jueves, 20 de diciembre de 2012

Llanto




Quizás sea el lugar más inapropiado, el espacio más indeseable donde expresarse. La escritura no puede extender su verdad, ni siquiera quedarse cerca. He visto tantas veces llorar que no recuerdo muy bien qué lágrimas me mojaron, y cuáles me resbalaron. No soy capaz de diferenciar si fueron los llantos del amor o los llantos de las pérdidas los que me empaparon, los que me sacudieron, en ese vomitorio que escupe desde nuestras entrañas todo lo que nos sobra, aquello que ocupa demasiado espacio. Podría vivir sin llanto mucho tiempo, casi tanto como quisiera, pero sabría desde el inicio que el no dejar caer las gotas; deponer su vuelo, sería como dejar de huésped a un muerto junto a mi corazón. No lograría ocultarlo, antes o después, lloraría de otro modo; quizás gritando, quizás quebrando las sombras, matando los cielos o emborronando los soles con la llegada de las mañanas. No podría, aunque ahora diga lo contrario. He visto a los hombres llorar tantas veces, escupiendo fuego y vísceras, malhumorados por la sequedad de un corazón que ha perdido una de sus partes, doloridos, huyendo despavoridos para que alguien se siente a escucharlos, abra sus manos y recoja el derramar de los sentimientos de la lluvia sufrida. Espero, sin embargo, callarme cuando juzgo, cuando como teniente me acerco a divisar lo que creo y no sé ver, lo que intento sentir por el otro y no siento. Ahí sólo pido, tan sólo pido, esfumarme, disolverme en el lenguaje y ser capaz, a lo sumo, de apagar la artillería, de silenciar un astuto engranaje de palabras que no sofocan, avivando más el llanto. Querría allí reservarme, pedirme quietud y calma, ser susurro y no voz, arroyuelo y no cascada. Ahora lo veo claro, sólo espero tender mi cuerpo al sol, dejarlo que se derrita, que expulse todo lo que sobra, que permita la entrada de un nuevo aire, que el aire me limpie, me eleve y lance sobre los árboles y los cielos. Mientras tanto tú, el que me observas, quédate quieto por favor, sin miradas entornadas, sin lupa y distancia, sin ese espesor que te hace indescifrable. Quédate, si quieres, entre la noche y el día, entre mi corazón y el tuyo; en ese lugar donde la amistad y el amor comienzan…

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