tienen ni eso. Recito, también, a los que ya no pagan los recibos y alumbran con sus velas el hogar. Hoy recito a los que han guardado la vergüenza para fregar los suelos de una cloaca. Hoy recito a la incertidumbre que se sienta en la mesa. Hoy recito para que no se vuelva más agresiva. Hoy recito a los mendigos de ideologías que se han cansado de palabras vacías. Hoy recito a la revolución porque el hombre sigue vivo para volver a hacerla. Hoy recito a la libertad de la pobreza porque no hay pan pero sí esperanza. Hoy recito a los que pierden su casa para dársela a un puñado de tiranos. Hoy recito a quien ofrece su hogar al que no la tiene para descansar junto al fuego. Hoy recito a la servidumbre de la tierra que se hiere cada día, para que no se haga más, y no sea demasiado tarde. Hoy recito al minuto de cada instante para que la cordura no nos lleve al mañana. Hoy recito a los cuentos navideños para que salgan de sus palabras y se hagan fiesta real. Hoy recito a los que siguen sin perder la esperanza. Hoy recito a las madres, con sus costuras protectivas de abrazos. Recito a los que las han perdido para que sepan que la tierra sigue estando. Recito a los huérfanos de todo, aunque vestidos con bisutería, para que sean cautos y guiñen el ojo al prójimo. Hoy recito al amor porque es la única salvación. Hoy recito a los que esperan el tranvía y viajan en él. Hoy recito a los huéspedes de la noche y la poesía, para que no decaigan y sigan componiendo sus versos. Recito a los muertos para que murmuren en su lecho de aire, y no olvidemos los que seguimos estando vivos. Recito a la vida porque sin ella estamos perdidos. Recito a la savia que corre por la venas y mantiene el paso del corazón abierto. Recito a la naturaleza porque no hay gobierno que al final pueda con ella. Recito a cada hombre y pequeña vida para que no se entretenga en tonterías y se viva a conciencia. Hoy recito a lo que soy porque no puedo ser más que eso, ni  mucho más que todo. Hoy recito por verme respirando, por ser sólo eso.

Y recito al mundo. Sí al mundo: por haberme acogido…

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Elegir el mundo



Todo se genera en base a una idea, una reflexión, una elección. No hay modernidad, ni modernidades, sino nomenclaturas. El nominalismo crítico y depredador ha desvirtuado la realidad. Ya no se trata de una ruptura o su cara opuesta: la continuidad. Ni siquiera se trata de vender bajo la publicidad amable su posibilidad. Tampoco interesa precipitar su enterramiento o su caducidad. La modernidad es puro nominalismo. Quizá, haya que ver que tampoco se trata de averiguar si ha muerto; no queda nada de ella o no ha acabado. O lo peor, es “inacabable” en palabras de Bauman. Se trata de poner al sujeto, al ser, ante su mundo, ante su elección.
Elegir esa parte sensible, sin lugar a dudas, nos pone ante un desafío crucial: tomar conciencia de nuestras posibilidades y elecciones. Augé delimita bajo su círculo de tiza un mundo que no puede considerase objetivo. Más bien es un “artefacto” modelado bajo la mente del que ve y piensa, escruta e interpela. El mundo, nuestro mundo elegido, es muy cauto y perezoso, gusta de la digestión y reproducción de los otros. El consenso sobre la modernidad origina una “zona de confort” intelectual que suele oprimir nuestra propia visión sobre los hechos. ¿Modernidad o modernidades? ¿Modernidad inclusiva o ilustrada? ¿Una alternativa a la modernidad? La despensa de la crítica y horizonte de la modernidad es tan grande, que la solución no estriba en la construcción de un observatorio escrupuloso sobre la misma, sino en la aventura de la apropiación individual. El lugar moderno, tan sugerido por la crítica, explica muy bien el proceso digestivo de la crítica. Sin embargo, hay algo que omite la generalidad intelectual: la elección del mundo, su operatividad. Cuando se alza el grito sobre los eriales de la arquitectura y urbanismo modernos, cuando se circunscriben las plataformas de comunicación aérea y terrestres a los “no lugares”, se omite uno de los valores y cualidades más intensos de nuestra naturaleza: la supervivencia; en todas sus manifestaciones: la económica, la cultural; incluido ese espacio tan deseado y aprovechable como es el amor. Sí, el amor, y su estado más embrionario; la seducción. Éste pone patas arriba los soportes de hormigón que encauzan las teorías separatistas de la modernidad. Olvidan su estática vida escénica y pervierten las entrañas de los sucesos consensuados de la crítica. Se ponen bajo su mentón y lanzan un golpe a su yugular. El lugar, quizá uno de los territorios expiatorios más encubiertos por la modernidad y sus secuelas (los post), se diluye cuando un individuo estúpido pero intrépido se propone lanzar su conquista en la cabina de un avión y lo consigue. Para muchos esto sería tertulia y rumorología descafeinada, pero para otros, sitúa y pone en entredicho una de las grandes cuestiones de la humanidad: nosotros elegimos hasta las heridas, los malos olores y humores. Nosotros elegimos qué modernidad somos…


"Pequeñas decisiones"


Resulta difícil vivir lejos de la trascendencia. Se hace complicado emprender la elección en las grandes escalas. Casi siempre embotamos la mente con presagios de grandes cosas, grandes decisiones. Vivimos para ofrecer: “creo que he venido a ofrecer algo al mundo” Los mismos gestos de esa empatía de escalas traen consigo una tormenta. Al levantarse la atronadora fuerza de la gran decisión se abre paso. Probar a decir que no es un inicio. Probar a desligarse de las grandes escalas es la confirmación. Estamos hechos de muchas unidades, somos millones y millones de sustancias. Si nuestra biología tiene tantos huéspedes, por qué nos hemos empeñado en quedarnos con uno sólo. Yo empezaría por una pequeña decisión. Fijaría mi atención en todos esos elementos inmensos e innumerables que nos constituyen. No hablo de hacer criba ni tampoco de selección darwinista. Generalmente las pequeñas cosas, las pequeñas decisiones, están tomadas mucho tiempo atrás, pero sólo hace falta eliminar la tierra que queda encima. No es necesario averiguar horas y horas qué hay que hacer y hacia dónde hay que dirigirse. Las moléculas del mundo no se paran a pensar ni se dedican a ver qué relación guardan con las otras: simplemente siguen un rumbo natural, dirigido y espontáneo al mismo tiempo. La pequeña decisión tiene un origen molecular. Cuando alza la cabeza en la mañana tiende a buscar la dirección de su vida. Hay como una necesidad de ubicación, de saberse dónde se está. Ahí surge un desdoblamiento que muchas veces provoca un vacío, una oquedad. Saberse envuelto en la pequeña decisión ayuda a desterrar el comportamiento encaminado al presagio o el porvenir. Su estado es tan natural, tan pequeño o minúsculo, que con muy poco las garantías del éxito están garantizadas. No hay vitalidad mayor que la que aparece conducida por la pequeña decisión. No puede haber lastre o drama, cuando esa elección, la más pequeña, es la única cosa que estamos dispuestos a realizar para partir. Porque si algo se aprende de ésto, es que no hemos venido al mundo, realmente, a rendir cuentas con respecto a las grandes programaciones que supuestamente tienen reservadas para nosotros. Todo el campo de la sabiduría interna comienza en un pequeño paso, el más insignificante de todos. De éste al siguiente. Y así sucesivamente. La pequeña decisión es una abertura que por su tamaño sólo se deja ver desde los ojos y el cuerpo vital de quien la ha tomado. Esa es su gran ventaja: sólo tú, únicamente tú eres el creador, el jefe de tu empresa. Tú pones los horarios y tomas las decisiones. Tú comienzas todo. Y tú lo comienzas todo con muy poco, con casi nada. Sin ninguna gran escala. Con una “pequeñísima decisión”.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Una o dos palabras



¿Será suficiente una o dos palabras? ¿Será suficiente olvidar todo para medirse con el mundo? Una o dos palabras, como última llama de fuego o la primera, pero sólo esas dos. Esas dos para amanecer e inspirar aire al levantarse, para dar los buenos días, para acercarse al mercado y comprar fruta, para saludar a alguien en la calle, para sortear una confusión, para salvar un enfado ajeno, para dirigirme a las estrellas de una noche despejada. Para decir te quiero o te amo, para expresar amistad, para abrazar la soledad y no discutir por ella. Para una caricia bien sentida, para hablar en otras lenguas y contar otros cuentos e historias.
Una o dos palabras, como pantano de agua, como bebedero intelectual de las emociones. Sólo esas dos para construir caminos y no olvidar los ya hechos, para evitar el rencor y conversar con la alegría. Para ser tú más que nunca. Para hablar de ti tal como eres, sin arrogancia. Para visitar la ciudad escuchando, eligiendo las postales que tú únicamente creas. Para proveerse de piedras, cantos y guijarros evitando los diamantes. Para decir a quien se quiere, que no puede quererse más ni tan poco. Para emular al amor en una estación, en el check-in de un aeropuerto, en los arrabales. Para ser testigo de tu mundo sin pasajeros exteriores. Para moler el grano del trigo con la lluvia del amanecer.
Una o dos palabras, como silencio y paz individual, como transeúnte que no enseña y aprende en cada paso. Sólo esas dos palabras para la sinceridad y el abandono de la pose, para la creatividad originaria que todos tenemos. Para ser cumbre y lodo, pico de montaña y túnel subterráneo. Para ser bocanada y respiradero, viento helado y huracán. Para amar los árboles y cada criatura del mundo. Para ser amado y dejarse amar por ellos. Para salivar cada instante, para hablar con el tiempo sin premura. Para no esperar nada que no sea a ti mismo. Para desvanecerse y romperse. Para redefinirse y brotar. Para salpicar y sentirse manchado por los colores maravillosos del mundo. Para guardar la higiene en el corazón y ensuciar la piel a brochazos.
Una o dos palabras, a lo sumo tres, nada más. Como perpetuo fluido que nace y muere; se reinventa y transforma. Sólo esas dos palabras para sentir el mundo en su estado original, sin temor a estar descalzo junto a toda la locura de la vida. Para vivir cada día sin presagio ni nostalgia combativa. Para ser tan sencillo como un rumor. Para no tener nombre y tener el de todas las cosas. Para ser la tierra madre. Para ser arquitecto sin arquitecturas. Para ser amor desde el primer hálito y hasta el último. Para no perderse nunca por estar tan cerca de todo. Para ser sustancia, molécula, semilla…

Para ser vida…

Lugar: Encuentro con la parcela y la tierra en Pinoso (Jumilla)
 Metodología: Radiestesia y "una o dos palabras"...

sábado, 22 de noviembre de 2014

El proyecto y la lluvia



Amanece entre limoneros caídos por la debilidad. Se han apresurado por mirar, por alzarse en el cielo. Cuando protesté por la delicada tierra no me entendieron. Había vivido la sombra, la luz del sol bajo las copas de los árboles. Había sido testigo del alimento entre los dos planos más antiguos de la arquitectura: la tierra y el cielo. No caía una gota. Todo era luz a raudales. Un metro, un paso y la búsqueda de las escalas. Hay ahí algo olvidado o sometido a la sobreabundancia. Nuestro mundo no entiende de lluvias y proyecto. Se empeña en la sequedad y la dureza. Si nos afirmamos en un rumbo proyectual que se alimenta de las sombras de los árboles, pecamos de ingenuos y estúpidos. Pronto surgió la nomenclatura de los “limoncitos”: aquellos ser_es que viven y se ilusionan por un mundo de tierras y árboles. Que se empeñan en no vacilar en su defensa. Ahora que ha caído poca lluvia, la necesitamos encima del proyecto. Todo nació ahí, junto a los limoneros, pero sólo parece que ven su “insolencia”. Hasta aquí hemos llegado. Los cuerpos de sus troncos no son más que mercancía o escaparate, parecen verse como el rastro de otro mundo que ya no se toca o siente cerca. Yo sigo ilusionado con sacar la cabeza bajo la ventana. Sigo soñando con el azahar, con el brillo intenso del amarillo. Sigo creyendo en la rivalidad de los amarillos!! Y me he adelantado porque creo que veo o presagio parte de mi futuro. No lo traigo pero lo veo. No puedo creerme que necesitemos reconstruir lo que ya ha sido regalado o dado para nuestro disfrute. No creo que haya que divisar a lo lejos el paisaje en su espesor infinito, cuando éste se derrama tras nuestra puerta. ¿Y si cae un limón al agua de la piscina cuando me bañe? Seguramente será la señal de que hemos hecho bien las cosas o que, sencillamente, hemos dejado que se hagan solas. Las cosas están ahí por algo, obedecen a alguna extraña ley del viento y la lluvia, de las constelaciones. No son puro azar. Si me veo en aquella casa, tan cerca de ella para que sea verdaderamente mía, será porque he nadado entre los árboles, visitando todas sus hojas en la caída de la tarde. No quiero ni pretendo evadir el hecho de que cada palada que agite contra los troncos será mi propia ruptura, mi propia pudrición. El proyecto necesita de una lluvia, de una lluvia amable y serena. La que es capaz de despejar la mente. La que ayuda a saborear el mundo. Aquí llueve poco, pero llueven vientos en otoño e invierno, y las hojas caen torrencialmente cuando se las escucha. No me gustaría que fueran otros los que me contaran qué se escucha ahí fuera, a qué sabe la lluvia. No me gustaría ver a los lejos, enmarcando la vida en el horizonte. En cada rincón, el más próximo, se juega todo lo que hay que jugarse. En el milímetro entre las copas, en una rama, en el relieve desgastado por el tiempo de una hoja. Para mí todo el proyecto está ahí: en la lluvia, en la lluvia que no se da pero moja más que ninguna…


Lluvia al limón,
A su corazón.
Lluvia al amanecer que brinda verdor
A la luz que se derrama entre los muros silenciosos
Lluvia por doquier, sin mirar allí o aquí,
con la espera cuidada que cae desde el cielo.
Lluvia en la cubierta que viaja entre tejas
y cae sobre mi cabeza.
Lluvia de tornado de hojas verdes y emulsión amarilla
Con azul de crepúsculo e intimidad divina
Lluvia sin agua, de tierra y ramales de raíces
A la servidumbre propia de mis sueños

Tan sólo los míos…

jueves, 30 de octubre de 2014

Oblicuidad de la garganta




Cada vez que inspiro aire, hablo. Cada vez que me acerco a alguien, hablo. Hay un rastro seguido siempre en mí de palabras. Sólo palabras. Todo mi mundo es lenguaje, todo es interpretación. Medianamente mental o muy mental.
¿Qué sería de nosotros sin el lenguaje? ¿Habría otra forma de hablar? ¿Acaso más silenciosa?
¿No son las palabras tan sólo lenguaje y gramática suelta?. El silencio no es lugar en la garganta porque casi siempre aspiramos a decir más que el otro, a llevar la razón. Se trata de una garganta oblicua, no deja entrever la procedencia del lenguaje y puede que oculte la verdad. Susan Sontag escribió hace unos años sobre la necesidad del apagón crítico, la búsqueda de otra manera de mirar el mundo en la que no fuera necesario siempre pronunciarse. Un contra literal y veraz que amenazaba directamente la hegemonía crítica de nuestro mundo. Pero ya sabemos, la crítica no es sólo una necesidad nacida en la favorable y pacífica descripción del mundo, tampoco es, tan sólo, la puesta a punto de la historia; su ordenación para la digestión y comprensión de los hechos, es, antes que nada, un gesto de exhibición formal de nuestra vanidad.
Pero es extremadamente astuta, porque no se presenta, las más de las veces, desde una grosería invasora, sino que se inspira en un lugar aparentemente silencioso e inofensivo.
Es realmente difícil atisbar o ver la profundidad de su garganta porque el alzamiento de su voz se produce desde la oblicuidad.
Se vende serena. Incluso, se autoentierra. Desprende y arroja sus maletas vacías y pretende hacer creer que no hay nada  detrás de ellas, ninguna pretensión o ganancia.
¿Puede hablarse sin garganta, sin que en ella no haya más que el sereno encuentro con las cosas? ¿Puede haber otra garganta más transparente donde todas las voces, incluidas las más torpes, tengan cabida? ¿Es posible encontrar una interpretación que no niegue su posibilidad por no aventurarse desde el lenguaje? ¿Habrá palabras, como el maestro chino practicó con tanta sabiduría, que no hieran y pesen tanto en los rumores de la trascendencia? ¿Queda algo que no hablar, sin empezar, sin esperar, sin siquiera murmurar?
Todo depende de nuestra garganta, de si somos o no capaces de evadir el lenguaje para hablar con el mundo. De si somos capaces de tan sólo escucharlo. Qué más da entonces la oblicuidad de las gargantas. Qué más da que se empeñen en hablar más de la cuenta si nosotros ya hemos escogido el silencio como camino…