jueves, 26 de noviembre de 2015

escribIR

Este es el verbo en el que me convierto cuando dejo que mi interioridad se transcriba en palabras. Ser este verbo, escribir, no es un momento fácil. Recorre un trayecto que me lleva de la desconfianza en las palabras a la confianza en el proceso.
¿Queda algo de verdad tras la escritura?

¿Estoy escribiendo para mi mismo o para ser leído?

Una elección se me plantea, casi siempre al principio. Si escribo para ser leído, trato de comunicar algo al otro o esa creación propia que creo no ser yo, pero puede que nunca esté seguro de no serlo. Así busco dejar una estela de verdad, de sentido o de belleza que llegue a formar parte del lector.

Si escribo para mí mismo, el escribir, la escritura y el que escribe busca la disolución de sus límites en el verbo. Quizás este proceso haga del escribir un acto válido en sí mismo… no sé; tal vez nunca lo haya experimentado como tal, quizás siempre hubo alguna pretensión de conquistar alguna verdad profunda, de descubrir lo de dentro haciéndolo visible al intelecto, sacándolo o esculpiéndolo con palabras. ¿De verdad hay algo hay dentro? ¿Hay alguien ahí? ¿Hay tiempo? ¿Espacio? ¿Hay siquiera interioridad? ¿O son sólo pensamientos que pasan como ráfagas de viento, sin dirección, sin objeto?...

¿Dónde está mi casa? ¿Quién es ese ‘yo’ que se pregunta por ‘su’ casa? Tan sólo es ‘algo’, un ente indeterminado que tiende a nombrarse para comprenderse, para saberse parte de algo que lo trasciende y con lo que tiende a identificarse cuando deja de nombrarse. Se trata quizás de un yo jerárquico cuya identidad es dinámica, que se define a sí mismo en relación a lo que considera no yo, a lo que llama ‘lo otro’.

Nombrar un yo es poner algo que me es propio, algo de mí, en relación a algo que considero ajeno, externo o periférico. En realidad, eso que hoy veo como externo, podría INcorporarlo al situarme en otro nivel de la jerarquía del yo.

Cada vez más, siento el mundo, a eso que llamamos realidad, como una emanación diferenciada que es propia de cada centro de conciencia. Cada centro de conciencia es un instante desde donde el universo se recrea obedeciendo a las leyes singulares de ese centro de conciencia desde el que emerge el universo.

La idea de universo, en el sentido de un lugar común para todos los centros de conciencia donde todo ocurre simultáneamente es quizás una idea distorsionada para el ser individual; una idea que alimenta al ser social y lo lanza a un territorio de ficción al que concede mayor validez que al propio mundo, como emanación única e intransferible… tan sólo una voz, quizás.

Y queda abierta una pregunta para cuando el instante emerja… llegado el momento de la indagación:

¿Cuál es la relación, o cómo se relaciona el ser individual con el que me identifico ahora, con el ser social o colectivo que se ha construido mecánicamente como escenario para la manifestación del personaje que interpreta este papel en el teatro del mundo?


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