lunes, 19 de marzo de 2012

Deudas

Mi gran amigo Daniel nos ha contado hace unos días que lleva semanas repasando edificios subido a una grúa, en un estado de “ansiedad” permanente por la responsabilidad de su trabajo. Se trata, por su parte, de evitar sorpresas dramáticas en los días de desfile procesional que se aproximan, donde el alto grado de ocupación de las calles hace que el riesgo de impacto de las piezas sueltas en los cuerpos de los viandantes sea muy elevado. 
Me llamó la atención su profunda sensibilidad al sentir el contacto de sus manos, su piel, con lo que él nombraba ‘la carne muerta’ de la materia. Yendo aún más allá nos comentaba...‘a menudo entiendo que hay alma detrás de la materia’. 
Sentía sobre sí mismo el peso de la culpa, de la suya y la de todos los que de alguna manera se habían visto involucrados en el proceso de decadencia por descuido frente al creciente debilitamiento en el que las estructuras del hombre se encuentran hoy inmersas. Daniel lo siente hoy en sus propias carnes... la carne del mundo le ha tocado y no puede escapar a esta realidad fenomenológica, matérica, háptica... y por todo ello trascendente. 
Estoy de acuerdo, es un estado de abandono que viene de muy atrás, de vínculos que hacen rígido e inoperante el proceso de actualización de la materia; porque cada día resuena más fuerte su grito en el alma de los mortales. Estar ahí debe ser vivir una catarsis permanente, no me cabe la menor duda.
Termina Daniel lanzándonos esta reflexión que deja paso al poema de Miguel Gimeno Castellar sobre Lorca, donde subraya para revelarnos su confrontación, el sentido y sin sentido del hombre. 
‘La diferencia entre una ciudad y una montaña de ladrillos unidos puede que consista en las vivencias y acontecimientos que sostienen el hecho físico de la materia pero si se ignora el recorrido del tiempo, la materia se convierte en nada, en escombro.’





Mi ciudad en el recuerdo:

“En mi memoria mi ciudad perdura
como un cuadro de breves dimensiones:
sus iglesias y viejos caserones
los recuerdos como miniatura.

Despertar el pasado es la aventura
que brindan las más hondas emociones:
Sacar a la luz románticos rincones
Es retornarlos a la esencia pura.
Las próceres ciudades nunca mueren;
sus viejecitas piedras nos sugieren
todo un mundo de amor y de poesía.

Hay que hallarles su íntimo secreto.
Sus ruinas nunca son un esqueleto,
Si no un alma que alienta todavía

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