Amadores del mundo no cedáis!! No cedáis al
empuje de los otros. No os empeñéis en imitarlos. Ya tenemos algo que nos
diferencia. Somos más tontos e insensatos que ninguno. Nos hemos empeñado en
ser felices con un puñado de arroz y hortalizas. Nos hemos empeñado en
disfrutar de cada olor del amanecer, de cada sudor en la carrera de la tarde.
Nos hemos preocupado en tener la ambición de la locura del instante, sin
reproches al pasado y adelantamientos futuros.
¿Qué más da la gloria? ¿Qué más
da llegar lejos? ¿Acaso no es llegar más lejos lo que reconcilia el paso con su
tierra y tiempo? ¿Puede llegarse más lejos que estando aquí? ¿Puede llegarse
más lejos que absorbiendo cada palabra, cada luz, cada segundo del ahora?
¿Es, de nuevo, más oportuno luchar por la
trayectoria, por el acogimiento, por la reverencia y el aplauso? ¿Es más noble
encaminarse, trabajando, a un futuro que ni siquiera se sabe si se vivirá?
Se ha dicho tantas veces, que quizá se peque
de repetitivo, pero al instante le vamos a permitir, sin dudar, que se repita:
que se exprese mil veces o un millón de veces, que sea tan fuerte que no quede
nada fuera que subordine su presencia y audacia. Le vamos a otorgar todo. Desde
nuestra estupidez hasta nuestra envidia. Porque el poder del instante es como
el centrifugado de la mente. Absorbe los golpes y los transforma en caricias. Atrae
a las bestias y las apacigua. Evita enfurecer y aporta toda una dosis de
alegría. Por eso, hoy más que nunca, importa poco qué astuto plan hayan
organizado los que creen haber ganado su puesto firme de funcionario. No hay
despensa emocional más estéril que la que guarda su mercancía para años o
siglos. Todo lo más que eso garantiza es, sin duda, la pudrición y el mal olor.
La mente no puede conservarse en lata, ni puede alimentarse de acumulación o
caducidades. Debe encontrarse en el vuelo, sin pan que masticar ni aceite que
salivar. Cuanto menos acumule, mejor. Y la garantía para una despensa emocional
sana, la pone el instante. Nadie que lo quiera o lo luche, podrá jamás esconder
ni un trozo de jamón. Nadie que suspire por su cuidado, podrá encarcelarlo tras
la vigía y el encubrimiento. Por eso es tan sanador, porque no tiene memoria ni
nos prepara para nada. Sólo es duración interrumpida, desierto de lluvia. El
instante no tiene padre ni madre, es desarraigo, es libertad, es la primera
cueva fértil del hombre: el espacio menos construido, menos excavado, en donde
el cuerpo de la arquitectura es, sencillamente, el cuerpo del hombre…
Celebración de Amo_arquitectura por su 100 cumpleaños y por el aprendizaje acumulado y todo el que queda por hacer.
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