viernes, 15 de agosto de 2014

Delegar el mundo

Mi mundo es mío nada más. Ni puedo delegarlo a otros ni me atrevo. Pero tampoco quiero vivir en los límites de las tapias del egoísmo. Hoy asistimos, la mayor de las veces, al desmoronamiento de un mundo que creemos nuestro como escaparate. Nos atrevemos a enjuiciar actitudes políticas, religiones y éticas. Sometemos a insultos a gobernantes y “canta mañanas”, pero evitamos nuestro propio afrontamiento de las cosas. Y no digo enfrentamiento, lo subrayo. Digo afrontamiento. El primero de ellos señala una huella de sangre que a buen seguro todo el mundo busca evitar: la pelea que golpea con fuerza en nuestro estómago. El segundo no es más que una caricia en comparación. De hecho no supone rebeldía ni arrebato, sino tan sólo una toma de conciencia.
Que queramos presumir de casa, vestimenta y coche, que queramos impregnarnos en perfumes costosos y aplausos condescendientes, no nos priva aparentemente de nada. Claro, aparentemente. Porque la apariencia inflacionaria de la imagen es sencillamente lo que cuenta. El enfrentamiento se descuida y olvida, porque la pátina de maquillaje masivo impuesto a la piel, borra los poros y la respiración. El mundo es nuestro, dicen. Se prometen votar y salir a la calle, golpear la mesa en la comida del mediodía cuando escuchan hablar de la deforestación de sus pueblos, esgrimir poemas de la locura contra las instituciones y sus cabezas pensantes, pero son tan necios que son ellos mismos los que someten al fuego sus jardines.
Son ellos, los que se exhibieron al sol estelar, los que además se pelean a gritos con la tierra y los árboles, los que embrujados por el elixir del consumo sacuden las raíces para subirse a las terrazas más altas. Me da lástima ver como cada uno de nosotros invierte tanto tiempo en su propia enajenación. Me da pena observar como cada uno de los otros envidia esa enajenación y la imita y reproduce. No queremos enfrentamiento, no queremos guerra, pero tampoco afrontamos la voluntad independiente de nuestro propio destino. Así va el mundo; ese ser exterior, que por alguna razón no hacemos nuestro, cuando realmente la decisión, la verdadera decisión, se produce en el milímetro de nuestras manos.

Es preferible soñar con el cambio a gran escala -bajo el enfado de la exhibición-, que perseguir un encuentro con el instante más pequeño del mundo: el que alberga a buen seguro nuestro corazón. Afrontar es convivir codo con codo con el mundo. No es pensar en la periferia de la marginalidad inconsciente, ni mucho menos, ni vivir en los suburbios de la piel. Querido amigo, espero sinceramente, que aquél árbol -el único que quizás queda como criatura buscando sobrevivir-, encuentre nuestro indulto, el mismo que irremediablemente necesitamos nosotros…

miércoles, 13 de agosto de 2014

Exploración del límite_la orilla

Lugar salvaje donde el mar y la tierra se funden, se confunden,

como la libertad y el amor,
diluyendo sus límites...
La orilla, borde líquido que palpita incesante.


Aquí, aunque el mar siga siendo mar
y la tierra siga siendo tierra,
ya no es posible saber donde termina uno y empieza otro.
Pues la tierra no es compacta, y el aire descansa en sus rendijas...

En la orilla, las olas y la arena se respiran...


martes, 12 de agosto de 2014

Literalidad de la emoción




¿Qué queda de las emociones que se cubrían antes de ofrecerse? ¿Qué queda de pensar antes de decir? ¿Qué queda de insinuar sin ofrecer la dimensión del rostro? El tiempo contemporáneo ha desdibujado todo el candelero giratorio y prohibido de las emociones. No queda espacio intermedio para volar desnudo con la emoción. El consumo, la propuesta de la autopista ciega del consumo es la nube que importa.
 ¿Qué puede quedar en la emoción que no sea tan sólo literalidad?
Vivimos un mundo de fascinación embrujada. Vivimos en la ingravidez del deseo de consumir, no sólo productos o materialidades vacuas, sino sobre todo, consumimos emociones literales. Ya no importa pensar, crear o sugerir un mundo individual o concreto, lo importante es consumir la emoción dictada por la conciencia social general.
Mediante la cultura de la emoción, imponemos lo que recogemos y saboreamos de otros para trasladarlo en una cadena infinita. No importa qué es exactamente aquello que vendemos como oferta, porque la causa, el objetivo o su nacimiento no nos interesa. Sólo aspiramos a que el espesor de la emoción no exista, que no implique lucha ni sudor. El cuadrilátero perdido de la pelea quedará lejos, sin salpicar nuestros rostros. No ha sido siempre así, pero lo verdaderamente importante es que la emoción no pueda generar dudas, improvisar situaciones, favorecer la espontaneidad. Todo es más fácil si su cumbre garantiza un resultado literal, directo, sin discusión. La masa debe opinar al ritmo de su literalidad, soñando en aquella burbuja, sin salir y mirar de reojo.
Por supuesto la literalidad de la emoción no asume ni permite el fracaso porque arrastraría a muchos a mejorar, a creer en el maravilloso arte de improvisar, de morir un poco para crecer. El mundo debe ser plano, piensan. Cuanto más escueto y recogido, mejor. Es una lástima que las emociones se compartan con tanta lastrada facilidad, sin que quede ni la más mínima batalla. Todo es, lamentablemente literalidad; un compartir de igualdades ficticias que irradian al compás de las falsas emociones televisivas y de consumo.
¿Podrá sostenerse en el mañana otra emoción más personal y autentica que no gravite en torno a los otros? ¿Podrá existir alguna emoción que no se esconda bajo la conducta de la apropiación continuada?
¿Podrá, esta sociedad, vivir de una gestión individual de su propia emoción –escapando de la literalidad-  sin llegar a la necesidad del consenso vecinal?
Quizás pueda, quizás podamos…


Invitación a dejarse flotar


La escritura es ahora un vehículo que me permite ver lo que está oculto a los ojos; mirar dentro, comprender y vivir este momento con toda la presencia de la que soy capaz. 
Un viajar hacia dentro mirando a mi alrededor y descubrir donde están las piedras que dificultan el fluir del río. 
Un ejercicio, una constante para ir decantando el agua, el propio ser que emerge; para limpiar la mente y liberarla de esa responsabilidad que no le corresponde y de la que es incapaz de ocuparse con acierto: dirigir el río. 
El Ser, la esencia, la semilla que va creciendo desde cada organismo, siente necesidad de expansión, de espacio, de un medio apropiado donde desplegar su potencial y llegar a florecer. 
¿Hacia donde se dirige el río en el que viajo?
¿Cuales son las fuerzas que lo mueven?
¿Existen unas constantes vitales que lo hacen comprensible?
Una mente intoxicada de ‘educación’ necesita confiar en algo para soltar el volante y dejarse llevar por las fuerzas del río. 
El objetivo sería entonces descubrirlas, reconocerlas, mirarlas, observarlas, verlas, integrarlas, acompañarlas... Crear las condiciones vitales más apropiadas para que esas fuerzas que son propias y constitutivas de cada individuo, de cada Ser, que están aquí siempre, empujando y tantas veces reprimidas, se muevan, se desarrollen, adopten su propia forma y se manifiesten contribuyendo al gran río de la creación. 
Escuchar esa nota suave que hay en ti y en mi, y que forma parte esencial de la gran orquesta del universo, de esta misteriosa creación que permanentemente nos invita a bailarla, a dejar de poner piedras... allá donde nos lleve el Río