domingo, 8 de abril de 2012

Vestíbulos


                                             
Vestíbulos
Homenaje a la nada, como inicio que nunca se mueve. Fragilidad, tanta fragilidad y la desgracia de lo imperceptible, del silencio que no anda, que no dice nada, cosa serena, detenida. La arrogancia como insulto, hombre insolente que dice ser de hierro y es barro cocido y derretido por el sol de la terraza. Todo ha comenzado sin darme cuenta, casi sin quererlo. Desde lo apacible, amigo de Epicuro, pero que enorme tristeza al no caer en la cuenta de ese inmenso mar embravecido que viene tras mi espalda. Tsunami sin historia y memoria que arrasará por no haber vigilado, por haber perdido la silueta de las sombras que insinuadas en la entrada ya avisan. Quédate quieto hombre cínico, inmóvil si así lo deseas, que toda la calma que hoy tienes será mañana tu tumba de tierra y los cuervos reirán a sus anchas desde lo alto de las torres de vigía. Tu ingenuidad ahora maldita, rasgará tus ojos y la vulnerabilidad acompañará tu locura. Aquél que subestimó la imprevisibilidad del vestíbulo es amigo directo de lo frágil y la tormenta, y derramado como el agua no tendrá nunca más piernas que le ayuden a subir a la montaña. En la terraza estás hombre terco, ahí estás. Mira bien, mira bien; pero, ¿qué puedes ver si has perdido tus ojos subiendo? ¿Qué puedes sentir si has olvidado el tacto vacilando? ¿Donde está ahora toda tu fuerza? ¿Dónde el acero con el que fusilar? Derretido y sin lenguaje, sin mirada, atónito por no conocer aquello que conocías. Y los rayos del sol quemando tan fuerte la piel que sientes el corazón desgajado y sin primavera. Cuídate hombre incauto, cuídate de insinuar nunca más lo que la vida y sólo la vida al final te dará.
Cuídate hombre…
Ufarte


                

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