viernes, 13 de junio de 2014

Hay que sacarle la lengua al mundo


Jumilla parcelas

Es la misma tierra la que expresa su arquitectura. La misma necesidad, el mismo lugar, el espacio más inmediato, la sobreabundancia de lo cotidiano. Parecía al comienzo, a  nuestra llegada, que las lastimosas caídas del sol sobre el cogote se harían insoportables. El lugar derramaba hostilidad pero también belleza. Había que apostar hacia donde se dirigiría la balanza. Nos salvaron los almendros, las oliveras centenarias. Nos salvó ver crecer desde la tierra los pequeños almendros, que obstinados, se inmovilizaban ante la dura caída del sol. “Almendros inmóviles” que sustituyen a las encinas que relata Miguel Ángel Asturias, pero árboles al fin y al cabo. Criaturas protectoras que casi sin espesor en sus copas recogieron la comida, la charla y el gazpacho. Poco quedó del delirio urbanita, casi desconocido y extinguido a ráfagas en las laderas vecinas. Precisamente unos vecinos; lugareños del lugar, cuatreros de la sabia del mundo nos sirvieron de guías. A la cabeza Amador, propietario de las parcelas, exhumador de vientos y tierras. El coloquio fue abierto y atrevido. No quedó despojo de vergüenza ni arrepentimiento, sino sólo valentía. En aquél lugar, ante los ojos atónitos de los presentes, don Amador lanzó una de sus máximas: “hay que sacarle la lengua al mundo”. Y nosotros que venidos de la ciudad habíamos visto quebrada nuestra ilusión por la falta de agua y la improbable osadía de las ovejas alpacas, vimos como todo nuestro sistema nervioso hervía y sacudía nuestro cuerpo. Uno no sabe muy bien qué encontrará en aquellos lugares que visita por primera vez, pero resulta extraño que la voz del pueblo desafíe con tanto descaro a los “torpes” ciudadanos visitantes. Conocedor como ninguno del lugar, Amador nos retó y propuso el desafío. Ni la comida, ni el gazpacho suavizaron el ronroneo que se prolongó durante el resto de la mañana. Más tarde, ya solos, visitamos toda la parcela, su arbolado, sus piedras y vistas.

   Sombras, tierras y gazpacho

 El cuerpo de la arquitectura está allí, sin duda. Tanto su cuerpo estructural como su cara y figura. Creo, que es una oportunidad directa para sacar el máximo aprovechamiento de lo existente (cualidades granulométricas etc) sin buscar formas ni parecidos. Poco o nada queda entonces del anterior proyecto con aroma italiano, que  demuestra  lo importante que es empaparse de la “carne del mundo” para proyectar. Sobran las palabras.

Materia y energía. Jumilla

Al caer el medio día nos acercamos a Pinoso. Casi forajidos caímos en la plaza del ayuntamiento. Buscábamos preexistencias, lugares de la identidad. Buscábamos espacios singulares que hablaran de los orígenes y la cadencia del tiempo. Poco o nada encontramos, salvo la triste y generalizada estela de la mala reproducción de la ciudad y la famosa “puerta de la suegra”. Elevada como una patada en el culo que expulsa los malos y desafortunados huéspedes de la arquitectura. No exenta de significado marcó nuestra visita, y es que a veces, la mala arquitectura, encuentra en los lugares del humor y la ironía la escasa fortuna que le salva; aunque sólo sea para el rato de café posterior. Afortunadamente no tuvimos que entrar para posteriormente ser expulsados del paraíso. Nos quedamos fuera. Es preciso que señale que nuestro tiempo fue leve y casi ingrávido. Menos mal que no nos quedamos a dormir. Seguimos insistiendo en las preexistencias, no queríamos abandonar. 

Puerta de la suegra. Pinoso

Desde Pinoso a Jumilla. Pasamos por los Juzgados que han perdido su piel; su fachada compensatoria diría Frampton, y desde ahí hasta la Plaza de Arriba, hoy trasformada en pista de patinaje artístico. Quizás; como dijo otro sabio de lo cotidiano, hayamos llegado tarde y sólo nos queden los higos podridos para la merienda (esa era ya la hora), pero, ¿Llegamos tarde o demasiado temprano? Me entristece profundamente que la arquitectura haya olvidado que aquellas leyes milenarias de la sombra, el agua y el aire ya no son tan necesarias. Me entristece profundamente que la delicada incursión de las nuevas formas arquitectónicas favorezca la caída y desestime la comodidad. Aquél visitante del día a día, de los cien mil amaneceres tenía la garganta tan grande que su verdad nos encogía.
¿Qué contestar?
Nada o muy poco.
Ante los grandes maestros uno debe mantenerse en silencio. Hubo otros, sin embargo; como pasa mucho en la disciplina, que prefieren salir corriendo y tapar los tímpanos. Que son herederos de una cultura de élite que no está dispuesta a remangarse y tirarse al suelo (los suburbios de la ceguera). Me entristece, nuevamente, que esos círculos sigan dominando las arquitecturas de lo cotidiano.
Queridos maestros de la mañana y la tarde, de las diez mil cosas y de ninguna. No sé si llegamos tarde o temprano, con acierto o con torpeza, pero esperamos no separarnos nunca de vosotros.

Desde Jumilla con amor…Amador del mundo

Plaza de Arriba. Jumilla



No hay comentarios:

Publicar un comentario