lunes, 31 de marzo de 2014

De humildades y otros asombros



La Ciudad peregrina_
Hemos buscado casi siempre una imagen de la ciudad acabada, casi relamida. No nos importa si las imágenes captadas por la retina son verdaderas o falsas, se mueven en las piedras originarias o el cartónpiedra. Lo importante es que al final encontremos cerradas esas lecturas, que no quede nada que improvisar o sufrir. Que no se arrime a nuestro cuerpo nada ajeno; que por incompleto, exige un esfuerzo de reconstrucción que según nuestro devenir contemporáneo se haría inviable: el hombre necesita casi siempre un cobijo, que aunque postizo, tienda a garantizar su supervivencia. Esa supervivencia es casi siempre ocular o retiniana, nada más. No hay espacio para el olor, el sonido o la caricia del tacto.

 La honradez del resto_
Desdibujar la ciudad supone escuchar las imágenes no acabadas como un desafío, un reto que nos empuja contra la pared para que gritemos reconociendo nuestra voz, nuestro caminar. La ciudad no acabará jamás, sus pasos tampoco. Esas capas que Bajtin delimita dentro de las "reacentuaciones históricas" explican el devenir de la ciudad, su tiempo inabarcable. Sin embargo, nos resulta más fácil no tener que masticar nada, ni un ladrillo. Preferimos la sofisticación de la vanidad y su exhibición incontrolada. No tenemos tiempo para el resto o la ruina, nos aterra. Porque el miedo reside ahí: en ese espacio improvisado o imprevisible que el pasaje del resto; su transición sin tiempo, nos transmite. La ciudad debe completarse, perder si es necesario su tiempo y duración. Congelar ladrillo a ladrillo es lo que proponen. Pero ese límite insalvable aleja definitivamente la ciudad de nuestros pies. La termina convirtiendo en ficción retiniana. Creo, sin embargo, que existe una ciudad elegida donde el resto, la ruina y lo inacabado adquieren esa honradez milenaria del menhir y el dolmen. Que es posible mitigar la angustia del control, del terror del pasaje -en su versión positiva- que al final, provoca la parálisis del movimiento. 

Las hojas como inicio_
Ya lo escribía Rikyu, no podemos obsesionarnos con la recogida continua del resto, de su control o medición. Es muy improbable que recojamos las hojas caídas en un día o en miles, y muy posible que muramos de un infarto en el intento. La ciudad seguirá expulsando sus vísceras, sus estados o estallidos, sus huérfanos de hambre y banqueros sin alma. Nos quedará renunciar a la higiene como mando y asumir la "despiadada" elección de lo imprevisible.



 Las ventanas del mundo_
No hay deconstrucción más real que la intelectual. El debate sobre las arquitecturas y las ventanas del mundo se ha intelectualizado, la ciudad también. Son críticos y popes los que organizan las editoriales, los que enumeran conceptos e iluminan caminos. Mientras tanto se olvidan de los rituales cotidianos del Té que Kakuzo Okakura ofrecía desde sus porcelanas exquisitas. Tras la humildad de las ventanas (imagen arriba), tras la "inhóspita" puesta a punto proyectual, se esconden los ejercicios de la primera humildad; la primera de todas!! El retintineo de las vajillas, el humor y el amor del hogar. No hay casi escritura posible que acoja toda esa dignidad, y de haberla, se ha escrito en algún sitio al que todavía no hemos llegado. Sirven mejor los Massimilianos Fuksas con su alardeo formal junto al Kurá (Mtkvari) y su prestigiosa puesta a punto bancaria. Me quedaría ahí tomando té sin duda; detrás de la ventana -la primera del mundo- porque por lo menos quedarían dedos en mis manos con los que escoger las primeras hojas...

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