Una historia en tránsito no tiene un principio o un final. Siempre se encuentra en tránsito. Un viaje que no pretende fijarse en su final o en su declive, que solamente se moviliza en una eterna cadencia. Un viaje no esperado, no planificado, no conocido. Tampoco estudiado o fotografiado. Sin la certeza que cercena e interrumpe. Un viaje en coche por los Balcanes, con la cama a cuestas. Una cama que es un dormitorio. Un dormitorio que es una pequeña casa. Una casa con ruedas que es un palimpsesto. Un palimpsesto que es un híbrido de ensoñaciones.
La cama, la casa móvil,
deviene el lugar contemplativo en el que no volverán a repetirse los cielos, el
colorido de sus nubes ni el bañado de sus lluvias. Todo reunido en apenas tres
metros cuadrados, pero en millares de metros de sueños. Porque la casa donde
dormitamos no son tres metros de casa, ni el cobijo circunscrito para que
resida el cuerpo. La casa no es una pertenencia sino un préstamo, como la vida.
La casa no conoce distancia ni tiempo, se desliza infinitamente por el ombligo
del mundo.
Esta está siendo mi casa ahora. La que más anhelaba descubrir y no había descubierto hasta ahora. La casa infinita, sin muros ni muretes. La casa sin entrada, umbral o portón. La casa sin techo definido y con todos los cielos reunidos e intermitentes del mundo. Una casa sin apenas equipaje, sin el pesado andamiaje y atrezo de sus cargas y huellas pasadas.
Definitivamente: una casa sin porvenir…
Pluzine, Montenegro. 19 de septiembre de
2025