¿Qué queda antes de mí?
Ni sabría explicar si ese yo ya ha llegado a algún
lugar de la materia compartida. Tan sólo sé, que de donde vengo, proviene esta
memoria dulce y amarga. Poseía algo en el pasado que me arrebataron y he
querido dormir con aquél recuerdo durante mucho tiempo. La vida me mira como a
un estúpido al que avisa de su torpeza.
Realmente no queda ya nada antes de mí, soy sólo ahora. Ni siquiera soy nada. Quizás el hecho de proyectarme atrás es el que provoca este infarto dulce, aquella pereza de trabajo presente que todo esclavo de su pasado tiene.
El primer paso que uno da al nacer ya abre la senda de su álbum de fotos, un recorrido rememorado de nostalgias y melancolías. La melancolía hace su aparición en el nacimiento, no se sostiene únicamente en el cuerpo y alma del sujeto, sino que se diluye en todo el muestrario familiar y genealógico. Haber postulado por esa verdad efímera es, en últimas, la responsable de la nostalgia que ahora invade a cada viandante, a cada ser que queriendo ser libre, busca su libertad en el hueco herido de los recuerdos. Si tú no recuerdas, será tu padre, madre o amigos quien lo haga. Soportar aquél estupor del recuerdo es como hacer una ofrenda al fuego para que acompañe nuestra vida dándonos calor.
Realmente no queda ya nada antes de mí, soy sólo ahora. Ni siquiera soy nada. Quizás el hecho de proyectarme atrás es el que provoca este infarto dulce, aquella pereza de trabajo presente que todo esclavo de su pasado tiene.
El primer paso que uno da al nacer ya abre la senda de su álbum de fotos, un recorrido rememorado de nostalgias y melancolías. La melancolía hace su aparición en el nacimiento, no se sostiene únicamente en el cuerpo y alma del sujeto, sino que se diluye en todo el muestrario familiar y genealógico. Haber postulado por esa verdad efímera es, en últimas, la responsable de la nostalgia que ahora invade a cada viandante, a cada ser que queriendo ser libre, busca su libertad en el hueco herido de los recuerdos. Si tú no recuerdas, será tu padre, madre o amigos quien lo haga. Soportar aquél estupor del recuerdo es como hacer una ofrenda al fuego para que acompañe nuestra vida dándonos calor.
De nostalgias vive el hombre y muere el hombre. Por
arrepentirse y quedarse prendado del primer beso o el primer amor. Aquella
autocomplacencia es el mayor efecto que el vértigo regala a nuestras cabezas,
la mayor devastación a la que se somete el sujeto. Un poco de allí y otro poco
de aquél recuerdo, una buena foto marchitada al sol, el perfume, el cariño
recogido en una sábana, la prolongación de una mentira dicha mil veces. Hemos
sido amigos, pronuncia la melancolía, ¿Podremos seguir siéndolo?
Qué buena ofrenda hace la nostalgia en aquél
escenario de incienso y ceniza. Por todos lados divaga a sus anchas, sin campo
ni trigo. Cuando me miro al espejo, veo
aferradas a mi piel todas aquellas bestias de melancolía y nostalgia. Sacan los
dientes, sonríen y lloran como niños a los que no se les da su juguete.
Sin escapar, por no saberlo, el huérfano viento no
sopla ni un ápice, y me envuelve en toda aquella locura virtual de la historia
ya muerta. Sin capítulo de tiempo, sin un capítulo de tu tiempo de hoy, sin tu
instante del ahora, no hay nada.
Por mucho que uno se aferre al rememorar
continuado, por mucho que uno suplique a
la réplica del pasado un “tiempo muerto” para la paz, la misma huella ahogará
el presente.
¿Y qué te
queda entonces?
Lo primero no ser un replicante de la réplica de tu
historia que intentas recuperar en tu cama cada noche que pasa. Por mucho que
ahondes, aquella tierra ya no existe, no es siquiera hedor, ni paja, ni mal
olor:
NADA…
Lo más que puedes hacer es permanecer aquí, girar la
esquina y volver sobre ti. Pero sólo en este hueco de tu instante permanente,
sólo aquí…
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