Esa ha sido tu vida, una acuarela diluida.
Siempre más agua, al llanto, al fuego,
más agua. La serenidad despejada de tu frente, de ideas, de silencio sin
palabras. Escuetas, medidas, herrándolas
al cielo. La lluvia fue tu garganta, no necesitaste apagarla. Cada
puerta, cada artería abría su alma cuando desde el cielo caía. Las gotas, los árboles y sus hojas rugieron
por velar por tus sueños, en los que renacías cada noche y siesta. Eran tus
amigas las huertas, los campos de trigo y girasoles, los que visitabas con
ojos de niño y narrabas con palabras de adulto. Son esos campos los que te
acogieron, como aquél urbanita desesperado que huye del grito gris ciudadano, y alcanza la serenidad de la tierra del campesino. No hubo tiempo rápido en
tu paso, por pensarse tanto, al diluirse, al fundirse con el suelo. Y en ese
camino abriste tanto los ojos que no quedó nada por ver ni sentir, todo se
sintió tanto que debiste soñar más, para poder inventar, para seguir sintiendo.
Crujiendo y partiendo los grandes relatos te quedaste en los rincones ocultos y
heridos de la mente. Allí acampaste; huérfano de servidumbre y exhausto de
libertad. Homenajeando a la lentitud que fue tu amiga; la que te acompañó
siempre. Alabando a la piedra que esculpiste; en sus grietas. Ahora el tiempo
te despide, esperando nuevo paso, y se acerca a través de una bocanada de agua,
de agua clara, de lluvia que ilumina.
Ahí te veo, querido padre...
Y no te olvido
Ahí te veo, querido padre...
Y no te olvido
“lluvia, agua clara, la
lluvia…”
conmovedor, por su exactitud, por su cercanía, por su sencillez, por su sentimiento... porque con la imagen hace un mapa, poético pero muy preciso, para quién no lo haya conocido, ni compartido un instante con él.
ResponderEliminarGRACIAS!!
Bueno, Juan aquí veo una gran propuesta, un lenguaje poético que resalta lo cotidiano y un lirismo que desborda en ansiedad de ser contado. Felicitaciones.
ResponderEliminarLucas Montero