lunes, 30 de diciembre de 2013

Arquitectura feliz





Cuando llega el invierno el pueblo respira de otro modo. Los hombres desprenden fuego de sus cuerpos recogido de las llamas de las chimeneas. Se elevan como vuelos de cornisas lanzados sobre las plazas. Casi siempre escogen esos lugares para la conquista del sol. En la plaza, en lo alto, irrumpen con sus miedos y alegrías, con sueños de verano y conquistas ya pasadas. Los ladrillos y sus llagas de argamasa escriben palabras indecibles, casi olvidadas. Algunos las escuchan, otros las borran para siempre. La calle es la guarida silenciosa de las estufas,  los despojos cotidianos. Y son los huecos de lo íntimo los que recogidos en los grandes muros centenarios de las casas habitadas, protegen lo que nunca quiso decirse y debió escucharse. No queda trasparencia en las pupilas, más que la digna abertura del corazón. En aquella arquitectura que ya no es arquitectura, que ha quedado fuera; esperando, reside la esencia de la felicidad. Casi imperceptible ha encontrado su mundo construido, allí donde termina. Para empezar nuevas cosas, o quizás, rememorar las que ya existían. Y el miedo ha quedado fundido en las ascuas incandescentes; sin tregua, muriendo a cada paso del oxígeno. Pregunté a los moradores por su mundo y nunca pudieron hablar con lenguaje sino sólo con caminar. Son sus pasos los que enumeran biografías ingobernables. Ellas son las que no padecen vértigo ni premura. Vaciados, expuestos al sol, funden su sangre y saliva con el suelo y la tierra. No hay otra arquitectura para ellos, no hay otro momento ni mundo. Descansan y descansan hasta que llegado el momento, nuevamente vuelva a iniciarse. En aquella plaza la historia no comienza, no transcurre, es tan sólo movimiento perpetuo y sólido. Y si te descuidas quedas atrapado por el inmanente espesor de su caminar: sujeto y envuelto en las tripas del mundo.
Si queda algo que esperar de la  arquitectura, si queda algo que preguntarle, si queda algo que vivir, comienza por posponer su atrevimiento, por reducir su vanidad, por crearse desde otro tempo, por ser; sencillamente, la expresión de esos momentos de desconocida felicidad.

viernes, 20 de diciembre de 2013

En tierra prometida


...un lugar donde nadie ya promete nada

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Un ser humano



La obra: Un ser humano
El autor: Luis Eduardo Aute

lunes, 2 de diciembre de 2013

Consonancias para el reencuentro



La obra: In God´s Hands
El autor: David Nevue

Nada

Inmóvil, desde un punto fijo, anclado aquí, esperando que la vida dibuje un recorrido o siquiera una forma. ¿Hasta cuándo puedo permanecer aquí, quieto, esperando nada?
El respirar, sin embargo, no cesa; la alternancia se produce con fluidez, pero... ¿Cuales son los ciclos del movimiento de mi mano, del lápiz,...? 
Las pulsiones se transcriben en palabras, ideas o simplemente el hecho de expresar, de querer decir sin saber qué.
Claro...
se intuye algo importante que se escapa de la experiencia cotidiana u ordinaria de lo humano, al menos un inconformismo con ‘lo habitual’, ‘lo que siempre se repite’, ‘la experiencia insignificante’, ‘lo inmemorable’... plano; algo que amplía o altera el nivel de percepción donde siento estar atrapado: la existencia de una verdad emergente y la necesidad de abrirse a ella, de incorporarla o dar a luz, quizás, soltarla, para que sea experiencia y se comparta y se expanda... y libere a este soñador que ahora experimenta como realidad, ilusoria realidad... 
desde un punto fijo

                              .
                               .


sábado, 30 de noviembre de 2013

Retorno




Quizás ya no estés cuando regrese. Puede que te hayas ido.
He llegado tarde. Me entretuve buscando arquitecturas con autor. Despidiéndome de seductores del amor que han envejecido borrachera tras borrachera. Fui buscando la gloria, el dinero y el aplauso. Me aplastaron.
Ahora regreso sin un centavo en los bolsillos.
Creí que allí todo sería mejor. Que podría lanzar mi vanidad al vuelo. Me sacudieron.
No recordé nada, olvidé mi paso y ahora no sé cómo regresar a casa.
Es extraño, porque sigo reconociendo mi nombre y lo escucho en muchas voces que me nombran, pero no consigo verme, intuir la piedra que me devuelve a mi hogar…
¿Tendré nombre habiendo perdido mi casa?
¿Sabrán quién soy, sin saber en qué techo dormiré mañana?
Sinceramente, prefiero que me olviden. Que me despidan de las tertulias despiadadas.
Aunque puede que sea demasiado tarde y ya no quede tiempo.
Ahora que quiero, han apagado las luces,
y las quise tanto que perdí la memoria.
Quiero volver y sólo una fotografía me ayuda:
una mesa, la nieve, los álamos y la soledad elegida.
¿Podré volver, podrán olvidar mi nombre sin nombrarlo?
¿Regresaré a casa?

Latir



Has llegado y ya te vas.
Dejas de lado tu ruta, saltas tu camino y apareces.

Y piedra tras piedra dibujas una casa. Con tanta soledad congelada que parece ingobernable.
Queda, tras su gran muralla, el hueco del hogar. Arrojado tras los árboles que rompen los muros. 

Ahí me veo, aunque no tanto tiempo como para envejecer sin remedio. Leo las arrugas de tus piedras y anuncias las mías.

Soy como tú. He vuelto, pero creo que me iré pronto.

 Para evocarte allí donde esté. 

Donde otros muros me quieran…

martes, 19 de noviembre de 2013

Pisando Leve

... en el camino de vuelta a casa



viernes, 25 de octubre de 2013

Perdido


 
Hoy no encuentro el lugar donde pisé ayer. No veo las huellas de mi caminar. Me he empapado bajo la lluvia siguiendo su rastro, pero nada. Estoy perdido? Releo en el aire aromas desconocidos y encuentro olores a castañas y fuegos. La ciudad no me lleva, se para, no me dice, me instiga al silencio. Estoy perdido?

Oigo llorar velocidades, humear todos los paisajes y grito para acallarlos, pero el ronroneo se instaura en los tímpanos. Estoy perdido? Escucho a la melancolía, con su ruta de ceguera y peso anodino. Me mira y vacila. Quieta se arrima, me sacude y traslada. Insiste en voltear mi cuerpo. Estoy perdido?

La ciudad se despide en todos sus vértices, se desprende, evade mis preguntas. Se llena de rutas de espesor y solidez. Olvida lo cotidiano y se empapa de limpieza. Y la llanura es casi siempre subida. Desprendiendo aluviones de piedras que golpean.

Qué hay de aquella ciudad donde perderse convertía a los hombres en huéspedes de lo cotidiano? Qué hay de aquella ciudad donde la tierra ensuciaba todo, con sus torpezas de árboles y ridículos amores? Qué queda de insinuar en silencio sin la irreparable necesidad de lo acabado?

Estoy perdido por amar otra ciudad?

Estoy perdido por seguir soñando con su tierra?

 

miércoles, 23 de octubre de 2013

Una voz... Quizá

A veces me siento a escuchar y una voz me susurra que todo esto que estamos viviendo es un ensayo, una puesta a punto para otro nacimiento, y que, de alguna manera, la tierra, no ya el planeta sino su propia sustancia, es otro vientre materno que nos acoge y alimenta. 
Tarde o temprano, los cuerpos, que nos permiten tener esta experiencia de vida, volverán a fundirse con ella, la tierra, sin llevarse nada; absolutamente nada. Hasta su propia materialidad se esparcirá y se transformará en otra cosa, o en otra casa... Quizás
Presiento que ya es hora de aprender a disfrutar de este misterioso viaje, sin hacer propio nada de lo que otros nos cuentan; ellos, pasaban por aquí para vivir sus propias experiencias y compartirlas, a la luz de la luna, o bajo la sombra de un árbol... Quizá


domingo, 29 de septiembre de 2013

Inmersión en Tierra


El hombre vuelve a guiarse por sus instintos, pero ahora, en los tiempos de lo que estamos llamando ‘el despertar’, de un sentir más profundo, lo hace de una manera consciente: Toma la tierra y la eleva sobre sí mismo... se abraza con ella. 

Otra vez la Materia, en su estado más primitivo, protege al soñador, nos permite soñar en paz: Arena, arcilla y cal comienzan a fundirse en un proceso de doble confinamiento:

Amasamos los elementos con agua en una proporción determinada, que regula de forma precisa el equilibrio entre la creciente resistencia estructural del conjunto y la cohesión de las partículas que conforman su masa durante la ejecución. 
Introducimos la mezcla en un saco tubular continuo; y compactamos.
Hilada tras hilada, apoyada sobre sí misma y articulada, la tierra se despega del suelo envolviendo un espacio cuidadosamente diseñado según nuestras necesidades, nuestros sueños y sentimientos. 
Cubrimos por dentro y por fuera la construcción con varias capas de revoco y sucesivas lechadas de cal. 
De esta manera, estamos poniendo la inteligencia de la naturaleza al servicio de la Vida, de la creación de formas que mejoran las condiciones vitales de la existencia y hacen más sostenible la exploración para prolongar nuestro paso por la Tierra.

Gracias Bárbara y Quique, a Domoterra, por facilitarnos el retorno con estas intensas lecciones prácticas de bioconstrucción. 
Gracias Guiomar, Sandra, Rocío, Mavi, Alba y Paula, Luzy, Loreto y Emmanuel, Pedro, Victor, Pablo y familia, Carlos, Xavi y Ben por ser como sois, por estar donde estáis, y por haber compartido este trayecto de vuestro viaje. 
Gracias Rocío y Sam por vuestra acogida y vuestros manjares... 
Gracias por compartir la Tierra

























Todas estas estrategias constructoras perviven si coadyuvan a la supervivencia de esa especie. 

Mike Hansell

jueves, 29 de agosto de 2013

Risas de la ciudad



¿A qué huele la risa? ¿Cómo sabe? ¿Sabe a melancolía? He medido un poco más el paso hoy. Salí de casa con un libro bajo el brazo. Subí al tren y me dirigí a la biblioteca. He apoyado mi hombro sobre el cristal del tranvía y de repente he mirado desde dentro. De repente me he preguntado. Desde dónde nace la creatividad? Me ha surgido esta pregunta al ver a dos chicas bailar y reír sin parar mientras conducían. Estaban en su mundo, ajenas a todo. Posiblemente sin preocuparse de prioridades, de obligaciones, de miedos. Alejadas de las reglas, las señales de parada y vigilancia. Sólo reían, tan sencillo como eso. Me venía a la cabeza entonces la idea de la velocidad amable. Otro forma de expresión de nuestro tempo humano. Esta vez era escogido, un pálpito compartido entre dos chicas que acompañaban la música con el movimiento de sus cuerpos. El medio técnico ahí no era tan trascendente. Había perdido su fuerza manipuladora, cautivadora y estaba al servicio de la risa. Era inmenso ese momento. Tan lanzado, tan libre y sin nada que pudiera pararlo. La trasparencia vítrea de los cristales me recordaba aquél talante de la modernidad que ha sido tan discutido. Pero toda la trasparencia era secundaria, no tenía importancia. Eran las grandes bocas estallando en el vehículo lo que impactaba, lo que realmente seducía. Su enorme libertad. Al final se trataba de dos personas que habían escogido su propio mundo. Ahí surge, sin duda, la raíz de todo acto de libertad y probablemente el primero de los instintos creativos que tenemos. No sé qué olor tenía su risa, ni tampoco su sabor. Pero había un aura de melancolía en todo aquello. En un mundo en donde la crítica se empeña en dilapidar los caminos, en cercarlos, en categorizar; poder escoger, elegir tu propio mundo hace saltar en pedazos todo. No hay no “lugares” que no podamos hacer nuestros, que llevándolos al límite estrujen sus fronteras sólidas para hacerse amables y cercanos. Esa es la parte de melancolía que surge. Una extrañeza casi voraz, en ocasiones, insalvable. La extrañeza de que a pesar de lo que digan seguimos aferrados a la tierra, a nuestros instintos más primitivos y eso, afortunadamente, nos salva. De todo este viaje de mañana me quedo con eso.  Aunque viajes desprendido en velocidades ingrávidas sobre raíles, quedará siempre la risa. La risa amable y humana que nos acerca a la tierra.

 

Velocidad amable


Amable y curiosa. Casi es un despiste. Se mueve lentamente y origina un encuentro. Un paseo familiar en bicicleta. Una carrera de sudor por adoquines y piedras. Un paseo respirado, interno. No todas las formas de velocidad son detestables. Si Virilio afirma que la velocidad y la técnica han originado un distanciamiento del hombre con respecto a la tierra que pisa, también puede considerarse que la velocidad puede llegar a convertirse en uno de los más refinados motores que ayudan a conocer la ciudad y sus habitantes. Sin duda hablamos de velocidades amables no adscritas a medios técnicos sofisticados. No son despiadadas ni dependen o se construyen en los medios de consumo y en las propuestas de ocio más comunes. Se adiestran en territorios mucho menos convencionales y están sujetas a voluntades de tierras y piedras. ¿De tierras y piedras? Sí. Emergen de una voluntad precisa de abandono de la “ilusión del aire”; un camino que se desliga de ese mundo ingrávido, si se quiere volátil que ha sido creado frente a nuestros ojos. No dependen de autopistas, trasatlánticos, vehículos o aviones, sino que emergen del contacto del hombre directo con sus pies sobre la tierra. A menudo perdemos este sencillo sentido de la inmanencia. No se trata de sobrevolar con fotografías, postales o paseos a caballo la ciudad. Se trata de emerger de ella. De un contacto íntimo con las entrañas de la ciudad. El hombre no es capaz hoy día, en la mayoría de los casos, de visitar la ciudad sino es ataviado con un gran número de elementos técnicos que al final provocan ese trascender, ese alejamiento. Cada vez son menos las personas que cruzan corriendo la ciudad, que atraviesan sus calles, que dejan su sudor y su olor. Que son capaces, como afirma Kundera, de sentir el paso de su tiempo e instante, de la inevitable maravilla del envejecimiento. El aire es casi siempre el mundo donde uno se mueve, ese aroma cautivador del shopping, de la conquista del mercado. Perfumados, vestidos de gala y repeinados salimos a la ciudad para exhibir nuestras capacidades de conquista, recogida y simulación. Quedan pocos ciudadanos que corren con amabilidad en la ciudad. Que han dejado su ruta de sudor y lágrimas por los barrios, los centros, las plazas. Que desprenden realidad y autonomía. Que son, en definitiva, la muestra de una autenticidad escogida y sin tapujos. La velocidad amable es una suerte de reconquista del hombre y su mundo. Es un paso saboreado, un hálito que golpea con fuerza en la puerta de nuestra consciencia. Y ya no para, sigue caminando, emergiendo en cada zancada sobre el asfalto. Se trata de un acto de rebeldía, de coalición bélica contra la otra velocidad que ya no es nuestra; la que nos separa. La velocidad amable muestra nuestro lado más humano. Necesita de esas formas de expresión que se originan en la lentitud del espíritu. Y es ahí donde la ciudad no se visita, no se sobrevuela. Es, sencillamente, nuestra. Una hermosa criatura que nace y desarrolla en de cada uno de nosotros.

domingo, 28 de julio de 2013

Jerarquías del amor






La gran escalera es la ruina del impetuoso. No es arrogancia, tampoco tumba, pero huele a mal presagio. Al comienzo uno piensa que se trata de otra aproximación al arte de la seducción, otro juego más. Y todo apunta inicialmente esas maneras. La chica esperando en lo alto, erguida, algo despistada, en actitud de pregunta. Curiosa por saber, porque alguien acompañe su soledad, sin acercarse demasiado. De repente una ráfaga de velocidad, escupida desde el vestíbulo. Es el conquistador, de nuevo honrado por su atrevimiento. La jerarquía comienza a funcionar. Se sitúan solos, entre el vestíbulo  y el gran espacio intermedio de la entrada. Ya lo avisa la arquitectura. Es una proeza utilizar un espacio ávido de escapadas lanzadas hacia el infinito mar,  para la aventura íntima  del amor. Arrojado por la esclavitud de la soledad interminable, nuestro seductor se lanza, pero no llega. Ha perdido toda su fuerza antes de empezar, desde la garganta. No le quedan miradas, ni insinuadas ni directas. El gran vestíbulo es cruel, no permite fallos ni errores. Está afónico, y la chica huye. Huye por tanta garganta helada, minada de dinamita. Se desespera y corta, pero todavía no se despide. Nuestro seductor insiste, pero olvida la escala. Su voz es demasiado alta, se desparrama y diluye. Y de nuevo la jerarquía del amor se alza sobre sus cabezas. Ella ha entendido su mensaje. Su medida elegancia la salva. Intuye que la propuesta se escapa de los límites marcados por el lugar y espera en silencio. El seductor insiste, pero no queda ya nada que desplegar. Sólo sus alas, las de la desventura. Otro amor perdido se pregunta. Otra posibilidad proyectada al aire. Y la arquitectura; ese gran cuerpo de la seducción, vuelve a marcar los recorridos. Unos los ven otros pasan de largo. A nuestro fallido seductor sólo le queda volar, volar hasta el derrumbamiento por los acantilados, esos que no tienen piedad ni nombre…

miércoles, 24 de julio de 2013

Yo habito_piel





Yo habito, sin más. Yo respiro, sin más. Yo soy la ciudad, la arquitectura, nada más. Soy la huella que recorro cada día, donde piso. Soy el amor que ofrezco, desnudo. Soy cada piedra que ayuda a construir los muros. Soy su piel y su corazón. Espero que se me entienda, no pretendo aburrir con más teorías contemporáneas sobre arquitecturas. No busco proponer un concurso de ideas para fantasías y sueños del futuro. Sólo busco un rincón, si es posible sincero. Ayer recordaba los cortijos de mi infancia, los lugares humildes de las tierras donde corría. Recuerdo las casas, su limpieza, sus espacios llanos, escuetos, directos. Habían pocas palabras en ellos, eran silencios construidos. Me despejaba pensar que aquellas arquitecturas anónimas eran tan sólo los lugares del habitar cotidiano. Se habían despojado de todo, pero eran el cuerpo y el alma del amor. Quizás de allí provengan los inicios del hombre que ahora somos. Desprovistos de todo, sin nada que nos acompañe. Nada material que enturbie, que desvíe nuestra atención hacia lo que somos. Yo habito antes que nada. Cada capa que sumamos no es más que un sucedáneo de la tierra de la que venimos. Es un souvenir envenenado, lleno de una seducción delicada, cazadora de hombres. Nos hemos mimado y cuidado mucho en estos años. Hemos pretendido alejarnos, medir nuestras fuerzas con nuestra realidad. Escapar y acomodarnos, pelear si es necesario. Y todo por tener un hueco allí donde inconscientemente ya no habitamos. Son pasajes del futuro mordidos, sutilmente estrangulados. Es normal que caigamos y lleguemos al enfado, todo está calculado. Pero no hay nada como alejarse para encontrarse, no hay nada como renunciar para recibirse a solas, cara a cara, sin intermediarios. Se trata de un encuentro íntimo. Yo habito por encima de todo, soy habitar, soy ciudad y arquitectura, llanura y pueblo. Esa es mi grandeza, mi gran orgullo, el estímulo de toda pequeña gran vida.