miércoles, 31 de diciembre de 2014

Elegir el mundo



Todo se genera en base a una idea, una reflexión, una elección. No hay modernidad, ni modernidades, sino nomenclaturas. El nominalismo crítico y depredador ha desvirtuado la realidad. Ya no se trata de una ruptura o su cara opuesta: la continuidad. Ni siquiera se trata de vender bajo la publicidad amable su posibilidad. Tampoco interesa precipitar su enterramiento o su caducidad. La modernidad es puro nominalismo. Quizá, haya que ver que tampoco se trata de averiguar si ha muerto; no queda nada de ella o no ha acabado. O lo peor, es “inacabable” en palabras de Bauman. Se trata de poner al sujeto, al ser, ante su mundo, ante su elección.
Elegir esa parte sensible, sin lugar a dudas, nos pone ante un desafío crucial: tomar conciencia de nuestras posibilidades y elecciones. Augé delimita bajo su círculo de tiza un mundo que no puede considerase objetivo. Más bien es un “artefacto” modelado bajo la mente del que ve y piensa, escruta e interpela. El mundo, nuestro mundo elegido, es muy cauto y perezoso, gusta de la digestión y reproducción de los otros. El consenso sobre la modernidad origina una “zona de confort” intelectual que suele oprimir nuestra propia visión sobre los hechos. ¿Modernidad o modernidades? ¿Modernidad inclusiva o ilustrada? ¿Una alternativa a la modernidad? La despensa de la crítica y horizonte de la modernidad es tan grande, que la solución no estriba en la construcción de un observatorio escrupuloso sobre la misma, sino en la aventura de la apropiación individual. El lugar moderno, tan sugerido por la crítica, explica muy bien el proceso digestivo de la crítica. Sin embargo, hay algo que omite la generalidad intelectual: la elección del mundo, su operatividad. Cuando se alza el grito sobre los eriales de la arquitectura y urbanismo modernos, cuando se circunscriben las plataformas de comunicación aérea y terrestres a los “no lugares”, se omite uno de los valores y cualidades más intensos de nuestra naturaleza: la supervivencia; en todas sus manifestaciones: la económica, la cultural; incluido ese espacio tan deseado y aprovechable como es el amor. Sí, el amor, y su estado más embrionario; la seducción. Éste pone patas arriba los soportes de hormigón que encauzan las teorías separatistas de la modernidad. Olvidan su estática vida escénica y pervierten las entrañas de los sucesos consensuados de la crítica. Se ponen bajo su mentón y lanzan un golpe a su yugular. El lugar, quizá uno de los territorios expiatorios más encubiertos por la modernidad y sus secuelas (los post), se diluye cuando un individuo estúpido pero intrépido se propone lanzar su conquista en la cabina de un avión y lo consigue. Para muchos esto sería tertulia y rumorología descafeinada, pero para otros, sitúa y pone en entredicho una de las grandes cuestiones de la humanidad: nosotros elegimos hasta las heridas, los malos olores y humores. Nosotros elegimos qué modernidad somos…


"Pequeñas decisiones"


Resulta difícil vivir lejos de la trascendencia. Se hace complicado emprender la elección en las grandes escalas. Casi siempre embotamos la mente con presagios de grandes cosas, grandes decisiones. Vivimos para ofrecer: “creo que he venido a ofrecer algo al mundo” Los mismos gestos de esa empatía de escalas traen consigo una tormenta. Al levantarse la atronadora fuerza de la gran decisión se abre paso. Probar a decir que no es un inicio. Probar a desligarse de las grandes escalas es la confirmación. Estamos hechos de muchas unidades, somos millones y millones de sustancias. Si nuestra biología tiene tantos huéspedes, por qué nos hemos empeñado en quedarnos con uno sólo. Yo empezaría por una pequeña decisión. Fijaría mi atención en todos esos elementos inmensos e innumerables que nos constituyen. No hablo de hacer criba ni tampoco de selección darwinista. Generalmente las pequeñas cosas, las pequeñas decisiones, están tomadas mucho tiempo atrás, pero sólo hace falta eliminar la tierra que queda encima. No es necesario averiguar horas y horas qué hay que hacer y hacia dónde hay que dirigirse. Las moléculas del mundo no se paran a pensar ni se dedican a ver qué relación guardan con las otras: simplemente siguen un rumbo natural, dirigido y espontáneo al mismo tiempo. La pequeña decisión tiene un origen molecular. Cuando alza la cabeza en la mañana tiende a buscar la dirección de su vida. Hay como una necesidad de ubicación, de saberse dónde se está. Ahí surge un desdoblamiento que muchas veces provoca un vacío, una oquedad. Saberse envuelto en la pequeña decisión ayuda a desterrar el comportamiento encaminado al presagio o el porvenir. Su estado es tan natural, tan pequeño o minúsculo, que con muy poco las garantías del éxito están garantizadas. No hay vitalidad mayor que la que aparece conducida por la pequeña decisión. No puede haber lastre o drama, cuando esa elección, la más pequeña, es la única cosa que estamos dispuestos a realizar para partir. Porque si algo se aprende de ésto, es que no hemos venido al mundo, realmente, a rendir cuentas con respecto a las grandes programaciones que supuestamente tienen reservadas para nosotros. Todo el campo de la sabiduría interna comienza en un pequeño paso, el más insignificante de todos. De éste al siguiente. Y así sucesivamente. La pequeña decisión es una abertura que por su tamaño sólo se deja ver desde los ojos y el cuerpo vital de quien la ha tomado. Esa es su gran ventaja: sólo tú, únicamente tú eres el creador, el jefe de tu empresa. Tú pones los horarios y tomas las decisiones. Tú comienzas todo. Y tú lo comienzas todo con muy poco, con casi nada. Sin ninguna gran escala. Con una “pequeñísima decisión”.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Una o dos palabras



¿Será suficiente una o dos palabras? ¿Será suficiente olvidar todo para medirse con el mundo? Una o dos palabras, como última llama de fuego o la primera, pero sólo esas dos. Esas dos para amanecer e inspirar aire al levantarse, para dar los buenos días, para acercarse al mercado y comprar fruta, para saludar a alguien en la calle, para sortear una confusión, para salvar un enfado ajeno, para dirigirme a las estrellas de una noche despejada. Para decir te quiero o te amo, para expresar amistad, para abrazar la soledad y no discutir por ella. Para una caricia bien sentida, para hablar en otras lenguas y contar otros cuentos e historias.
Una o dos palabras, como pantano de agua, como bebedero intelectual de las emociones. Sólo esas dos para construir caminos y no olvidar los ya hechos, para evitar el rencor y conversar con la alegría. Para ser tú más que nunca. Para hablar de ti tal como eres, sin arrogancia. Para visitar la ciudad escuchando, eligiendo las postales que tú únicamente creas. Para proveerse de piedras, cantos y guijarros evitando los diamantes. Para decir a quien se quiere, que no puede quererse más ni tan poco. Para emular al amor en una estación, en el check-in de un aeropuerto, en los arrabales. Para ser testigo de tu mundo sin pasajeros exteriores. Para moler el grano del trigo con la lluvia del amanecer.
Una o dos palabras, como silencio y paz individual, como transeúnte que no enseña y aprende en cada paso. Sólo esas dos palabras para la sinceridad y el abandono de la pose, para la creatividad originaria que todos tenemos. Para ser cumbre y lodo, pico de montaña y túnel subterráneo. Para ser bocanada y respiradero, viento helado y huracán. Para amar los árboles y cada criatura del mundo. Para ser amado y dejarse amar por ellos. Para salivar cada instante, para hablar con el tiempo sin premura. Para no esperar nada que no sea a ti mismo. Para desvanecerse y romperse. Para redefinirse y brotar. Para salpicar y sentirse manchado por los colores maravillosos del mundo. Para guardar la higiene en el corazón y ensuciar la piel a brochazos.
Una o dos palabras, a lo sumo tres, nada más. Como perpetuo fluido que nace y muere; se reinventa y transforma. Sólo esas dos palabras para sentir el mundo en su estado original, sin temor a estar descalzo junto a toda la locura de la vida. Para vivir cada día sin presagio ni nostalgia combativa. Para ser tan sencillo como un rumor. Para no tener nombre y tener el de todas las cosas. Para ser la tierra madre. Para ser arquitecto sin arquitecturas. Para ser amor desde el primer hálito y hasta el último. Para no perderse nunca por estar tan cerca de todo. Para ser sustancia, molécula, semilla…

Para ser vida…

Lugar: Encuentro con la parcela y la tierra en Pinoso (Jumilla)
 Metodología: Radiestesia y "una o dos palabras"...

sábado, 22 de noviembre de 2014

El proyecto y la lluvia



Amanece entre limoneros caídos por la debilidad. Se han apresurado por mirar, por alzarse en el cielo. Cuando protesté por la delicada tierra no me entendieron. Había vivido la sombra, la luz del sol bajo las copas de los árboles. Había sido testigo del alimento entre los dos planos más antiguos de la arquitectura: la tierra y el cielo. No caía una gota. Todo era luz a raudales. Un metro, un paso y la búsqueda de las escalas. Hay ahí algo olvidado o sometido a la sobreabundancia. Nuestro mundo no entiende de lluvias y proyecto. Se empeña en la sequedad y la dureza. Si nos afirmamos en un rumbo proyectual que se alimenta de las sombras de los árboles, pecamos de ingenuos y estúpidos. Pronto surgió la nomenclatura de los “limoncitos”: aquellos ser_es que viven y se ilusionan por un mundo de tierras y árboles. Que se empeñan en no vacilar en su defensa. Ahora que ha caído poca lluvia, la necesitamos encima del proyecto. Todo nació ahí, junto a los limoneros, pero sólo parece que ven su “insolencia”. Hasta aquí hemos llegado. Los cuerpos de sus troncos no son más que mercancía o escaparate, parecen verse como el rastro de otro mundo que ya no se toca o siente cerca. Yo sigo ilusionado con sacar la cabeza bajo la ventana. Sigo soñando con el azahar, con el brillo intenso del amarillo. Sigo creyendo en la rivalidad de los amarillos!! Y me he adelantado porque creo que veo o presagio parte de mi futuro. No lo traigo pero lo veo. No puedo creerme que necesitemos reconstruir lo que ya ha sido regalado o dado para nuestro disfrute. No creo que haya que divisar a lo lejos el paisaje en su espesor infinito, cuando éste se derrama tras nuestra puerta. ¿Y si cae un limón al agua de la piscina cuando me bañe? Seguramente será la señal de que hemos hecho bien las cosas o que, sencillamente, hemos dejado que se hagan solas. Las cosas están ahí por algo, obedecen a alguna extraña ley del viento y la lluvia, de las constelaciones. No son puro azar. Si me veo en aquella casa, tan cerca de ella para que sea verdaderamente mía, será porque he nadado entre los árboles, visitando todas sus hojas en la caída de la tarde. No quiero ni pretendo evadir el hecho de que cada palada que agite contra los troncos será mi propia ruptura, mi propia pudrición. El proyecto necesita de una lluvia, de una lluvia amable y serena. La que es capaz de despejar la mente. La que ayuda a saborear el mundo. Aquí llueve poco, pero llueven vientos en otoño e invierno, y las hojas caen torrencialmente cuando se las escucha. No me gustaría que fueran otros los que me contaran qué se escucha ahí fuera, a qué sabe la lluvia. No me gustaría ver a los lejos, enmarcando la vida en el horizonte. En cada rincón, el más próximo, se juega todo lo que hay que jugarse. En el milímetro entre las copas, en una rama, en el relieve desgastado por el tiempo de una hoja. Para mí todo el proyecto está ahí: en la lluvia, en la lluvia que no se da pero moja más que ninguna…


Lluvia al limón,
A su corazón.
Lluvia al amanecer que brinda verdor
A la luz que se derrama entre los muros silenciosos
Lluvia por doquier, sin mirar allí o aquí,
con la espera cuidada que cae desde el cielo.
Lluvia en la cubierta que viaja entre tejas
y cae sobre mi cabeza.
Lluvia de tornado de hojas verdes y emulsión amarilla
Con azul de crepúsculo e intimidad divina
Lluvia sin agua, de tierra y ramales de raíces
A la servidumbre propia de mis sueños

Tan sólo los míos…

jueves, 30 de octubre de 2014

Oblicuidad de la garganta




Cada vez que inspiro aire, hablo. Cada vez que me acerco a alguien, hablo. Hay un rastro seguido siempre en mí de palabras. Sólo palabras. Todo mi mundo es lenguaje, todo es interpretación. Medianamente mental o muy mental.
¿Qué sería de nosotros sin el lenguaje? ¿Habría otra forma de hablar? ¿Acaso más silenciosa?
¿No son las palabras tan sólo lenguaje y gramática suelta?. El silencio no es lugar en la garganta porque casi siempre aspiramos a decir más que el otro, a llevar la razón. Se trata de una garganta oblicua, no deja entrever la procedencia del lenguaje y puede que oculte la verdad. Susan Sontag escribió hace unos años sobre la necesidad del apagón crítico, la búsqueda de otra manera de mirar el mundo en la que no fuera necesario siempre pronunciarse. Un contra literal y veraz que amenazaba directamente la hegemonía crítica de nuestro mundo. Pero ya sabemos, la crítica no es sólo una necesidad nacida en la favorable y pacífica descripción del mundo, tampoco es, tan sólo, la puesta a punto de la historia; su ordenación para la digestión y comprensión de los hechos, es, antes que nada, un gesto de exhibición formal de nuestra vanidad.
Pero es extremadamente astuta, porque no se presenta, las más de las veces, desde una grosería invasora, sino que se inspira en un lugar aparentemente silencioso e inofensivo.
Es realmente difícil atisbar o ver la profundidad de su garganta porque el alzamiento de su voz se produce desde la oblicuidad.
Se vende serena. Incluso, se autoentierra. Desprende y arroja sus maletas vacías y pretende hacer creer que no hay nada  detrás de ellas, ninguna pretensión o ganancia.
¿Puede hablarse sin garganta, sin que en ella no haya más que el sereno encuentro con las cosas? ¿Puede haber otra garganta más transparente donde todas las voces, incluidas las más torpes, tengan cabida? ¿Es posible encontrar una interpretación que no niegue su posibilidad por no aventurarse desde el lenguaje? ¿Habrá palabras, como el maestro chino practicó con tanta sabiduría, que no hieran y pesen tanto en los rumores de la trascendencia? ¿Queda algo que no hablar, sin empezar, sin esperar, sin siquiera murmurar?
Todo depende de nuestra garganta, de si somos o no capaces de evadir el lenguaje para hablar con el mundo. De si somos capaces de tan sólo escucharlo. Qué más da entonces la oblicuidad de las gargantas. Qué más da que se empeñen en hablar más de la cuenta si nosotros ya hemos escogido el silencio como camino…


miércoles, 1 de octubre de 2014

Amadores del mundo




Amadores del mundo no cedáis!! No cedáis al empuje de los otros. No os empeñéis en imitarlos. Ya tenemos algo que nos diferencia. Somos más tontos e insensatos que ninguno. Nos hemos empeñado en ser felices con un puñado de arroz y hortalizas. Nos hemos empeñado en disfrutar de cada olor del amanecer, de cada sudor en la carrera de la tarde. Nos hemos preocupado en tener la ambición de la locura del instante, sin reproches al pasado y adelantamientos futuros.
 ¿Qué más da la gloria? ¿Qué más da llegar lejos? ¿Acaso no es llegar más lejos lo que reconcilia el paso con su tierra y tiempo? ¿Puede llegarse más lejos que estando aquí? ¿Puede llegarse más lejos que absorbiendo cada palabra, cada luz, cada segundo del ahora?
¿Es, de nuevo, más oportuno luchar por la trayectoria, por el acogimiento, por la reverencia y el aplauso? ¿Es más noble encaminarse, trabajando, a un futuro que ni siquiera se sabe si se vivirá?

Se ha dicho tantas veces, que quizá se peque de repetitivo, pero al instante le vamos a permitir, sin dudar, que se repita: que se exprese mil veces o un millón de veces, que sea tan fuerte que no quede nada fuera que subordine su presencia y audacia. Le vamos a otorgar todo. Desde nuestra estupidez hasta nuestra envidia. Porque el poder del instante es como el centrifugado de la mente. Absorbe los golpes y los transforma en caricias. Atrae a las bestias y las apacigua. Evita enfurecer y aporta toda una dosis de alegría. Por eso, hoy más que nunca, importa poco qué astuto plan hayan organizado los que creen haber ganado su puesto firme de funcionario. No hay despensa emocional más estéril que la que guarda su mercancía para años o siglos. Todo lo más que eso garantiza es, sin duda, la pudrición y el mal olor. La mente no puede conservarse en lata, ni puede alimentarse de acumulación o caducidades. Debe encontrarse en el vuelo, sin pan que masticar ni aceite que salivar. Cuanto menos acumule, mejor. Y la garantía para una despensa emocional sana, la pone el instante. Nadie que lo quiera o lo luche, podrá jamás esconder ni un trozo de jamón. Nadie que suspire por su cuidado, podrá encarcelarlo tras la vigía y el encubrimiento. Por eso es tan sanador, porque no tiene memoria ni nos prepara para nada. Sólo es duración interrumpida, desierto de lluvia. El instante no tiene padre ni madre, es desarraigo, es libertad, es la primera cueva fértil del hombre: el espacio menos construido, menos excavado, en donde el cuerpo de la arquitectura es, sencillamente, el cuerpo del hombre…

Celebración de Amo_arquitectura por su 100 cumpleaños y por el aprendizaje acumulado y todo el que queda por hacer. 

martes, 30 de septiembre de 2014

El olvido del habitante




“La arquitectura no se construye para ser “histriónica”, como sostienen algunos. A una ciudad que requiere tantos artefactos urgentes –como “una casa para cada uno”, escuelas, transportes –no le interesa que se coloquen esas guindas de pastel sobre sus desastres. Es algo estúpido”
Paulo Mendes Da Rocha

La ciudad grita para ser escuchada. Para enamorar y no verse enojada por el olvido. La ciudad pretende vacilar, exponerse ante nosotros. Cuando visité Londres este verano pude caminar a pié hasta la City del capital. La ciudad de los Rogers y los Foster. Todo parecía envuelto en celofán. Las prohibiciones de entrada, las escalas perdidas, la higiene de los sponsors. Podría haber caído en el embrujo de aquél canto porque no hay sombras donde apagar la fuerte voz con la que susurran. Podría haberme subido a un coche de lujo para desprender joyas y silbidos desde la ventanilla bajada. Probé a enamorarme, pero no pude. Se escapó todo el cautivo y despierto trasiego por la retina. Fue abundante, pero nada más. La ciudad no es sólo eso. La abundancia, cuando se ve de cerca, está vacía. Además, de qué sirve tanto espectáculo de superficie si sólo es máscara y cosmético. No puedo explicarme como todo aquél vendaval de arquitecturas no eran capaces de diálogo alguno. Están hechas para no dejar a hablar ni escuchar silencios. Se mueven continuamente en la especulación y el derroche. Por eso hay otras imágenes que son un alivio. El skyline del mendigo me salvó. La curvatura de su cuerpo reflejaba la misma que su pensamiento. Era un edificio en ruinas, apretado a sus manos, dejando caer la cabeza. Hasta podía ser la misma materia de los muros colindantes, desconchados. Exigía una rehabilitación, una conversación en la que explicara qué pensaba y cuál era su mundo. Es una pena que todo haya pasado desapercibido. La ciudad se ha acostumbrado a no poner nombre a este tipo de cosas. Somos capaces de asombrarnos ante la piel de los “fosteritos” sin conceder ni un segundo al hambre y la soledad de los mendigos. No tenemos punto intermedio ni lo necesitamos. La retina es siempre lo que cuenta, lo que da a este mundo su medida, su skyline. Y sobra todo lo que pueda comprometernos o avergonzarnos. Probablemente la City económica no nos invitará jamás a degustar el champagne de sus ejecutivos. Nos contentará con su cara bonita y pantomimas. Y a ser posible haremos fotos junto a la entrada de los edificios para subirlas a la redes sociales exhibiendo nuestra alcanzada fortuna retiniana. Mientras tanto, aquél cuerpo de lástimas y sueños perdidos, pasará junto a nosotros como si nada. Hemos convertido la ciudad en un muestrario de cuerpos de hierro, acero y hormigón, que son más importantes que el primer cuerpo del hombre. Le hemos dado más valor a las criaturas de los museos que a la vida misma que empujó a que emergieran. Somos así, tan despiadados como inútiles, tan exhibicionistas como superficiales. Casi umbrales, diría, las personas somos ya umbrales sin espesor, sin lugar intermedio, tan sólo superficie embadurnada en olor a Chanel y Christian Dior. Pero ahí quedan esas arquitecturas de los grandes empresarios; los mismos que no se dan cuenta de la caída del mundo.

Vivienda en Cuarte. Zaragoza



Partimos de una premisa inicial: cuidar y proteger la vivienda de un entorno sin aparente urbanidad. Desde ahí se origina una vivienda que emerge desde su condición maciza -acentuada en la visión “tapia”- trasladada a su exterior (poniente). Se trata de una vivienda que tiene uno de sus principios espaciales en el patio, y que ya de partida ofrece una toma de posición: “Por su condición introvertida, la casa patio ofrece una buena solución para combatir el problema del ruido procedente del exterior y, en general, para garantizar la independencia del espacio de la casa respecto al espacio público. El esquema no favorece, en cambio, el aislamiento entre las distintas áreas de la casa, orientadas hacia ese espacio abierto común […] Pero esto niega uno de los aspectos más atractivos de este tipo de esquema: la doble apertura visual y luminosa- la doble orientación- de cada habitación, y lo que es aún más atractivo, la consecución de una comunicación, al menos visual, que atraviese toda la secuencia de habitaciones a lo largo de huecos alineados.” Estas palabras del arquitecto Juan Antonio Cortés nos sirvieron de análisis y búsqueda en los primeros croquis, estableciendo una serie de postulados a la hora de proyectar que pueden resumirse en los siguientes:

a) El patio en esta vivienda no recoge todas las fuerzas espaciales, ni actúa como un organismo centrípeto como en un primer momento se pensó. Sin embargo, se sitúa justo en el punto más al norte; una vez traspasado el umbral de la entrada y su acceso. Desde ahí se reparte una composición radial hacia el sur que diferencia y su vez une –dependiendo que uso quiera darse- los tres núcleos principales: salón-estar, cocina y dormitorios.

b) Se ha intentado equilibrar, precisamente, el aparente antagonismo que aprecia Cortés en estas composiciones. Todos los núcleos principales dan al patio interno de la entrada generando estratos espaciales que pueden proponerse desde la unidad de todos y su continuidad o desde la diferenciación – carpinterías correderas que los separan- de cada uno de ellos. Con esto se consigue que exista un vínculo directo entre la búsqueda de aquella privacidad e intimismo y la doble orientación y encabalgamiento espacial entre el patio y la parcela en su cara más sur.

c) La radialidad parte de ese patio inicial y genera una figura o planta en abanico dentada que se abre según las necesidades de orientación y soleamiento. La vivienda ha sido pensada desde dentro, desde sus núcleos principales exponiendo su cara más silenciosa en el exterior –protección de la intimidad-. Desde ahí se origina un circuito encriptado que va exponiendo las diferentes capas espaciales gradualmente. Desde la entrada en adelante.

d) Se ha prestado especial atención a la vegetación y los árboles que se ubican en el patio de entrada, jugando con los ritmos estacionales y los contrastes producidos por la naturaleza.

- A los requerimientos del programa, se ha dado respuesta de la siguiente forma:
Salón- Estar 30.94 m²
Cocina 17.79m²
Dormitorio 1 10.58 m²
Vestidor (Dormitorio 1) 6.39 m²
Baño (Dormitorio 1) 3.78 m²
Dormitorio 2 10.56 m²
Dormitorio 3 10.59 m²
Aseo 4.05 m²
Distribuidor 12.77 m²
Aparcamiento 18.25 m²
Cuarto Instalaciones 5.69 m²
Patio interior 18.48 m²
Superficie parcela (según planos) 384.96 m²

Proyecto Básico y de Ejecución de vivienda unifamiliar aislada en c/ Emperador Domiciano s/n de Cuarte de Huerva. Zaragoza. Pedro Bel Anzué + Amo_arquitectura 
Vivienda de Roberto en el Blog de Pedro Bel

viernes, 15 de agosto de 2014

Delegar el mundo

Mi mundo es mío nada más. Ni puedo delegarlo a otros ni me atrevo. Pero tampoco quiero vivir en los límites de las tapias del egoísmo. Hoy asistimos, la mayor de las veces, al desmoronamiento de un mundo que creemos nuestro como escaparate. Nos atrevemos a enjuiciar actitudes políticas, religiones y éticas. Sometemos a insultos a gobernantes y “canta mañanas”, pero evitamos nuestro propio afrontamiento de las cosas. Y no digo enfrentamiento, lo subrayo. Digo afrontamiento. El primero de ellos señala una huella de sangre que a buen seguro todo el mundo busca evitar: la pelea que golpea con fuerza en nuestro estómago. El segundo no es más que una caricia en comparación. De hecho no supone rebeldía ni arrebato, sino tan sólo una toma de conciencia.
Que queramos presumir de casa, vestimenta y coche, que queramos impregnarnos en perfumes costosos y aplausos condescendientes, no nos priva aparentemente de nada. Claro, aparentemente. Porque la apariencia inflacionaria de la imagen es sencillamente lo que cuenta. El enfrentamiento se descuida y olvida, porque la pátina de maquillaje masivo impuesto a la piel, borra los poros y la respiración. El mundo es nuestro, dicen. Se prometen votar y salir a la calle, golpear la mesa en la comida del mediodía cuando escuchan hablar de la deforestación de sus pueblos, esgrimir poemas de la locura contra las instituciones y sus cabezas pensantes, pero son tan necios que son ellos mismos los que someten al fuego sus jardines.
Son ellos, los que se exhibieron al sol estelar, los que además se pelean a gritos con la tierra y los árboles, los que embrujados por el elixir del consumo sacuden las raíces para subirse a las terrazas más altas. Me da lástima ver como cada uno de nosotros invierte tanto tiempo en su propia enajenación. Me da pena observar como cada uno de los otros envidia esa enajenación y la imita y reproduce. No queremos enfrentamiento, no queremos guerra, pero tampoco afrontamos la voluntad independiente de nuestro propio destino. Así va el mundo; ese ser exterior, que por alguna razón no hacemos nuestro, cuando realmente la decisión, la verdadera decisión, se produce en el milímetro de nuestras manos.

Es preferible soñar con el cambio a gran escala -bajo el enfado de la exhibición-, que perseguir un encuentro con el instante más pequeño del mundo: el que alberga a buen seguro nuestro corazón. Afrontar es convivir codo con codo con el mundo. No es pensar en la periferia de la marginalidad inconsciente, ni mucho menos, ni vivir en los suburbios de la piel. Querido amigo, espero sinceramente, que aquél árbol -el único que quizás queda como criatura buscando sobrevivir-, encuentre nuestro indulto, el mismo que irremediablemente necesitamos nosotros…

miércoles, 13 de agosto de 2014

Exploración del límite_la orilla

Lugar salvaje donde el mar y la tierra se funden, se confunden,

como la libertad y el amor,
diluyendo sus límites...
La orilla, borde líquido que palpita incesante.


Aquí, aunque el mar siga siendo mar
y la tierra siga siendo tierra,
ya no es posible saber donde termina uno y empieza otro.
Pues la tierra no es compacta, y el aire descansa en sus rendijas...

En la orilla, las olas y la arena se respiran...


martes, 12 de agosto de 2014

Literalidad de la emoción




¿Qué queda de las emociones que se cubrían antes de ofrecerse? ¿Qué queda de pensar antes de decir? ¿Qué queda de insinuar sin ofrecer la dimensión del rostro? El tiempo contemporáneo ha desdibujado todo el candelero giratorio y prohibido de las emociones. No queda espacio intermedio para volar desnudo con la emoción. El consumo, la propuesta de la autopista ciega del consumo es la nube que importa.
 ¿Qué puede quedar en la emoción que no sea tan sólo literalidad?
Vivimos un mundo de fascinación embrujada. Vivimos en la ingravidez del deseo de consumir, no sólo productos o materialidades vacuas, sino sobre todo, consumimos emociones literales. Ya no importa pensar, crear o sugerir un mundo individual o concreto, lo importante es consumir la emoción dictada por la conciencia social general.
Mediante la cultura de la emoción, imponemos lo que recogemos y saboreamos de otros para trasladarlo en una cadena infinita. No importa qué es exactamente aquello que vendemos como oferta, porque la causa, el objetivo o su nacimiento no nos interesa. Sólo aspiramos a que el espesor de la emoción no exista, que no implique lucha ni sudor. El cuadrilátero perdido de la pelea quedará lejos, sin salpicar nuestros rostros. No ha sido siempre así, pero lo verdaderamente importante es que la emoción no pueda generar dudas, improvisar situaciones, favorecer la espontaneidad. Todo es más fácil si su cumbre garantiza un resultado literal, directo, sin discusión. La masa debe opinar al ritmo de su literalidad, soñando en aquella burbuja, sin salir y mirar de reojo.
Por supuesto la literalidad de la emoción no asume ni permite el fracaso porque arrastraría a muchos a mejorar, a creer en el maravilloso arte de improvisar, de morir un poco para crecer. El mundo debe ser plano, piensan. Cuanto más escueto y recogido, mejor. Es una lástima que las emociones se compartan con tanta lastrada facilidad, sin que quede ni la más mínima batalla. Todo es, lamentablemente literalidad; un compartir de igualdades ficticias que irradian al compás de las falsas emociones televisivas y de consumo.
¿Podrá sostenerse en el mañana otra emoción más personal y autentica que no gravite en torno a los otros? ¿Podrá existir alguna emoción que no se esconda bajo la conducta de la apropiación continuada?
¿Podrá, esta sociedad, vivir de una gestión individual de su propia emoción –escapando de la literalidad-  sin llegar a la necesidad del consenso vecinal?
Quizás pueda, quizás podamos…


Invitación a dejarse flotar


La escritura es ahora un vehículo que me permite ver lo que está oculto a los ojos; mirar dentro, comprender y vivir este momento con toda la presencia de la que soy capaz. 
Un viajar hacia dentro mirando a mi alrededor y descubrir donde están las piedras que dificultan el fluir del río. 
Un ejercicio, una constante para ir decantando el agua, el propio ser que emerge; para limpiar la mente y liberarla de esa responsabilidad que no le corresponde y de la que es incapaz de ocuparse con acierto: dirigir el río. 
El Ser, la esencia, la semilla que va creciendo desde cada organismo, siente necesidad de expansión, de espacio, de un medio apropiado donde desplegar su potencial y llegar a florecer. 
¿Hacia donde se dirige el río en el que viajo?
¿Cuales son las fuerzas que lo mueven?
¿Existen unas constantes vitales que lo hacen comprensible?
Una mente intoxicada de ‘educación’ necesita confiar en algo para soltar el volante y dejarse llevar por las fuerzas del río. 
El objetivo sería entonces descubrirlas, reconocerlas, mirarlas, observarlas, verlas, integrarlas, acompañarlas... Crear las condiciones vitales más apropiadas para que esas fuerzas que son propias y constitutivas de cada individuo, de cada Ser, que están aquí siempre, empujando y tantas veces reprimidas, se muevan, se desarrollen, adopten su propia forma y se manifiesten contribuyendo al gran río de la creación. 
Escuchar esa nota suave que hay en ti y en mi, y que forma parte esencial de la gran orquesta del universo, de esta misteriosa creación que permanentemente nos invita a bailarla, a dejar de poner piedras... allá donde nos lleve el Río



jueves, 31 de julio de 2014

Deshielo


El embrujo intelectual no da tregua. Pasa sorteando toda la escritura, vomitando desastres y lástimas. El pasado se esfuerza por enfurecer al presente, rastreando el delirio de lo roto o quebrado. No es casualidad que aparezca así. Hoy leía un escrito de mi padre sobre Gómez Cano, en el que asumía un reto o desafío que antes o después atraviesa nuestras vidas y se presenta sin aviso ante nuestros ojos: la historia propia, lo concreto, lo particular, lo intrahistórico, es, antes que nada, un ajuste de cuentas que cada uno de nosotros debe a hacer con su propia historia. De nada sirve que adquiramos una instrumentalización crítica o de tendencias, que asumamos lo roles sociales compartidos, si al final, no operamos -como cirujano-, en nuestro modo de estar en el mundo, en la estela de nuestra historia. No hay capítulo o episodio que siga felizmente, si antes, no se ha dado tregua a la borrachera histórica que llama cada noche a nuestra puerta. De no ser así, el ensimismamiento está garantizado. Y por éste no se entiende aquél lugar encubierto y protegido de nuestra “voluntad independiente”; el territorio de paz autónoma, sino una suerte muy distinta. El ensimismamiento biográfico, puede también llevarnos a una irreconciliable visita a nuestro pasado. El cadáver histórico; siguiendo la literatura de vanguardia, facilita el enterramiento silencioso en nuestro presente. Aprender a mirar, a solas, sin el cauce del futurible y la represión pasada, asusta tanto como morir sin tierra y lápida.
Por eso creo, que todo embrujo intelectual - el de la práctica del caminar diario como hábito-, exige la mano del pasado sin aflicciones. El pasado no puede inventarse ni reescribirse como experiencia, si acaso, como sueño o nueva profecía. Si las letras que navegan hoy y navegarán mañana se acostumbran a la inhóspita ceniza de la noche pasada, habrá que vestir con paraguas, o barrer cada tarde que aparezcan. Esa es la tregua manifiesta y la reconciliación autobiográfica que toda persona necesita. No hay tiempo, sólo duración sostenida de un presente que aprende a convivir con la fragancia de su pasado, quedando su olor impregnado en los restos que cada día se inician y acumulan. Las letras aguantarán los que les echen; son tan inmaduras como adolescentes, y la propiedad que tengan sobre del mundo no les corresponde, sólo a nosotros nos toca elegir su ritmo. Sin mediar palabra, entonces, el embrujo no será más que un acto conciliador y bondadoso, que no exige ya responsabilidad alguna. El pasado que rastreaba al presente para herirlo, hablará con su misma voz apagada, sin esperar ni cancelar, tan sólo escuchará…
Con los oídos bien abiertos

martes, 29 de julio de 2014

Luz solar



Luz solar, sí. Luz solar. No a medias, entera, eterna, salvaje. Luz solar, sí. Luz de la memoria, la que recuerda y no olvida. Cada paso es luz sin saberlo, cada caminar es luz obstinada. Se rebela y no responde, aunque sea generosa. Detesta a los holgazanes y a los necios. Casi toda su corta vida ha sido luz solar, agregada a las arterias arquitectónicas del mundo, tejiendo tejas, piedras y cornisas. Ha impartido paz y calma, no ha hecho sufrir a nadie, y presidió los primeros besos.
Ahora la hieren, y con ella a todos los corazones que se crearon bajo su luz amarilla. Lástima me dan los tuertos que no han calentado nunca su cuerpo a la luz de la luz solar. Me dan pena. No han querido escuchar, ni ver, sólo maldicen y olvidan, nada más. Aquella luz ha sido testigo de diez mil amaneceres. Susurró la bienvenida de la tarde y gritó con su garganta dorada la llegada de la noche. Fue despedida por gorriones y golondrinas con la aventura del amanecer, y no rechistó nunca por vestir de amarillo cobre los muros centenarios de las iglesias.
Supo llevarse bien con todos, con los panaderos de la madrugada, los borrachos perdidos, a los que cedió su cama, y con las señoras que iniciaban con sus carros y malgastada espalda, el camino peregrino a la huerta. Aquél amarillo solar sabía a pan herido al fuego, sabía a higos recién recogidos. Aquél amarillo olía a llama y leña, a morcilla y chistorra, a vida vivida.
Pero sobre todo aquél amarillo solar, de un crepúsculo infinito, sabía a despedida inolvidable, a susurrar con tímpano enorme. Por mucho que quisiera la luz, la luz solar de la noche, no cedía; se repetía como canto inagotable y sereno. Pero los burros son siempre amigos de la materia vacía. Ahora el pueblo sortea su olvido, busca evitarla. Empeña su corazón al mejor postor y vende su preciada cara solar. La que vio nacer a tantos y acompañó la marcha fúnebre de la despedida, la que lloró los incendios con su misma mancha amarilla. Aquella luz hoy se despide, poco a poco, en las terrazas que anhelan su marcha, con otro peso y color. Han sido los burros, gritan, han sido los burros: esos malhechores que casi todo lo envenenan.
Y queda todavía; salpicada, la  luz solar en la Torre y la Iglesia; embebida en su jerarquía. Las otras luces; menos nobles, son ahora la huella “prostibular” de una indecencia sostenida, cegada por instituciones insensibles; las que envidian con la boca grande a la ciudad, y disimulan o mienten con la pequeña frente a su pueblo.

Ya no queda casi luz solar; la luz de lo cotidiano y humilde, la luz de todos los llantos y fuegos. Ya no queda luz solar, ya no queda. Se la han llevado…

domingo, 22 de junio de 2014

Promesa de aire




Prometo no enojarme, 
no esconderme más que ya lo hacen mis personajes
Prometo serte fiel al apagarse la luz, 
sin mentirte más que la luz lo ha hecho al desvanecerse
Prometo no perderme en amaneceres sin partirme la crisma, desolado por el encuentro
Y fortuito soy, 
tan espontáneo como mi lengua voraz que no calla,
 si tú no la besas antes. 
La penumbra es terca y maldita, 
pero sigue siendo el lecho en el que duermo. 
Suspirando sombras medidas, salvajes.
Y a duras penas escaparé de las lástimas 
porque irreductiblemente son ya las mías…



viernes, 13 de junio de 2014

Hay que sacarle la lengua al mundo


Jumilla parcelas

Es la misma tierra la que expresa su arquitectura. La misma necesidad, el mismo lugar, el espacio más inmediato, la sobreabundancia de lo cotidiano. Parecía al comienzo, a  nuestra llegada, que las lastimosas caídas del sol sobre el cogote se harían insoportables. El lugar derramaba hostilidad pero también belleza. Había que apostar hacia donde se dirigiría la balanza. Nos salvaron los almendros, las oliveras centenarias. Nos salvó ver crecer desde la tierra los pequeños almendros, que obstinados, se inmovilizaban ante la dura caída del sol. “Almendros inmóviles” que sustituyen a las encinas que relata Miguel Ángel Asturias, pero árboles al fin y al cabo. Criaturas protectoras que casi sin espesor en sus copas recogieron la comida, la charla y el gazpacho. Poco quedó del delirio urbanita, casi desconocido y extinguido a ráfagas en las laderas vecinas. Precisamente unos vecinos; lugareños del lugar, cuatreros de la sabia del mundo nos sirvieron de guías. A la cabeza Amador, propietario de las parcelas, exhumador de vientos y tierras. El coloquio fue abierto y atrevido. No quedó despojo de vergüenza ni arrepentimiento, sino sólo valentía. En aquél lugar, ante los ojos atónitos de los presentes, don Amador lanzó una de sus máximas: “hay que sacarle la lengua al mundo”. Y nosotros que venidos de la ciudad habíamos visto quebrada nuestra ilusión por la falta de agua y la improbable osadía de las ovejas alpacas, vimos como todo nuestro sistema nervioso hervía y sacudía nuestro cuerpo. Uno no sabe muy bien qué encontrará en aquellos lugares que visita por primera vez, pero resulta extraño que la voz del pueblo desafíe con tanto descaro a los “torpes” ciudadanos visitantes. Conocedor como ninguno del lugar, Amador nos retó y propuso el desafío. Ni la comida, ni el gazpacho suavizaron el ronroneo que se prolongó durante el resto de la mañana. Más tarde, ya solos, visitamos toda la parcela, su arbolado, sus piedras y vistas.

   Sombras, tierras y gazpacho

 El cuerpo de la arquitectura está allí, sin duda. Tanto su cuerpo estructural como su cara y figura. Creo, que es una oportunidad directa para sacar el máximo aprovechamiento de lo existente (cualidades granulométricas etc) sin buscar formas ni parecidos. Poco o nada queda entonces del anterior proyecto con aroma italiano, que  demuestra  lo importante que es empaparse de la “carne del mundo” para proyectar. Sobran las palabras.

Materia y energía. Jumilla

Al caer el medio día nos acercamos a Pinoso. Casi forajidos caímos en la plaza del ayuntamiento. Buscábamos preexistencias, lugares de la identidad. Buscábamos espacios singulares que hablaran de los orígenes y la cadencia del tiempo. Poco o nada encontramos, salvo la triste y generalizada estela de la mala reproducción de la ciudad y la famosa “puerta de la suegra”. Elevada como una patada en el culo que expulsa los malos y desafortunados huéspedes de la arquitectura. No exenta de significado marcó nuestra visita, y es que a veces, la mala arquitectura, encuentra en los lugares del humor y la ironía la escasa fortuna que le salva; aunque sólo sea para el rato de café posterior. Afortunadamente no tuvimos que entrar para posteriormente ser expulsados del paraíso. Nos quedamos fuera. Es preciso que señale que nuestro tiempo fue leve y casi ingrávido. Menos mal que no nos quedamos a dormir. Seguimos insistiendo en las preexistencias, no queríamos abandonar. 

Puerta de la suegra. Pinoso

Desde Pinoso a Jumilla. Pasamos por los Juzgados que han perdido su piel; su fachada compensatoria diría Frampton, y desde ahí hasta la Plaza de Arriba, hoy trasformada en pista de patinaje artístico. Quizás; como dijo otro sabio de lo cotidiano, hayamos llegado tarde y sólo nos queden los higos podridos para la merienda (esa era ya la hora), pero, ¿Llegamos tarde o demasiado temprano? Me entristece profundamente que la arquitectura haya olvidado que aquellas leyes milenarias de la sombra, el agua y el aire ya no son tan necesarias. Me entristece profundamente que la delicada incursión de las nuevas formas arquitectónicas favorezca la caída y desestime la comodidad. Aquél visitante del día a día, de los cien mil amaneceres tenía la garganta tan grande que su verdad nos encogía.
¿Qué contestar?
Nada o muy poco.
Ante los grandes maestros uno debe mantenerse en silencio. Hubo otros, sin embargo; como pasa mucho en la disciplina, que prefieren salir corriendo y tapar los tímpanos. Que son herederos de una cultura de élite que no está dispuesta a remangarse y tirarse al suelo (los suburbios de la ceguera). Me entristece, nuevamente, que esos círculos sigan dominando las arquitecturas de lo cotidiano.
Queridos maestros de la mañana y la tarde, de las diez mil cosas y de ninguna. No sé si llegamos tarde o temprano, con acierto o con torpeza, pero esperamos no separarnos nunca de vosotros.

Desde Jumilla con amor…Amador del mundo

Plaza de Arriba. Jumilla



domingo, 1 de junio de 2014

Una casa como yo

Una casa para un niño, para la Vida que emerge desde ahí... desde su infancia, con toda la inocencia que brota de su no saber, y vivir en este lugar de asombro casi permanente, siempre vivo... sorprendido de lo que se le escapa aunque pretenda atrapar por todos los medios, con toda su fuerza e inteligencia, con todo su Ser aún y siempre incompleto... asumido así. Como esa aventura o ese romance con la pompa de jabón  impulsada por el aire a la que ama sin saberlo aún y que desaparece cuando la toca... aunque sea sutilmente... ¿Quién ha inventado este mundo tan loco? Aquí, ni siquiera puede acariciar lo que ama porque descubre que el amor es él mismo jugando con todo alrededor, tocándose en las pompas y escuchándose en sus carcajadas, en los ecos del jardín, sintiéndose en las hojas de ese árbol que se sueltan para regresar a la tierra y alimentar la Vida... una y otra vez, una y otra vez. Esta es la esencia de su inocencia... totalidad indivisa en un jugar sin principio ni fin.















No podemos establecer un código legítimo que gobierne el proyecto... siempre se nos escapa como lo hace la pompa de jabón... pero sí podemos emerger con él... desde aire que encierra y desde el aire que lo envuelve... desde ese extenso campo de posibilidades que dibuja una fina envolvente que lo es todo cuando en realidad aspira a ser nada... en esa película fluctuante entre el aire de adentro y el de afuera nos vamos a dejar llevar... en sus componentes, en su alquimia, en su capacidad de regular la permeabilidad entre esos dos mundos que en lo profundo es uno solo. Vivir dentro, vivir fuera... ¿Es esto importante aquí? ¿Qué ámbitos se nos definen en este micro universo?... ¿La calle? Un mundo hostil en su apariencia, otras razas y culturas, otras tensiones en sus cuerpos, otros mundo más o menos compatibles con el propio, más o menos complementarios... ¿El espacio diáfano que envuelve al jardín? La sombra de lo natural y de lo construido como un abrazo que no se suelta, como una danza que no cesa... árbol desnudo en invierno, comenzando a brotar en primavera, dando frutos en verano, acariciando el viento con sus hojas que bailan... soltándose llegado el momento para regresar al suelo y vestirlo con su manto de otoño... un columpio va y viene... no hace falta subir siquiera... hoy dormiré junto a las estrellas, en la hamaca que cuelga del cielo... y mañana,... mañana quizás suba la escalera y me embarque en un viaje sin destino, por el placer de viajar... esta es la casa de un viajero inmóvil, un niño siempre a punto de nacer... ni siquiera un niño por lo tanto... un espacio de emergencia, quizás, una circularidad donde todo lo que va regresa al mismo lugar modificado, más ligero, más sabio, más árbol, más pájaro, más pluma... 

El diseño humano como herramienta de proyecto















Sí querido amigo... este es el reto y quizás el proyecto está trazado desde este punto de partida que, de manera inconsciente, ha ido surgiendo en esa secuencia de dibujos que aún no han sido recopilados... este es el paso atrás que nos permite seguir avanzando desde la comprensión de nuestros procesos y desde la intuición de los que quizás se sucedan a lo largo del camino. Un vaivén de columpio que cada vez está más alto... hasta llegar al punto de quietud tras haber cesado el impulso conscientemente... el punto; ese instante donde emerge el viajero inmóvil

Si ves, aquí aún no reconozco la palabra patio... el espacio que presiento no me recuerda a ninguno... ni siquiera la tapia. Puede que ambos lo sean y pasen a formar parte del catálogo de espacios y cerramientos intermitentes... no me importa aquí... de lo que se trata es de vivir este proyectar sin ser ni el proyectista ni el proyecto... solo el verbo; de vivir y ver desde esa película de sustancia trasparente que envuelve un fragmento de aire y es empujada por todo lo demás... eso sí, inmersa en una climatología absolutamente específica: Estrella 10, Cartagena, a 28 de febrero de 2014... en compañía de todos mis verbos y de quién los reconoce y los aviva... Gracias Juan, Gracias Vida!!

para terminar citando a Borges:

Laberinto
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.
«Elogio de la sombra», Obras Completas,
Buenos Aires, Emecé, 1989, vol. II, pág. 364


(Extrato de las memorias y reflexiones vertidas en torno a una serie de proyectos en desarrollo)

viernes, 30 de mayo de 2014

La disciplina del proyecto

 

¿Se puede proyectar desde una disciplina? ¿Es posible identificar un método o metodología que sirva para proyectar? Cada arquitecto elige un camino o recorrido que envuelve su aventura en lecturas, teorías y praxis. Cuando empezamos a proyectar elegimos una infraestructura de trabajo. No podemos, por mucho que lo intentemos, divagar en un grado cero de referencias. La escritura del proyecto, muy al contrario de lo que Barthes escribía, no se reduce a un “grado cero de la escritura”. De hecho ya hemos sostenido cómo intentamos que todo lo vertido hasta la fecha y lo que venga, componga un corpus con más o menos densidad que nos sirva para comenzar e iniciar nuestra andadura. No hay grado cero ni puede articularse nuestro discurso desde un territorio desconocido o inexistente. Cuando Marina Waisman escribe su fundamental ensayo “La estructura histórica del entorno” ya identifica, de partida, un cúmulo de identidades o vertido cultural que disgregado y complejo reaparece como lugar para el proyecto. Si bien es cierto que esto en ocasiones se olvida, o lo que es aún peor se amanera o pervierte, nos encontramos ante la necesidad irrenunciable de entender que el lugar posee una carga que es imposible rechazar. La pregunta que gira en torno a esta situación, es si somos capaces de ligar el diseño de la idea proyectual a la naturaleza del entorno y su habitar. ¿Podemos realmente hablar de una arquitectura de su entorno? ¿Somos capaces de distinguir las raíces del lugar y sus campos siempre activos del habitar civilizatorio? Me arriesgaría a señalar sin temor que la arquitectura ha demostrado mucha pereza en el camino que supone este esfuerzo. Casi siempre han sido otros componentes los que han jerarquizado las fuerzas e iniciativas frente al proyecto. Lo que he podido comprobar durante estos meses que llevamos trabajando, es que nos estamos empeñando en señalar una oferta metodológica que todavía no tiene nombre pero que pone todo su interés en el estandarte por excelencia del ejercicio disciplinar: el hombre. Nos sitúa ante un desafío casi antropológico que busca descifrar las leyes primarias que definen la naturaleza del habitar en toda su extensión. No sé si es atrevido u obstinada nuestra propuesta, lo que es seguro es que se origina desde lo que somos como personas, antes incluso de los que ofrecemos como profesionales. Por eso, creo, que todo lo que ahora se proyecta y explica, todas las líneas de abajo y las que seguirán, son el testimonio de ese intento: el maravilloso encuentro con el lugar, con el entorno, en la seguridad de que todo comienza ahí y vuelve ahí en ese viaje de ida y vuelta que la buena arquitectura siempre ofrece. Quiero expresaros mi agradecimiento por vuestros comentarios; los de Pedro y el fabuloso Nacho. Gracias por creer que podemos hacer arquitectura con un poco menos de arquitectura. Que se puede responder con honestidad a los Reyes Magos si caer en las fantasías de las formas ilusorias. Que se puede proyectar otra arquitectura menos universal y más concreta: para el aquí y el ahora. Gracias, simplemente, por creer que la arquitectura puede ser tan sólo eso, o nada más que eso: el espacio construido del murmullo cotidiano.
(Extrato de las memorias y reflexiones vertidas en torno a una serie de proyectos en desarrollo)