sábado, 19 de mayo de 2012

Tiempos mutables


                                           Tiempos mutables

La arquitectura es tiempo retenido y recorrido. El tiempo estructura los inicios, el transcurso, las incursiones y travesías espaciales. Nunca se detiene sino es para comenzar de nuevo. La arquitectura de Fernando de Retes vuelve a situar el tiempo como valor principal de su arquitectura. El Museo La Conservera expresa esa preocupación. Un tiempo atrapado y libre, detenido y continuo al mismo tiempo. Un tiempo cifrado y explícito, distante y directo. Y entre el tiempo y su paso; un director, el que modera y dirige esos tiempos, el que instaura el orden de paso, el cambio, el tránsito: el umbral.
El umbral organiza los tiempos, su estructura, decide dónde y cuándo comienzan las cosas, en qué momento son líquidas o sólidas y cómo deben expresarse y hacerse lícitas. Ese es su cometido. No intenta igualar, no pretende hacer del espacio arquitectónico una sola cosa, una única unidad temporal, sino al contrario, busca distinguir, singularizar, potenciar los pasos, diferenciar los lugares.
Retes organiza los espacios a través de los umbrales  pero umbrales que marcan el paso y transcurso del tiempo, que en sí mismos son contenedores de sensaciones, lugares preparatorios, espacios intermedios. No son exclusivamente pieles a modo de películas virtuales transparentes que explicitan lo que sucede en el interior de los edificios, evaluando sus virtudes y sus miserias. Aquí la piel, en sus entradas, se extiende como una gruta que irremediablemente hay que cruzar para seguir descubriendo. Sin embargo, en ese intento por descubrir se suceden otros acontecimientos, ya no se encuentran al otro lado del lugar de paso, sino en él mismo. El tiempo ahí moderadamente se interrumpe, adquiere otra densidad, la retina se apaga y el silencio gobierna ahora las leyes del espacio. Es la sombra y no la luz, la penumbra y no la claridad las que deciden acampar en la arquitectura. El acero corten  marca a través de la textura y el color de su material que otro tiempo ha comenzado, que otro tiempo es posible. Y es posible  porque la arquitectura le ha conferido a los márgenes perimetrales y de cerramiento algo más que una piel, acaso un espacio propio, con su particular naturaleza.
El tiempo es también aquí  una huella más que la historia ha dejado. Se trata ahora de que el proyecto ahonde  e investigue en torno a las preexistencias con las que cuenta, que sepa rescatar su legado a fin de potenciar el tiempo histórico en el cual se produjeron. Y por ello, no hay que apagar los recuerdos del contenedor arquitectónico. Su valor está ahí, únicamente hay que volver a escucharlos. El nuevo edificio, por lo tanto, nace directamente del anterior, desde sus arterias y núcleos sanguíneos y se dilata hacia fuera. El espacio, su estructura histórica, cultural y física organizan todo el discurso y es ahí, donde el tiempo reaparece como un organismo vivo que cose el momento histórico pasado con el del presente y el futuro. Sin embargo, las costuras de ese proceso deben quedar explícitas, deben expresar claramente su procedencia, no hay temor por esconderlas por borrar las pisadas de su paso, al contario, deben quedar reflejadas rotundamente en el nuevo edificio. Los detalles y la unión de esos tiempos tampoco tienen porque verse completamente resueltos, acabados, finalizados. Lo importante es que el proyecto fluya desde el inicio, que no caiga en un tiempo estático, que ofrezca siempre cosas.  Los dibujos del autor reflejan esa intención. El color que simula ideas  pero no las concreta, que dibuja formas habitadas pero no las explica, que intenta describir el mundo y la arquitectura pero no desvela sus secretos. Quizás esta idea de “transición proyectual” revela, en parte, todo el largo proceso de gestación desde su inicio hasta el final, un final que nunca terminará produciéndose porque la obra continuará y se alargará en el tiempo. Como su autor, que desde sus desdibujadas formas proyectaba un mundo posible que describirá los circuitos y los campos de acción que, ahora sí, los habitantes descubrirán y harán suyos. Justo en ese momento el tiempo ya no solo será de la historia y su huella, de los bosquejos inconexos sobre papel de su autor, de los espacios y su circulación, de los umbrales, sino fundamentalmente de los habitantes y las personas que practiquen el espacio rememorado, presente y futuro que ahora por fin protagonizan.

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