¿Quién no desearía detener un instante,
instaurarlo en el cielo perennemente, sortear cada caída que lo perturbara?
¿Quién no esperaría que todo se detuviera ahí, sin temor al mañana, al
porvenir, a las picaduras de abejas?
¿Hay alguien ahí fuera que ha olvidado su
tiempo y su paso?
¿Todos?
¿Queda alguno que no lo haya hecho?
No me repito, ni pretendo hacerlo, aunque me
equivoque.
A tientas he llegado hasta aquí, y a duras penas rebaso la altura de
la barbilla con la que los ojos abiertos como lunas, ven a ese instante herido
ahí fuera.
Se han perdido, se han olvidado, no queda apenas nada que diga ya
qué son y de qué manera se dan. Queda sólo el tiempo borrado y borracho de lo
material, del consumo de estupefacientes.
¿Habrá otra suerte, habrá otra herida que
hiera más profundo pero sea más auténtica?
Espero que sí.
Un instante de dolor
verdadero, grave, veraz hasta la sangre.
Cuando sea la lástima como las uñas
que arañan, creeré entonces en ella.
Hasta ese momento de tiempo desgajado, el instante
no será otra cosa que la leche de los burros: holgazanes que no se atreven ni a
decir ni aplaudir.
Querido instante he salido a cazarte, a verme
envuelto en tu carne de letras silenciosas, pero sujeto a leyes amargas de esta cretina realidad, te he perdido.
¿Me esperarás?
¿Podrás olvidar todo el daño
que te hice al no sentirte cerca?
el que lo rechace que
corra para no ser aplastado.
El cazador ahora duerme, quizá, haya muerto,
pero su desaliento todavía compone las pisadas que
otros soñadores menos inútiles ya
adivinan y ven
más lentos,
con más calma…
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