viernes, 29 de marzo de 2013

Mientras tanto




Mientras tanto espero, espero a que se mueva algo junto a mí, sólo un poco. No menosprecio el valor del tiempo entre espacios, ese tiempo que discurre entre lugares de tiempos de acción. Como si todo se detuviera, parada eterna, pero diluida. Jamás he visto a los hombres vivir en los límites verticales del tiempo, casi todos nos movemos en la franja horizontal, en esa linealidad en la que el cambio y la incertidumbre no están permitidos. Me muero por volar hacia arriba, en el lugar vertical de lo transitorio. Y si esa franja de tiempo fuera eterna? Hiciéramos que lo fuese? Que esa parada abriera una puerta, otra carretera en cuesta que nos condujera a otro lugar. Al regresar sería todo tal y como lo dejamos. Sería un huir libre, sin el miedo que implica el huir. Unir ese descanso de siesta hermosa que aparece en el umbral de un espacio que aparentemente no es nada. De ese vacío que en realidad guarda todo. Quizás sea difícil naufragar en el pedazo del tiempo de la calma, allí donde todo se desplaza, como placas tectónicas que se separan para crear un mundo propio donde dormir y descansar. El lugar, ese espacio que deja el tiempo, sin embargo, no es suyo, no hay nada  que haga que sea algo. Sólo hay una fórmula: mirar entre bisagras, entre lunas, despertares, sueños…El lugar es, en la medida en que queremos que sea. Un espacio de aparcamiento, aquél donde depositamos nuestro coche, también es un lugar para la escritura, para parar ese vértigo del tiempo que lastima. Como si perdiéramos el lugar entre los pasos que damos, ralentizar esa idea es, otorgar al espacio por fin su mundo vertical, del crecimiento hacia arriba, abandonando las sombras, las utopías de las conquistas, las frustraciones de los premios no premiados, el látigo doloroso. El espacio vertical que queda entre tiempos de velocidad instaura el mientras tanto, el lugar de la lentitud de la nada y de todo lo que queremos que sea. 
 Mientras tanto, afortunadamente, vivimos…

Mi latido




Han sido los rincones tus lugares de escapada; en la infancia inspiraron tu autonomía. Desde la carencia inventaste la alegría, el murmullo apagado. De tu brevedad aprendo a callar cuando respiras con pocas palabras, de tu silencio escucho el lento caminar de nuestro padre. No hay lamentos que no se sofoquen con tu abrazo, con tu mirada, aunque esté perdida en algún momento. De tus momentos saben y aprenden mis manos y oídos. Sin leer palabras, has leído tantos vientos, tantos cielos, que yo no veo si no es a través de tus ojos, de tu cuidado aliento. Nunca te vi herir, sino fue con alivio y caricia. Mordido estoy y me tapas cuando lo necesito. Inventas la luna cada noche que no la tengo, cada atardecer cuando no llega. De mi mundo son tuyos los colores, los ríos y las montañas. En tu trazo leve, vivo en refugio y escapada. Y descanso en tus dibujos, en tus silencios eternos, en tus vueltas en la cama. Me redescubres cada vez que pierdo la llama, para lanzarla al aire  y renovarla con más fuerza. Qué puedo hacer para no quererte tanto, para vivir en mi campo sin visitar el tuyo cada noche. Y el trigo seguirá creciendo, arrojando luz cada vez que llueva, midiendo mis pasos de pastor, de siervo de la tierra. Tanto ayer como hoy te espero y sé, que aquellos rincones en los que te escondiste seguirán siempre siendo también míos.