¿Qué queda de las emociones que se cubrían
antes de ofrecerse? ¿Qué queda de pensar antes de decir? ¿Qué queda de insinuar
sin ofrecer la dimensión del rostro? El tiempo contemporáneo ha desdibujado
todo el candelero giratorio y prohibido de las emociones. No queda espacio
intermedio para volar desnudo con la emoción. El consumo, la propuesta de la
autopista ciega del consumo es la nube que importa.
¿Qué
puede quedar en la emoción que no sea tan sólo literalidad?
Vivimos un mundo de fascinación embrujada. Vivimos
en la ingravidez del deseo de consumir, no sólo productos o materialidades
vacuas, sino sobre todo, consumimos emociones literales. Ya no importa pensar,
crear o sugerir un mundo individual o concreto, lo importante es consumir la
emoción dictada por la conciencia social general.
Mediante la cultura de la emoción, imponemos
lo que recogemos y saboreamos de otros para trasladarlo en una cadena infinita.
No importa qué es exactamente aquello que vendemos como oferta, porque la
causa, el objetivo o su nacimiento no nos interesa. Sólo aspiramos a que el
espesor de la emoción no exista, que no implique lucha ni sudor. El
cuadrilátero perdido de la pelea quedará lejos, sin salpicar nuestros rostros.
No ha sido siempre así, pero lo verdaderamente importante es que la emoción no
pueda generar dudas, improvisar situaciones, favorecer la espontaneidad. Todo
es más fácil si su cumbre garantiza un resultado literal, directo, sin
discusión. La masa debe opinar al ritmo de su literalidad, soñando en aquella
burbuja, sin salir y mirar de reojo.
Por supuesto la literalidad de la emoción no
asume ni permite el fracaso porque arrastraría a muchos a mejorar, a creer en
el maravilloso arte de improvisar, de morir un poco para crecer. El mundo debe
ser plano, piensan. Cuanto más escueto y recogido, mejor. Es una lástima que
las emociones se compartan con tanta lastrada facilidad, sin que quede ni la más
mínima batalla. Todo es, lamentablemente literalidad; un compartir de
igualdades ficticias que irradian al compás de las falsas emociones televisivas
y de consumo.
¿Podrá sostenerse en el mañana otra emoción
más personal y autentica que no gravite en torno a los otros? ¿Podrá existir
alguna emoción que no se esconda bajo la conducta de la apropiación continuada?
¿Podrá, esta sociedad, vivir de una gestión
individual de su propia emoción –escapando de la literalidad- sin llegar a la necesidad del consenso
vecinal?
Quizás pueda, quizás podamos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario