Cuando llega el invierno el pueblo respira de otro
modo. Los hombres desprenden fuego de sus cuerpos recogido de las llamas de las
chimeneas. Se elevan como vuelos de cornisas lanzados sobre las plazas. Casi
siempre escogen esos lugares para la conquista del sol. En la plaza, en lo
alto, irrumpen con sus miedos y alegrías, con sueños de verano y conquistas ya
pasadas. Los ladrillos y sus llagas de argamasa escriben palabras
indecibles, casi olvidadas. Algunos las escuchan, otros las borran para siempre.
La calle es la guarida silenciosa de las estufas, los despojos cotidianos. Y son los huecos de
lo íntimo los que recogidos en los grandes muros centenarios de las casas
habitadas, protegen lo que nunca quiso decirse y debió escucharse. No queda
trasparencia en las pupilas, más que la digna abertura del corazón. En aquella
arquitectura que ya no es arquitectura, que ha quedado fuera; esperando, reside
la esencia de la felicidad. Casi imperceptible ha encontrado su
mundo construido, allí donde termina. Para empezar nuevas cosas, o quizás, rememorar
las que ya existían. Y el miedo ha quedado fundido en las ascuas
incandescentes; sin tregua, muriendo a cada paso del oxígeno. Pregunté a los
moradores por su mundo y nunca pudieron hablar con lenguaje sino sólo con
caminar. Son sus pasos los que enumeran biografías ingobernables. Ellas son las
que no padecen vértigo ni premura. Vaciados, expuestos al sol, funden su sangre
y saliva con el suelo y la tierra. No hay otra arquitectura para ellos, no hay
otro momento ni mundo. Descansan y descansan hasta que llegado el momento, nuevamente vuelva a iniciarse. En aquella plaza la historia no
comienza, no transcurre, es tan sólo movimiento perpetuo y sólido. Y si te
descuidas quedas atrapado por el inmanente espesor de su caminar: sujeto y
envuelto en las tripas del mundo.
Si queda algo que esperar de la arquitectura, si queda algo que preguntarle,
si queda algo que vivir, comienza por posponer su atrevimiento, por reducir su
vanidad, por crearse desde otro tempo, por ser; sencillamente, la expresión de
esos momentos de desconocida felicidad.
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