domingo, 17 de junio de 2012

Contextos


          
  La arquitectura ha encontrando en el territorio y el lugar un campo de inspiración donde proyectar sus aspiraciones, unas veces encontradas, otras tantas inventadas, y en ocasiones el fiel producto de la investigación creativa y proyectual del arquitecto. Sin lugar a dudas el lugar o el territorio, en sus plurales e infinitas posibilidades constituye una extraordinaria plataforma donde verter ideas, sueños y realidades compartidas. La arquitectura encuentra en este aliado un motor de empuje, de estabilidad, pero también de fractura, de cambio e intercambio: la arquitectura explora el lugar y lo transforma y a su vez se ve fuertemente modificada o alterada por sus leyes inexorables, naturaleza y características. A diferencia de las artes, y tal y como ha apuntado entre otros Marina Waisman, la arquitectura no posee una unidad cultural  significativa propia e individual que permita situarla en cualquier lugar, sin que por ello puedan verse alteradas las condiciones elementales y esenciales de esas unidades. Gran parte de los significados de la arquitectura le vienen dados precisamente en el campo o contexto donde al final deciden implantarse, y es precisamente el contexto; en todas sus variables, el que suma, modifica, cualifica e identifica el artefacto arquitectónico. No obstante hay que añadir, y con respecto al arte, que la idea y aclaración de Waisman construida en torno a los años setenta se ha visto alterada. Desde entonces el arte ha prolongado su investigación en materia de “acción” urbana o paisajística. Las leyes de apropiacionismo y cohabitación entre el arte y la ciudad o el lugar han superado las fronteras perceptibles que el filtro de hace más de cincuenta años permitían ver. Ahora, ya en el mundo contemporáneo, el arte ha invadido la ciudad y la sociedad, empapando a ésta y fracturado los límites culturales y significativos que tiempo atrás estaban algo más definidos. El arte ha escogido esta senda que había sido una conquista casi exclusiva de la arquitectura. Sin embargo, debe señalarse un aspecto que modifica y altera profundamente todo el argumento anterior. Efectivamente, y aunque el arte haya depositado parte de su energía en la ciudad y el contexto para concluir su propuesta artística, y en esto haya visto mermada en parte la base de autonomía en los términos en que se daba, sin embargo, sus recorridos se producen todavía algo distanciados con respecto a la ciudad, el lugar, el contexto y la sociedad en la que participan y se desarrollan. Un gran número de actividades siguen manteniéndose dentro de la transitoriedad  y lo efímero no dando tiempo a su asimilación y por lo tanto, no son lo suficientemente contundentes para variar o trastocar la personalidad existente de la ciudad. Este aspecto, resulta crucial para establecer un punto de dominio o diferenciación que le es propio casi en exclusiva; para fortuna o desgracia de la disciplina, a la arquitectura. La arquitectura deposita un torrente de fuerzas, recogidas del lugar, que antes o después terminan confluyendo en el territorio de la realidad del que nacen y en el que al final terminan siendo protagonistas. Cada uno de nosotros, por muy atentos o inconscientes que seamos de la ciudad o el lugar donde vivimos, nos vemos directamente o indirectamente envueltos en esa “experiencia integradora”(Zevi) que es la arquitectura. De otro lado, y aunque exista una fracción del arte vinculada a una posición ético-social crítica, en la inmensa mayoría de las ocasiones, el arte no busca proposiciones encaminadas a resolver conflictos, exponer argumentos y aclarar ideas, sino simplemente a expresar fuentes emocionales que le son propias y que no pueden ni deben entenderse desde el lenguaje de la arquitectura. En parte, y recuperando a Sontag, la tarea del arte se diluye en el complejo mundo de las sensaciones y las emociones, y no es tarea de aquél, basarse en elucubraciones o argumentos de contenido teórico necesariamente. Sontag va más allá cuando afirma contundentemente que la función de la crítica es precisamente la de borrar las huellas reflexivas que buscan siempre en el arte una dosis de contenido interpretativo que es precisamente el primer indicio, según la autora, de la debacle y colapso de la crítica.
            En la arquitectura, empero, y así se defiende aquí, sucede todo lo contrario. En las líneas de arriba, se afirmaba que la arquitectura no podía constituir una unidad cultural autónoma al basarse en una serie de relaciones ilimitadas que se producían entre la arquitectura y el lugar físico y social donde se producía. De igual modo, y a diferencia del arte, la arquitectura y precisamente por constituir parte integrante de esa estructura histórica del entorno, compone una fracción más que ayuda a comprender e identificar el lugar donde nos encontramos. No se trata ya; como pasaba en el arte, de expresar emociones o significados que como se apuntaba, no intentan explicar, en parte, el mundo y su funcionamiento. La arquitectura, al formar una pieza integrante de esa estructura, dibuja ya los recorridos que explican el por qué de la ciudad, del lugar, de su identidad, de su sociedad, y de las formas de habitar que la constituyen. Por lo tanto, la arquitectura y su relación con el territorio, no es accidental, ni puramente expresiva o emocional, sino el resultado de los vínculos necesarios y estructurales que se producen entre la arquitectura y el entorno vivencial en el que se da. Este aspecto resulta crucial para diferenciar y situar dos disciplinas que en el mundo contemporáneo en el que vivimos prácticamente llegan a ocupar, en ocasiones, el mismo territorio de acción: la ciudad y el paisaje.
            Bajo esta perspectiva compartida, resulta imprescindible señalar los campos de actuación que podrían todavía, y a pesar de la insistencia exterior, considerarse únicamente propios de la arquitectura y a lo sumo del urbanismo. Siguiendo con lo expuesto, a la arquitectura se le confiere un papel social de protección que no le es propio totalmente al arte. Sobre esta problemática el debate podría extenderse mucho, debido a la enorme cantidad de reflexiones vertidas que desde el siglo XX hasta nuestros días se vienen produciendo. Sintéticamente, deben apuntarse que han habido dos recorridos fundamentales que lo ilustran: en un primer lugar la crítica que surgida bajo la luz confusa de la postmodernidad ha tendido a corregir las reductivas propuestas encabezadas por el funcionalismo y la arquitectura moderna con enfoques que han criticado fuertemente la estructura ideológica donde se asentaba la modernidad. De ahí, su propuesta destructiva contra una versión excesivamente intelectual y racional de la arquitectura que consideraban superada y que fortaleció una lectura comunicativa y ecléctica de la arquitectura postmoderna que condujo en su base a una alternativa arquitectónica que sin embargo no llegó realmente nunca a cuajar definitivamente. La problemática "Post" sobre las posibilidades de la arquitectura llegó sólo a exponerse, pero nunca a resolverse y en ese camino terminó diluyéndose.

     Otra alternativa, sin embargo, ha cobrado fuerza y rigor progresivamente en la escritura crítica que arranca aproximadamente durante los años 40. Desde ese momento, y empujada desde una serie de arquitectos algo descontentos con la praxis e ideología de la modernidad, han ido abriéndose recorridos que manifiestan la pluralidad de la modernidad y en concreto de la arquitectura moderna, poniendo en tela de juicio los exámenes evaluativos de los excéntricos postmodernos. Su postura, encaminada a resolver las fuentes apagadas de la arquitectura moderna tendió un brazo a aspectos todavía entonces no pensados o descubiertos en la disciplina. Ese margen de maniobra, permitió a la modernidad mantenerse subterráneamente oculta, pero atenta al paso acelerado y precipitado del “baile de espectros”(Sola Morales) de los arquitectos postmodernos. De ésta última alternativa, se entiende una reflexión que afortunadamente ha querido seguir subrayando la condición social que la arquitectura sigue sustentando y la importancia que dicha estructura tiene en el quehacer proyectual. Desde esa condición social, quizás repetida y compartida en estas líneas se subraya una idea que los modernos compartieron y que hoy recobra nuevas energías. El lugar y el territorio de la ciudad, su estructura social e histórica siguen constituyendo la mejor herramienta y fuente de fuerza con la que pensar y construir la ciudad y los espacios de acción del habitar contemporáneo.

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