lunes, 31 de marzo de 2014

Estructuras del silencio


1. La estructura como origen


Con una o dos palabras_

El cuerpo se desnuda, expone su piel al cielo. Se moja y sacude por el viento. La primera de las estructuras lo protege. Eleva su vulnerabilidad y otorga la protección desde la tierra. No está ahí para exhibirse, ni es más alta que el mundo. Se mueve en su escala: entre las rodillas de los hombres y su barbilla. Es escueta como la última de las lágrimas y participa junto a ellas. No se muestra arrogante ni expulsa a las mendicidades sino que las invita a cenar a su mesa. Creo, que la estructura debe falilitar el arraigo en el mundo, su carne. Empieza en el humilde encuentro con el suelo, nace y emerge más, que se sitúa o sobreeleva. No dice y explica nada, se ha mordido la lengua.



Con demasidas_

Otras, sin embargo, viven en la noche. Se emborrachan de vino y atiborran de mazapán. Encuentran su voz como la única y su grito como lo distintivo. Aparecen como autor, no tienen silencio y viven de sus nombres y sus nombramientos. Jamás estarían dispuestas a dialogar sin discusión porque la pelea es su signo de autoridad. No te ofrecerán entrar descalzo ni apreciarán tu humildad: sólo el champagne y la chaqueta. No hay ni una palabra estructural que sobre o se desprecie, al contrario, todas deben reunirse al unísono. Y ahí ya no queda casi nada que decir porque todo lamentablemente está ya dicho. No hay hueco, ni parada, todo tiene su palabra en el diccionario; escrita y verbal: lo innominado no existe. Viven en las últimas grutas del detalle y la fotografía, se rebelan contra tí si te sientas a comer con tu bocadillo. Se trata de ejercicios de autoestima, los huéfanos no tienen cabida. 

2. Iniciar el viaje, regresar a casa


El paseo como retorno_

Desde ahí vengo y ahí regreso. No necesito nada más. La arquitectura se sitúa ante el enorme desafío de ayudarnos en en ese viaje de ida y vuelta: nos ayuda a regresar a casa. Escapa del negocio y la especulación. Devora los instantes y las lentitudes. Origina el paseo de regreso como una alegría que continúa en nuestros cuerpos y mentes.


El paseo como transición_
Los viajes de ida y vuelta que propone la arquitectura garantizan, en ocasiones, la caída. El paseo es una acrobacia de circo. Exige del caminante una instrucción militar que sortea escollos y salva barreras. No queda espacio para el despiste, para el devenir de la ideas, para la abstracción mental. El nivel de exigencia visual y ocular es máximo si queremos proteger nuestros tobillos de la dureza de la piedra. Son arquitecturas del acantilado, carecen de profundidad y encuentran su movimiento en las lagunas omnipresentes de lo retiniano. Por supuesto es de nuevo "el autor" el que parece haber olvidado lo cotidiano: el primer escenario de la vida, pero probablemente no camine jamás por los suelos deslizantes creados en sus tableros de dibujo.


3. "Mente locale"_ abitare la terra


Consumidores de tierras_
La furtividad se ha impuesto. El urbanismo se ha encargado de habilitar el comercio de "relaciones mudas" al que se refiere Augé. Es necesario recuperar lo que Franco La Cecla define como "mente locale": la expresión de la facultad de habitar. Las imágenes expuestas arriba son testimonios de esos dos estadios opuestos. No creo que el propósito de la arquitectura sea tan sólo el de crear imágenes para la ciudad. Debe involucrar al hombre. Orientarse no es sólo responder a las reglas urbanas y de dirección que la ciudad impone. Es, antes que nada, adquirir autoconciencia de nuestro paso, peso y gravedad. No somos marionetas, ni necesitamos que orquesten nuestros pasos, al contrario. Ejercer ese derecho implica adquirir todo el valor de la mente locale. Cada uno elige como respirar la ciudad y desde que lugar hacerlo. Por eso escojo este "intervalo de tiempo" de mi visita a Tbilisi. Desde la madera, en su límite o inicio. Desde la distancia o la cercanía. Agarrando desde el tacto la materia; la primera de todas. Aquí el riesgo de caer, de romperme la crisma ha desaparecido. Casi puedo cerrar los ojos, olvidarlo todo. Ya no hay necesidad de abrir tanto las pupilas. La atención ha sido sustituida por el despiste, la dejadez, la pereza, lo olvidadizo. No quiero cruzar otro puente que me obligue a estar atento, a olvidar mi propiedad y mente locale. No deseo directorios y aclaraciones. Sólo espero algo más de sencillez, de renuncia si es posible.

De humildades y otros asombros



La Ciudad peregrina_
Hemos buscado casi siempre una imagen de la ciudad acabada, casi relamida. No nos importa si las imágenes captadas por la retina son verdaderas o falsas, se mueven en las piedras originarias o el cartónpiedra. Lo importante es que al final encontremos cerradas esas lecturas, que no quede nada que improvisar o sufrir. Que no se arrime a nuestro cuerpo nada ajeno; que por incompleto, exige un esfuerzo de reconstrucción que según nuestro devenir contemporáneo se haría inviable: el hombre necesita casi siempre un cobijo, que aunque postizo, tienda a garantizar su supervivencia. Esa supervivencia es casi siempre ocular o retiniana, nada más. No hay espacio para el olor, el sonido o la caricia del tacto.

 La honradez del resto_
Desdibujar la ciudad supone escuchar las imágenes no acabadas como un desafío, un reto que nos empuja contra la pared para que gritemos reconociendo nuestra voz, nuestro caminar. La ciudad no acabará jamás, sus pasos tampoco. Esas capas que Bajtin delimita dentro de las "reacentuaciones históricas" explican el devenir de la ciudad, su tiempo inabarcable. Sin embargo, nos resulta más fácil no tener que masticar nada, ni un ladrillo. Preferimos la sofisticación de la vanidad y su exhibición incontrolada. No tenemos tiempo para el resto o la ruina, nos aterra. Porque el miedo reside ahí: en ese espacio improvisado o imprevisible que el pasaje del resto; su transición sin tiempo, nos transmite. La ciudad debe completarse, perder si es necesario su tiempo y duración. Congelar ladrillo a ladrillo es lo que proponen. Pero ese límite insalvable aleja definitivamente la ciudad de nuestros pies. La termina convirtiendo en ficción retiniana. Creo, sin embargo, que existe una ciudad elegida donde el resto, la ruina y lo inacabado adquieren esa honradez milenaria del menhir y el dolmen. Que es posible mitigar la angustia del control, del terror del pasaje -en su versión positiva- que al final, provoca la parálisis del movimiento. 

Las hojas como inicio_
Ya lo escribía Rikyu, no podemos obsesionarnos con la recogida continua del resto, de su control o medición. Es muy improbable que recojamos las hojas caídas en un día o en miles, y muy posible que muramos de un infarto en el intento. La ciudad seguirá expulsando sus vísceras, sus estados o estallidos, sus huérfanos de hambre y banqueros sin alma. Nos quedará renunciar a la higiene como mando y asumir la "despiadada" elección de lo imprevisible.



 Las ventanas del mundo_
No hay deconstrucción más real que la intelectual. El debate sobre las arquitecturas y las ventanas del mundo se ha intelectualizado, la ciudad también. Son críticos y popes los que organizan las editoriales, los que enumeran conceptos e iluminan caminos. Mientras tanto se olvidan de los rituales cotidianos del Té que Kakuzo Okakura ofrecía desde sus porcelanas exquisitas. Tras la humildad de las ventanas (imagen arriba), tras la "inhóspita" puesta a punto proyectual, se esconden los ejercicios de la primera humildad; la primera de todas!! El retintineo de las vajillas, el humor y el amor del hogar. No hay casi escritura posible que acoja toda esa dignidad, y de haberla, se ha escrito en algún sitio al que todavía no hemos llegado. Sirven mejor los Massimilianos Fuksas con su alardeo formal junto al Kurá (Mtkvari) y su prestigiosa puesta a punto bancaria. Me quedaría ahí tomando té sin duda; detrás de la ventana -la primera del mundo- porque por lo menos quedarían dedos en mis manos con los que escoger las primeras hojas...