miércoles, 8 de mayo de 2013

Leve


Del todo absurdo tratar de describir un lugar que es creado a cada instante por el aire, la luz, la sal marina... el aroma de la brisa mediterránea. Esta casa, o quizás este barco varado a escasos metros de donde rompen las olas, parece que lleva ahí una eternidad cuando en realidad, una realidad que a nadie verdaderamente le importa, han pasado a penas dos años desde que su dueño terminó su ampliación y comenzó a habitar plenamente en su espacio y me atrevo a decir que su propio mundo. Quiso el destino que así fuese...
Quizás aquí solo quepa expresar sensaciones que evoquen algunos instantes del encuentro, como anécdota que por su intensidad o por su capacidad de devolver el impulso soñador al alma, merezca la pena ser recreada.

Su techo hacía de cielo protector... 
estar inmerso en una nube, disuelto en el espacio o levitar desde el centro del paisaje...
desplegar las alas, ir y venir, salir por una puerta casi rozando el suelo, entrar por una ventana, salir por un lucernario, volar dentro y fuera, planeando más allá del horizonte adivinable... no hay manera de sentir obstáculos; nunca se me ocurrió creer que los hubiese aquí, en esta fusión de aires, de luces, de espacios... en una experiencia inmaterial de ser todo alrededor, ingrávido, incorpóreo, etéreo... siendo la experiencia sensorial que colma, que fluye de un instante al siguiente sin necesidad de detener el tiempo y sin conciencia de que sigue pasando, de que ya nada puede ser como antes... y de que la memoria, tal vez, quizás, en algún momento emerja recreando lo vivido en aquel viaje al paraíso


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