Mientras tanto espero, espero a que se
mueva algo junto a mí, sólo un poco. No menosprecio el valor del tiempo entre
espacios, ese tiempo que discurre entre lugares de tiempos de acción. Como si
todo se detuviera, parada eterna, pero diluida. Jamás he visto a los hombres
vivir en los límites verticales del tiempo, casi todos nos movemos en la franja
horizontal, en esa linealidad en la que el cambio y la incertidumbre no están
permitidos. Me muero por volar hacia arriba, en el lugar vertical de lo
transitorio. Y si esa franja de tiempo fuera eterna? Hiciéramos que lo fuese?
Que esa parada abriera una puerta, otra carretera en cuesta que nos condujera a
otro lugar. Al regresar sería todo tal y como lo dejamos. Sería un huir libre,
sin el miedo que implica el huir. Unir ese descanso de siesta hermosa que
aparece en el umbral de un espacio que aparentemente no es nada. De ese vacío
que en realidad guarda todo. Quizás sea difícil naufragar en el pedazo del
tiempo de la calma, allí donde todo se desplaza, como placas tectónicas que se
separan para crear un mundo propio donde dormir y descansar. El lugar, ese
espacio que deja el tiempo, sin embargo, no es suyo, no hay nada que haga que sea algo. Sólo hay una fórmula: mirar
entre bisagras, entre lunas, despertares, sueños…El lugar es, en la medida en
que queremos que sea. Un espacio de aparcamiento, aquél donde depositamos
nuestro coche, también es un lugar para la escritura, para parar ese vértigo
del tiempo que lastima. Como si perdiéramos el lugar entre los pasos que damos,
ralentizar esa idea es, otorgar al espacio por fin su mundo vertical, del
crecimiento hacia arriba, abandonando las sombras, las utopías de las conquistas,
las frustraciones de los premios no premiados, el látigo doloroso. El espacio
vertical que queda entre tiempos de velocidad instaura el mientras tanto, el
lugar de la lentitud de la nada y de todo lo que queremos que sea.
Mientras tanto, afortunadamente, vivimos…