martes, 29 de julio de 2014

Luz solar



Luz solar, sí. Luz solar. No a medias, entera, eterna, salvaje. Luz solar, sí. Luz de la memoria, la que recuerda y no olvida. Cada paso es luz sin saberlo, cada caminar es luz obstinada. Se rebela y no responde, aunque sea generosa. Detesta a los holgazanes y a los necios. Casi toda su corta vida ha sido luz solar, agregada a las arterias arquitectónicas del mundo, tejiendo tejas, piedras y cornisas. Ha impartido paz y calma, no ha hecho sufrir a nadie, y presidió los primeros besos.
Ahora la hieren, y con ella a todos los corazones que se crearon bajo su luz amarilla. Lástima me dan los tuertos que no han calentado nunca su cuerpo a la luz de la luz solar. Me dan pena. No han querido escuchar, ni ver, sólo maldicen y olvidan, nada más. Aquella luz ha sido testigo de diez mil amaneceres. Susurró la bienvenida de la tarde y gritó con su garganta dorada la llegada de la noche. Fue despedida por gorriones y golondrinas con la aventura del amanecer, y no rechistó nunca por vestir de amarillo cobre los muros centenarios de las iglesias.
Supo llevarse bien con todos, con los panaderos de la madrugada, los borrachos perdidos, a los que cedió su cama, y con las señoras que iniciaban con sus carros y malgastada espalda, el camino peregrino a la huerta. Aquél amarillo solar sabía a pan herido al fuego, sabía a higos recién recogidos. Aquél amarillo olía a llama y leña, a morcilla y chistorra, a vida vivida.
Pero sobre todo aquél amarillo solar, de un crepúsculo infinito, sabía a despedida inolvidable, a susurrar con tímpano enorme. Por mucho que quisiera la luz, la luz solar de la noche, no cedía; se repetía como canto inagotable y sereno. Pero los burros son siempre amigos de la materia vacía. Ahora el pueblo sortea su olvido, busca evitarla. Empeña su corazón al mejor postor y vende su preciada cara solar. La que vio nacer a tantos y acompañó la marcha fúnebre de la despedida, la que lloró los incendios con su misma mancha amarilla. Aquella luz hoy se despide, poco a poco, en las terrazas que anhelan su marcha, con otro peso y color. Han sido los burros, gritan, han sido los burros: esos malhechores que casi todo lo envenenan.
Y queda todavía; salpicada, la  luz solar en la Torre y la Iglesia; embebida en su jerarquía. Las otras luces; menos nobles, son ahora la huella “prostibular” de una indecencia sostenida, cegada por instituciones insensibles; las que envidian con la boca grande a la ciudad, y disimulan o mienten con la pequeña frente a su pueblo.

Ya no queda casi luz solar; la luz de lo cotidiano y humilde, la luz de todos los llantos y fuegos. Ya no queda luz solar, ya no queda. Se la han llevado…

No hay comentarios:

Publicar un comentario