El agua es breve, tan breve que aterra. Parece inmensa
pero está llena de abreviaturas. Por mucho que nade, al final, la fatiga
anunciará la caída y el orgullo del nadador no nos salvará. Hay quien a pesar
de los avisos se obstina en olvidar la gravedad. Que se empeña en volatilizar los
aceros, que los mastica como golosinas para morir de indigestión. Algunos se obcecan
en sobrevolar, otros se deciden en anunciar su altura: quieren ser más altos
que todas las escaleras del mundo. El cielo suele ser su propuesta y no importa
que llueva torrencialmente o haga frío. Las grandes escalas, los grandes sueños
y la deseada reverencia. Son cuerpos de muestrario y exhibición, viven en las máscaras
de la velocidad, aplastan con sus voces y golpean con sus caricias. El llamar a
su puerta se convierte en un presagio del dolor, hay que estar muy preparado. Pero
ellos siguen empeñados en la brevedad del agua, en su espesor. Se aferran a su
cultura de dioses y sirenas, no tienen piedad. Son criaturas extrañas de los
largos pasillos universitarios, se mueven en la nocturnidad de las letras y las
palabras. Y no te reciben a solas, casi siempre van escoltados por fusiles,
jerarquías y puñetazos. Les acompañan sus personajes, sus teatros y escenarios:
los únicos espectadores de sus adornadas funciones. Y no necesitan a nadie más, ni creen en piedades
y en la humildad. Ahí se mueven casi siempre, en aguas abreviadas donde flotan
como peces de hormigón en salinas de acero…
viernes, 7 de febrero de 2014
miércoles, 5 de febrero de 2014
A medio fuego
Aburrida, mira esperando la muerte de la primera
palabra.
Si descarrila la aplastará.
Sigue mirando que sea yo quien arranque, la usurpe,
que provoque en sus grietas.
Comienza a extinguirse.
Me vacila,
oprime su garganta y apenas suspira. No puedo sino ofrecerle caricias sin celos
ni sexo.
Nunca la querré…
Pero ella
insiste. Me fusila con llanto de ambulancias.
Es tan vulnerable que todos ya lo saben, hasta su
perro.
Se obliga a doblegarme pero no me alcanza. Ha
tragado tanto asfalto que de su perfume no queda ni el origen frente al espejo.
Ahora espera sola, sin estación ni barrio, sin
piedras a las que agarrarse. He decidido olvidarla, ella suplica.
El adiós ya partió, sin despedidas ni hambre.
Y no hay retorno que me convenza.
Mi mundo dormirá esta noche muy lejos del suyo.
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