martes, 12 de agosto de 2014

Literalidad de la emoción




¿Qué queda de las emociones que se cubrían antes de ofrecerse? ¿Qué queda de pensar antes de decir? ¿Qué queda de insinuar sin ofrecer la dimensión del rostro? El tiempo contemporáneo ha desdibujado todo el candelero giratorio y prohibido de las emociones. No queda espacio intermedio para volar desnudo con la emoción. El consumo, la propuesta de la autopista ciega del consumo es la nube que importa.
 ¿Qué puede quedar en la emoción que no sea tan sólo literalidad?
Vivimos un mundo de fascinación embrujada. Vivimos en la ingravidez del deseo de consumir, no sólo productos o materialidades vacuas, sino sobre todo, consumimos emociones literales. Ya no importa pensar, crear o sugerir un mundo individual o concreto, lo importante es consumir la emoción dictada por la conciencia social general.
Mediante la cultura de la emoción, imponemos lo que recogemos y saboreamos de otros para trasladarlo en una cadena infinita. No importa qué es exactamente aquello que vendemos como oferta, porque la causa, el objetivo o su nacimiento no nos interesa. Sólo aspiramos a que el espesor de la emoción no exista, que no implique lucha ni sudor. El cuadrilátero perdido de la pelea quedará lejos, sin salpicar nuestros rostros. No ha sido siempre así, pero lo verdaderamente importante es que la emoción no pueda generar dudas, improvisar situaciones, favorecer la espontaneidad. Todo es más fácil si su cumbre garantiza un resultado literal, directo, sin discusión. La masa debe opinar al ritmo de su literalidad, soñando en aquella burbuja, sin salir y mirar de reojo.
Por supuesto la literalidad de la emoción no asume ni permite el fracaso porque arrastraría a muchos a mejorar, a creer en el maravilloso arte de improvisar, de morir un poco para crecer. El mundo debe ser plano, piensan. Cuanto más escueto y recogido, mejor. Es una lástima que las emociones se compartan con tanta lastrada facilidad, sin que quede ni la más mínima batalla. Todo es, lamentablemente literalidad; un compartir de igualdades ficticias que irradian al compás de las falsas emociones televisivas y de consumo.
¿Podrá sostenerse en el mañana otra emoción más personal y autentica que no gravite en torno a los otros? ¿Podrá existir alguna emoción que no se esconda bajo la conducta de la apropiación continuada?
¿Podrá, esta sociedad, vivir de una gestión individual de su propia emoción –escapando de la literalidad-  sin llegar a la necesidad del consenso vecinal?
Quizás pueda, quizás podamos…


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