miércoles, 30 de septiembre de 2015

Incertidumbre necesaria



“Una sensación de certidumbre, de satisfacción y de finalidad que surja demasiado pronto puede resultar catastrófica”. Tan catastrófica como nuestra necesidad acabada y dirigida; escrutada de la realidad. No existe realmente, y en las palabras de Pallasmaa se describe, una relación con el mundo que pueda carecer de incertidumbre. 
De hecho, ¿no es peor la sujeción y el control desmedido? 
Por supuesto que hay en sus palabras el rastro del maestro, como lo nombra Kierkegaard, la sombra del Descartes anciano que anuncia su vejez, visitando la ignorancia y explorando cada descubrimiento como nuevo. El mundo que rastrea nuestra cultura sólo pretende creer en que el tiempo nos hará más sabios e inteligentes. Más astutos y preparados. Pero, tal y como dice aquél maestro: “mis esfuerzos por instruirme sólo me habían servido para hacerme descubrir más y más mi ignorancia”. 
Supongo que asumir esta realidad es todo un reto, pero supone un alivio cuando se refunda como máxima. Si no hemos venido aquí para asumir la acumulación del prestigio de la sabiduría personal, quizá, podamos entender aún más, la fortaleza que el presente, como único espacio real, tiene en todos nosotros. Ya no existirá la lástima que brota en la cabeza cuando se siente uno desconocido o perdido, cuando se ve empujado a buscar y buscar para sentirse invadido de gloria y riqueza. 
Si la incertidumbre o la falta de certeza fueran más "catastróficos" que la estabilidad de las ideas, probablemente este mundo viviría en continua y creativa revolución; al menos, silenciosa. Sin embargo, salirse de la acomodada percepción del mundo, huir de la asequibilidad del relato, procurará un desconcierto que al sistema no le interesa. La sociedad del consumo no puede entrar en descubrimientos e incertidumbres. No puede ni desea fijarse en más que lo acabado. Ni pretende verse envuelta en carnes del mundo podridas y olorosas: la degustación de la realidad debe darse sublimemente en bandejas, en mentiras y en dulces insultos.
Toda forma de desconocimiento, todo malhechor que se niega a aceptar su totalidad acabada es, definitivamente, un pájaro sin nido ni canto.
Me parece que queda claro: si los maestros confiaban en la servidumbre y el desprendimiento; en la insatisfecha brecha de lo no descubierto y la inacabable línea imaginaria de lo que queda por descubrir, es porque acostumbraban a mirar en la profundidad, desde una visión “desenfocada” que alumbra la rebelión y calienta el fuego de las ideas. Aquella gran tristeza que vivimos todos, tras el despampanante juego de luces de circo,  nos ha hecho acreedores de la estupidez de la razón acabada, la que es nuestra y a su vez no es de nadie. Vivir en la certeza, quieren y queremos. Pobres ilusos.
El mensaje al contrario es claro y sólo tiene un rumbo: incorporar la incertidumbre y el "desconsuelo" a nuestra dieta emocional son, a buen seguro, el mejor de los antídotos contra nuestra falsa necesidad de sabiduría, paz y consagrada calma.
Sólo así podremos vivir tranquilos

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