Si caigo al precipicio tú vendrás conmigo,
sujetarás la caída, el despropósito de mi vuelo. Qué lamentable es que tu
cuerpo viva en el mío, como pájaro sin vuelo, qué lamentable es que dormites en mis sueños como fiera sin guarida. Del guardián no queda nada, porque sólo eres
espejo de mis deseos, de mis huérfanas desidias. Tan despiadado soy que parto
tus rodillas para que no levantes más tus ojos, que no me mires, que no llegues
a mi barbilla; inútil. Colérico estoy, de verte perderte tanto, de asumir el
oxígeno de otros como propio, de vivir helado en la saliva de las gargantas de
tus contertulios. Dónde estás tú? Que has perdido tu voz, atragantándote
bebiendo. Despojado de ira para atacar y rebelarte. Dónde estás tú? Que
enumeras y padeces la epidemia de los otros, los gritas y los persigues.
Estupendo huésped de la carroña, de la antorcha de fuego intermedia, del asedio
divino y narcótico. Dónde estás tú? Que no te veo, que no te oigo, que no sé
quién eres. Da la cara y habla, grita!
Insúltame! Da la cara!...
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