jueves, 20 de diciembre de 2012

Escaleras de regadío




Hoy las fuentes del agua han cesado de murmurar gotas, se han literalmente apagado. En aquella jerarquía de pasos sin sentido que comienzan en el umbral de la calle, donde se sitúan los vestíbulos, inician o se extinguen relaciones y comunicaciones pasajeras. Todos pensaréis que la naturaleza de ese espacio vertical que configura la escalera es, por definición, un espacio avocado a la transitoriedad, al contacto lejano, a la pérdida de la voz por el silencio; como un relevo que sustituye el alboroto ciudadano de los urbanitas del aullido por ese sosiego pacificador de la penumbra oculta. Un estar dentro que calma y apacigua un caminar que al subir, como en una carrera de velocidad sobre el tartán, se modera y va perdiendo fuelle y fuego conforme se va produciendo. Hay algo de cierto en ello pero no deja de ser, como casi siempre, una visión de entrada algo acotada y hermética. El tiempo y el campo libre de la imaginación avivan nuevas cosas, grandes recorridos y en ellos queremos movernos. Pensaremos que esos espacios son también; cuando se fatigan de contacto e ilusión, trincheras donde la guerra cruza y los fluidos se mezclan. Me cuesta imaginar que aquella cuesta o pista que se alza sobre mí es tan sólo la manera de unir o tejer espacios, de dotarlos de cierta coherencia para que, los hombres al recorrerlos no sientan miedo y fatiga. La fatiga, sin lugar a dudas nubla, y en ocasiones viene asociada al vértigo y la velocidad. No podemos en ningún modo sentir  alivio en estos lugares verticales si nuestros compañeros de viaje precipitan el éxodo e instauran el arrebato como instrumento conductor. No sentiremos jamás de ser así, la fuente de energía que sacude nuestras arterías al ralentizar nuestro paso; averiguando como allí, el tiempo termina siendo otro. Las escaleras huérfanas de relaciones e hijas directas del secano son también espacios de regadío, motores de la seducción y la comunicación. Quizás haya que aventurar que poseen una cualidad precisa y particular: la incertidumbre. Un distinguido y peculiar visitante que consagra y facilita las relaciones, a pesar de una pretendida predisposición general a su rechazo. Sin lugar a dudas las escaleras de regadío son compañeras directas de la incertidumbre, de la duda, de lo imprevisible y, por eso mismo, merecen un tiempo y dedicación especial para su disfrute y entendimiento. Quién no ha sentido esa fugaz mirada pasional y entornada, cruzada desde el sutil juego de la seducción, ese punto intermedio que se sitúa entre escalones; unos que suben otros que bajan; como nuestras pasiones y sentimientos. En esa ladera de peldaños construidos reaparece la metáfora y la fuerza irónica del amor, entre el estar cerca o lejos, el acercarse o huir, el atreverse o salir corriendo. Sin embargo no hay nada como sentir la punta de los pies sobre esos escalones, volviendo  a pender de un hilo nuestro equilibrio roto, nuestra esperanza o desventura en la conquista. Da igual el resultado; positivo o negativo, lo importante es el grado de consciencia que adquirimos al caer en la cuenta de su poder como horizonte que separa o une el contacto con los otros y nosotros mismos. La incertidumbre adquiere un grado supremo al decidirse todo en el cruce o intercambio compartido de caminos. En aquél juego todo se convierte en un hermoso escaparate de sueños y posibilidades, de apariencias y realidades. Vuelvo a pensar que en ese delicado equilibrio que se asegura con la manifestación de las barandillas, se instaura un orden de comunicación que desgraciadamente tiende a convertirse en residual cuando perdemos la visión amplia sobre el fenómeno. Pararse sin urgencias es necesario en cada espacio que visitamos, pero las dificultades crecen cuando la espera viene empujada por la inercia producida en la subida y la bajada. Por eso mismo es aún más necesaria esa parada en seco que abre un campo nuevo de visión con el que conocer la arquitectura, con el que facilitar la comunicación. Allí en la detención que deja frenada sobre el asfalto, el tiempo es otro, es nuestro, la seducción comienza y la conquista se convierte en compañera vital de nuestro mundo.

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