martes, 23 de junio de 2009

UNA MIRADA RENOVADA HACIA EL HABITAR (Borrador)

UNA MIRADA RENOVADA HACIA EL HABITAR

Sin lugar a dudas el habitar constituye un espacio para la reflexión necesario en el campo de la arquitectura. Nos enfrentamos a una imprescindible reelaboración y nueva estructuración de sus significados con el fin de reorganizar sus fuerzas de energía que quizás por olvido consciente o descuido han sido relegadas en ocasiones al escalafón último de los principios proyectuales. Si bien es cierto, y sobre esto no hay aparentemente dudas, que el universo tecnológico, digital, empírico y de investigación multidisciplinar ha crecido considerablemente en los últimos decenios, también lo es, la siembra de paradojas y desconciertos que éstos han producido en el verdadero desarrollo y evolución cualitativa de los valores y acciones de los habitantes. De este modo, resulta muy difícil verificar, hasta que punto todos esos avances se han visto realmente traducidos en la mejoría de las condiciones de “bienestancia”[1] del individuo y sus modos de estar y ocupar en el mundo. Lo que parece claro, es que los dos grandes polos que gobiernan la producción arquitectónica: el especulativo-promotor, y el televisivo-publicitario empujado desde la vanidad subjetiva y persecutoria del Star System internacional, dibujan un mapa de redes y flujos en dónde el problema del “factor humano”[2] no es precisamente el principal organismo que articule la columna vertebral de sus pensamientos o acciones; más bien todo lo contrario.
El debate sobre cuáles han de ser los vehículos que favorezcan y amplíen las posibilidades del habitar, todavía queda algo lejos para resolverse y en ocasiones no parece ni interesa que se formule. Desde la entrada del Movimiento Moderno, la arquitectura ha intentado ir generando la crítica y praxis revolucionaria que pusiera los cimientos sólidos para el habitar. Comenzando en el fulgor erróneamente funcionalista y mecanicista radical inicial, pasando por las iniciativas revisionistas y sensibles de los años cincuenta, hasta las propuestas; dudosamente operativas, de la compleja, polivalente y ecléctica postmodernidad, la arquitectura, y su apresurada revuelta han abierto un campo amplísimo de recorridos que en algunos casos todavía hoy no han terminado de transitarse. Sin embargo, y al igual que en el territorio de las grandes aportaciones empujadas desde el siglo pasado, otros pasajes han conducido a los clisés y prejuicios que hoy desgraciadamente todavía aparecen adscritos a la disciplina arquitectónica. El campo del habitante, su relación con la arquitectura, su complejo funcionamiento siguen, quizás por el drama mitológico que protagonizó la modernidad y que arrastramos, provocando desasosiego e incluso ahogo. Cualquier visión por apresurada que se haga al panorama crítico actual de la arquitectura o anterior que manejemos así lo demuestra. Por un lado, encontramos una región protagonista[3] que enlaza directamente con la defensa a ultranza de la arquitectura como motor indispensable en la mejora y funcionamiento de la sociedad y sus habitantes, y, por otro, un estadio muy plural en sus posturas que se aleja de la primera y valora la arquitectura por encima de su relación frente al habitar. De la inicial, puede destacarse el papel del crítico chileno Cristian Fernández Cox; fiel exponte de la versión social y del papel fundamental que la arquitectura tiene en el desarrollo y mejora de las condiciones de vida de los habitantes: lo que el define con la idea de “Bienestancia”[4]. En el otro extremo, puede citarse al arquitecto Peter Eisenman, promotor de una escuela que entiende la arquitectura desde una versión abstracto-figurativa[5] en donde la manipulación y la investigación ilusoria de la forma constituye un argumento director y vertebrador en sus propuestas, muy por encima de las del habitar y su campo de acción[6]. Indudablemente, las dos posturas sintéticamente expuestas, únicamente ofrecen aquí una muy leve fracción de la multitud de líneas que pueden atisbarse en la actualidad, sin embargo, son importantes para aclarar el argumento con el que comenzábamos.

Hacia un habitar creativo_
La vertiente denotativa, muy amplia por cierto, que sacude a la arquitectura del sobrediseño y la histeria del espectáculo entiende el habitar como un acto paralizante e inhibitivo que manipula y condiciona los procesos de búsqueda y estrategia proyectual que se persiguen. Empero, su inhibición es tanto o más reductiva, que la de los epígonos modernos que intentaron a toda costa preservar el racionalismo. De este modo, el habitar continúa viéndose como un germen que únicamente entra en el programa encorsetado bajo la dictadura de las pieles y el culto a la dermatología. El habitante, el sustrato de la arquitectura para Fernádez Cox, termina por situarse en una frontera fuera del mundo. Es paradójico, que esta arquitectura pueda ser tildada de compleja y pluralmente diplomática, cuando su razón de ser estriba en la perspicacia y amaneramiento de sus posturas icónicas. La poética, el discurrir creativo, se convierte así en una suerte romántica capaz de residir exclusivamente en las manos y mentes privilegiadas de los arquitectos y de las instituciones que delegan en ellos. Sin embargo, y a diferencia de estas posturas, creemos que el habitar, y lejos de entenderse como un acto limitador, al contrario, expresa una cualidad potencial que le es propia: todo acontecer humano es en cierto modo un acto creativo, y es precisamente desde ese prisma desde el que entendemos la posible trasmisión de sus cualidades a la propia arquitectura. Lejos, o muy lejos de delimitar o interrumpir, la gran fuente de energía está ahí: en el habitar.
Hacia un habitar holístico­_
Frente a un habitar limitativo, concebimos un habitar holístico que sea capaz de reunir las diferentes perspectivas disciplinares en torno a su naturaleza, entendiendo su verdadera raíz como organización que realmente sostiene y da vida al hecho proyectual. Una circunstancia que lejos de condicionar negativamente el proceder arquitectónico posibilita multitud de itinerarios capaces de enriquecer la visión y los resultados de la disciplina. Consecuencias, que se configuran en base al hecho de entender el habitar como un suceso potencial inscrito a unas relaciones históricas, relacionales, comunicativas, identitarias, contextuales etc, que son inherentes al proceso y desarrollo del habitante. Una arquitectura capaz de entenderse como un espacio vivencial y “practicado”[7], existencial y “dialógico” que se extiende desde el habitar hasta empapar todos los sectores de la vida.
La multidisciplinariedad que se le presupone a esta iniciativa, sin embargo, puede caer en el peligro de refundar y validar teorías o proyectos que únicamente escojan y propongan las alternativas desde la superficie y vaciedad de sus contenidos, escondidos bajo el engalamiento y puesta en escena brillante de sus imágenes. De ahí, que los valores comunicativos que le son propios también a la arquitectura, recogidos de las disciplinas artísticas por citar un recorrido, únicamente adquieren legítimo sentido si son capaces de ampliar las posibilidades del habitar y sus significados a través de propuestas multimodales capaces de fortalecer la vida que se desarrolla en la arquitectura.
De este manera, la moda ocasional fácil de la contaminación artística o filosófica llega a adquirir valor sólo cuando su tratamiento aparece expuesto en el hecho arquitectónico, no únicamente como una persecución conceptual o subjetiva, sino como una plataforma que inventa y renueva verdaderamente el aliento y la acción del habitar.
Hacia un habitar arquitectónico_
Renovar una mirada hacia el habitar significa en primera estancia, reorganizar una jerarquía de valores invertida por su mal uso. Una jerarquía que entiende y ahora sitúa al habitar como punto primero, de transcurso y final de la arquitectura. Un punto de origen y desarrollo que la evalúa, no únicamente como escenario sino como acontecimiento vivencial, único, imprescindible y en permanente evolución. La arquitectura desde este prisma ya no avanza desde el culto a la novedad, a la explosión formal y el éxtasis comunicativo y autorreferencial, sino que se reinventa y recrea dirigiendo por encima de todo la mirada al habitante en su hábitat.



[1] Véase: FERNÁDEZ COX, C. El orden complejo de la arquitectura. Teoría básica del proceso proyectual. Santiago de Chile: Ediciones Universidad Mayor. 2005. Págs. 44- 50.
[2] Alvar Aalto constituye sin lugar a dudas un arquitecto arquetípico de esta condición fundamental de la arquitectura. Véase su texto: AALTO, A. La humanización de la arquitectura. De palabra y por escrito. Madrid: Croquis. 2000. Págs. 142-147.
[3] Sintéticamente destacar el papel de Oriol Bohigas, el propio Cristián Fernández Cox, Carlos González Lobo, Ramón Gutiérrez etc.
[4] “La arquitectura no es un arte puramente expresivo, sino un arte creador de ámbitos vivenciales, de lugares de vida”. Op cit, El orden complejo…Pág. 45.
[5] Véase: MONTANER, J.M. Después del Movimiento Moderno. Arquitectura de la segunda mitad del siglo XX. Barcelona: G. Gili. 2002. Págs. 230-233.
[6] “No creo que el cometido de la arquitectura sea el de ocuparse de la gente sin hogar, o el de subordinarse a cuestiones de utilidad, refugio, estructura, estética, y significado. La arquitectura debe mantener sus convenciones hegemónicas” Extracto de la entrevista de David Conh a Peter Eisenman. Madrid: El Croquis. Diciembre 1989. Págs.
[7] El antropólogo Michel de Certeau valora el espacio fundamentalmente desde la condición vital y de movimiento que le proporciona el hombre y su paso. Citado en: AUGÉ, M. Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la sobremodernidad. Barcelona: Gedisa. 2004. Págs. 81-118.

Propuesta para el Congreso de Arquitectos de España. Valencia. Julio 2009.

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