Preferiría que no señaléis mi camino. Que evitéis cualquier intento de dirección, de ubicación en el
mundo. Olvidando las tentativas de gobierno, de vigilancia formal. Me quedo y
vivo en los espacios que no tienen dueño, en las arquitecturas sin autor, en
las renuncias de los nombres. Me muevo en los pasajes que aún no se han
inventado y en aquellos que pueden reinventarse. Evito la certeza de la visión, su presencia arrogante. Escapo al desnudo en las llanuras de las cubiertas
de Capri, subiendo sus eternas escaleras, donde duermo y sueño. Y no espero
nada que no sea tan sólo el encuentro con el aire y el cielo, sin palabras. Quiero
enfermar en las terrazas de Paimio cuando me toque, mirando árboles eternos. Los
mismos que vacilan sobre nuestra vulnerabilidad y ríen. Tan silenciosos que no
existe mayor certeza que su silencio. Miraría sin abrir los ojos tanto como
pudiera, esperando sentir más cuerpos y menos imágenes. Y sigo esperando evitar
la certeza. No descubrir nada en mis casas y en las de los otros que no sea más
que nuestras invenciones. Múltiples, orgánicas, inestables. Espero enamorarme
en esas arquitecturas que no saben de amor ni de nada, sólo me esperan. Que
evitan hablarme y callan. Que son sólo los cuerpos derramados de la vida que
pasa, sin más. Espero que me dejen llorar junto a esos enormes muros de
Barragán, sin que nadie señale y evite sacarme en la fotografía. No espero nada
más, nada más que un poco menos de certeza, tan sólo un poco…
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