Han sido los rincones tus lugares de
escapada; en la infancia inspiraron tu autonomía. Desde la carencia inventaste
la alegría, el murmullo apagado. De tu brevedad aprendo a callar cuando
respiras con pocas palabras, de tu silencio escucho el lento caminar de nuestro
padre. No hay lamentos que no se sofoquen con tu abrazo, con tu mirada, aunque
esté perdida en algún momento. De tus momentos saben y aprenden mis manos y oídos.
Sin leer palabras, has leído tantos vientos, tantos cielos, que yo no veo si no
es a través de tus ojos, de tu cuidado aliento. Nunca te vi herir, sino fue con
alivio y caricia. Mordido estoy y me tapas cuando lo necesito. Inventas la luna
cada noche que no la tengo, cada atardecer cuando no llega. De mi mundo son
tuyos los colores, los ríos y las montañas. En tu trazo leve, vivo en refugio y
escapada. Y descanso en tus dibujos, en tus silencios eternos, en tus vueltas
en la cama. Me redescubres cada vez que pierdo la llama, para lanzarla al
aire y renovarla con más fuerza. Qué
puedo hacer para no quererte tanto, para vivir en mi campo sin visitar el tuyo
cada noche. Y el trigo seguirá creciendo, arrojando luz cada vez que llueva,
midiendo mis pasos de pastor, de siervo de la tierra. Tanto ayer como hoy te
espero y sé, que aquellos rincones en los que te escondiste seguirán siempre
siendo también míos.
viernes, 29 de marzo de 2013
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