jueves, 30 de abril de 2015

Derecho a la insignificancia



No tengo significado ni gloria. No he venido a buscar el éxito y el aplauso. Tan sólo espero pasar desapercibido. Me niego a pensar que la vida se nos has dado para gobernar el mundo. Soy consciente de mis defectos, de mis deficiencias, de mis estados de letargo y penumbra. Pero no me importa que las sombras hagan su aparición cuando así deciden hacerlo. Estoy harto de la plenitud, estoy cansado de la trascendencia. Esquivo el podio y me rio de los vencedores. Mi historia es sencillamente insignificante.
Qué estúpido soy, pensaréis. Bueno, puede que un poco. Pero el caso es que ya no importa que puedan leer de mi libro o que critica hagan. Desde hace algún tiempo he decidido batirme a solas, con los rincones más insignificantes del mundo. Me he descuidado en los concursos, me he despistado ante las revistas de impacto, he perdido escenarios y congresos. Puede ser que haya levitado en la cama más de lo aconsejado, y que el espacio de los sueños mordiera, más de un día, a la mañana. Es posible que no vista con chaqueta ni presuma de chalé en la playa, y que todavía siga embebido a mi Tesis doctoral después de tantos años. No olvido que tampoco presumo de nómina y que no puedo invitar a cenar fuera en restaurante de cinco estrellas. Esto es cierto. No lo puedo negar. 
Sin embargo, no me preocupa. Y esto es complicado de decir, porque ya existe una sociedad ahí fuera, que se encarga de recordarte “modélicamente” qué es lo que debes hacer para adquirir un estatus. El sistema necesita darte un “significado”. Un significado profesional, ético, cultural, productivo: qué leches! Hasta se permite cómo decirte a quién has de amar y cómo hacerlo. Todo está envuelto en un significado, en una nomenclatura, número o nominalismo.
Yo no puedo conceder un segundo más a la estrechez de ese recorrido. Estoy harto. He luchado por la insignificancia en esta última etapa de mi vida. Y casi lo he hecho sin darme cuenta. Sin prever la revolución interna que toda esta aparente holgazanería conllevaría con los años. Ahora me doy cuenta. No tengo nada de lo arriba, eso es verdad. Pero afortunadamente no me hace falta. Soy consciente de mis renuncias y las elecciones que me han conducido a escribir estas palabras, y os diré una cosa: no hay nada como haber sido despojado de todo ese arsenal de victorias personales que aparentemente me esperaban. Si la victoria personal es la glorificación de la vanidad, mejor que ésta haya sido una perdida y no una carga en mi despensa emocional. Llegar a la insignificancia es un derecho; como cualquier otro. Un derecho que garantiza la clandestinidad, la autenticidad del proceso interno a uno mismo. El encuentro con las cosas más minúsculas del mundo y sus primigenias moléculas. Por eso me siento contento y miro con orgullo la vida que llevo: porque he adquirido por fin mi derecho a la insignificancia.




sábado, 25 de abril de 2015

Ordenar el mundo


Habitar es ordenar el mundo; descubrirlo girando en torno al eje central de mi ser.
Lo que hago, lo que estoy haciendo, lo que quiero hacer; lo que voy a hacer es insignificante, pero es importante que se haga. Soy un eslabón en la evolución de la consciencia. A estas alturas de mi vida, esto es imposible de eludir. Mis actos no son juzgados; son sencillamente movimientos que favorecen y se orquestan con otros movimientos.