La Ciudad peregrina_
Hemos buscado casi siempre una
imagen de la ciudad acabada, casi relamida. No nos importa si las imágenes
captadas por la retina son verdaderas o falsas, se mueven en las piedras originarias
o el cartónpiedra. Lo importante es que al final encontremos cerradas esas
lecturas, que no quede nada que improvisar o sufrir. Que no se arrime a nuestro
cuerpo nada ajeno; que por incompleto, exige un esfuerzo de reconstrucción que según
nuestro devenir contemporáneo se haría inviable: el hombre necesita casi
siempre un cobijo, que aunque postizo, tienda a garantizar su supervivencia.
Esa supervivencia es casi siempre ocular o retiniana, nada más. No hay espacio
para el olor, el sonido o la caricia del tacto.
La honradez del resto_
La honradez del resto_
Desdibujar la ciudad supone
escuchar las imágenes no acabadas como un desafío, un reto que nos empuja
contra la pared para que gritemos reconociendo nuestra voz, nuestro caminar. La
ciudad no acabará jamás, sus pasos tampoco. Esas capas que Bajtin delimita
dentro de las "reacentuaciones históricas" explican el devenir de la
ciudad, su tiempo inabarcable. Sin embargo, nos resulta más fácil no tener que
masticar nada, ni un ladrillo. Preferimos la sofisticación de la vanidad y su
exhibición incontrolada. No tenemos tiempo para el resto o la ruina, nos
aterra. Porque el miedo reside ahí: en ese espacio improvisado o imprevisible
que el pasaje del resto; su transición sin tiempo, nos transmite. La ciudad
debe completarse, perder si es necesario su tiempo y duración. Congelar
ladrillo a ladrillo es lo que proponen. Pero ese límite insalvable aleja
definitivamente la ciudad de nuestros pies. La termina convirtiendo en ficción
retiniana. Creo, sin embargo, que existe una ciudad elegida donde el resto, la
ruina y lo inacabado adquieren esa honradez milenaria del menhir y el dolmen.
Que es posible mitigar la angustia del control, del terror del pasaje -en su
versión positiva- que al final, provoca la parálisis del movimiento.
Las hojas como inicio_
Ya lo escribía Rikyu, no podemos
obsesionarnos con la recogida continua del resto, de su control o medición. Es
muy improbable que recojamos las hojas caídas en un día o en miles, y muy
posible que muramos de un infarto en el intento. La ciudad seguirá expulsando
sus vísceras, sus estados o estallidos, sus huérfanos de hambre y banqueros sin
alma. Nos quedará renunciar a la higiene como mando y asumir la
"despiadada" elección de lo imprevisible.
Las ventanas del mundo_
No hay deconstrucción más real
que la intelectual. El debate sobre las arquitecturas y las ventanas del mundo
se ha intelectualizado, la ciudad también. Son críticos y popes los que
organizan las editoriales, los que enumeran conceptos e iluminan caminos. Mientras
tanto se olvidan de los rituales cotidianos del Té que Kakuzo Okakura ofrecía
desde sus porcelanas exquisitas. Tras la humildad de las ventanas (imagen
arriba), tras la "inhóspita" puesta a punto proyectual, se esconden
los ejercicios de la primera humildad; la primera de todas!! El retintineo de
las vajillas, el humor y el amor del hogar. No hay casi escritura posible que
acoja toda esa dignidad, y de haberla, se ha escrito en algún sitio al que
todavía no hemos llegado. Sirven mejor los Massimilianos Fuksas con su alardeo
formal junto al Kurá (Mtkvari) y su prestigiosa puesta a
punto bancaria. Me quedaría ahí tomando té sin duda; detrás de la ventana -la
primera del mundo- porque por lo menos quedarían dedos en mis manos con los que
escoger las primeras hojas...
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