lunes, 29 de abril de 2013

Herrando escrituras




Aquí me encuentro, herrando escrituras. Desolando el vacío, empujando betún envenenado sobre los folios. No quieren oír y hablar de palabras, se muestran  insolentes al recibirlas, se rebelan. Qué ha pasado para que no quieran acoger a las palabras. Por qué se muestran  tan vanidosas, capricho tras capricho. ¿Sólo la calidad es invitada? ¿Y la servidumbre? ¿No queda espacio para los honrosos escritores ocasionales,  los de la pluma borracha y la consciencia perdida? Me temo que no hay hendidura donde morder, a no ser que renunciemos a compartir con la escritura ese espacio de privilegio real que aparece tan sólo en los rincones que elige para esconderse. Demasiada tarea, la de rastrear su procedencia y destino, para encima terminar siendo rechazado. ¿Y si no valiera lo que escribo? Seguro que me mandaría volver al lugar de donde vengo. Aquél de las noches, de las madrugadas borrachas, de los grillos entrometidos y los sonidos metaleros. Qué menosprecio. Todo lo que escribo, no llega a los folios por ese espacio vedado de transición que reaparece una y otra vez, entre mi cuerpo y el folio. Tan blanco, tan piadoso, tan pulcro en apariencia. No se ha vestido ni siquiera con ropa interior, y pretende que yo lo haga con alta costura!! Me tacha de ingenuo y se ríe de mí, está claro que me menosprecia. Cada palabra bota sobre su superficie y me devuelve el camino que había comenzado. Se acerca, me mira y salta sobre mis ojos en celo. Y así es cada día, uno tras otro, devorando las siluetas, muerto de hambre. Creía haber escrito algo bueno cuando, de repente, el látigo golpea de nuevo, menudo salvaje. Y es ahí, casi siempre, donde me rindo porque siempre espero que me abra su habitación, me invite a pasar y charlemos junto al fuego. Entonces padezco y pierdo, porque incluso, hay enemigos  mimados que no te respetan, te miran desde arriba. Quizás llegue un día en que toda la servidumbre escrita; la paja de lo cotidiano, pueda subir y pegarse por fin a su superficie. Será un día de fiesta sentir que su orgullo herido se muestra algo compasivo. Todas las palabras, ninguna fuera, caerán unidas por las ramas de los acontecimientos; sin más. No estarán pensadas, serán pura metralla cotidiana, sin tapujos. Y no te rías de mí escritura, no me maldigas, no menosprecies mis bocados de tierra y llanura, que aquí estoy, me he colado, con toda mi servidumbre, casi sin que te enteres. Entro y huyo para que no me encuentres, ni en la noche ni en el día, tejiendo encuentros de vida, amor y sueños.
Me quedo y no me voy, tendrás que soportar mi torpeza, mi vulgaridad. Habrás de aguantarme y respetar que escriba lo que quiera, desde mis sueños, a lo largo de este hermoso camino, sin esperas…
Me quedo aquí; querida amiga…Herrando escrituras, herrando mi mundo. 

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