sábado, 22 de noviembre de 2014

El proyecto y la lluvia



Amanece entre limoneros caídos por la debilidad. Se han apresurado por mirar, por alzarse en el cielo. Cuando protesté por la delicada tierra no me entendieron. Había vivido la sombra, la luz del sol bajo las copas de los árboles. Había sido testigo del alimento entre los dos planos más antiguos de la arquitectura: la tierra y el cielo. No caía una gota. Todo era luz a raudales. Un metro, un paso y la búsqueda de las escalas. Hay ahí algo olvidado o sometido a la sobreabundancia. Nuestro mundo no entiende de lluvias y proyecto. Se empeña en la sequedad y la dureza. Si nos afirmamos en un rumbo proyectual que se alimenta de las sombras de los árboles, pecamos de ingenuos y estúpidos. Pronto surgió la nomenclatura de los “limoncitos”: aquellos ser_es que viven y se ilusionan por un mundo de tierras y árboles. Que se empeñan en no vacilar en su defensa. Ahora que ha caído poca lluvia, la necesitamos encima del proyecto. Todo nació ahí, junto a los limoneros, pero sólo parece que ven su “insolencia”. Hasta aquí hemos llegado. Los cuerpos de sus troncos no son más que mercancía o escaparate, parecen verse como el rastro de otro mundo que ya no se toca o siente cerca. Yo sigo ilusionado con sacar la cabeza bajo la ventana. Sigo soñando con el azahar, con el brillo intenso del amarillo. Sigo creyendo en la rivalidad de los amarillos!! Y me he adelantado porque creo que veo o presagio parte de mi futuro. No lo traigo pero lo veo. No puedo creerme que necesitemos reconstruir lo que ya ha sido regalado o dado para nuestro disfrute. No creo que haya que divisar a lo lejos el paisaje en su espesor infinito, cuando éste se derrama tras nuestra puerta. ¿Y si cae un limón al agua de la piscina cuando me bañe? Seguramente será la señal de que hemos hecho bien las cosas o que, sencillamente, hemos dejado que se hagan solas. Las cosas están ahí por algo, obedecen a alguna extraña ley del viento y la lluvia, de las constelaciones. No son puro azar. Si me veo en aquella casa, tan cerca de ella para que sea verdaderamente mía, será porque he nadado entre los árboles, visitando todas sus hojas en la caída de la tarde. No quiero ni pretendo evadir el hecho de que cada palada que agite contra los troncos será mi propia ruptura, mi propia pudrición. El proyecto necesita de una lluvia, de una lluvia amable y serena. La que es capaz de despejar la mente. La que ayuda a saborear el mundo. Aquí llueve poco, pero llueven vientos en otoño e invierno, y las hojas caen torrencialmente cuando se las escucha. No me gustaría que fueran otros los que me contaran qué se escucha ahí fuera, a qué sabe la lluvia. No me gustaría ver a los lejos, enmarcando la vida en el horizonte. En cada rincón, el más próximo, se juega todo lo que hay que jugarse. En el milímetro entre las copas, en una rama, en el relieve desgastado por el tiempo de una hoja. Para mí todo el proyecto está ahí: en la lluvia, en la lluvia que no se da pero moja más que ninguna…


Lluvia al limón,
A su corazón.
Lluvia al amanecer que brinda verdor
A la luz que se derrama entre los muros silenciosos
Lluvia por doquier, sin mirar allí o aquí,
con la espera cuidada que cae desde el cielo.
Lluvia en la cubierta que viaja entre tejas
y cae sobre mi cabeza.
Lluvia de tornado de hojas verdes y emulsión amarilla
Con azul de crepúsculo e intimidad divina
Lluvia sin agua, de tierra y ramales de raíces
A la servidumbre propia de mis sueños

Tan sólo los míos…

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