Yo habito, sin más. Yo respiro, sin más. Yo soy la
ciudad, la arquitectura, nada más. Soy la huella que recorro cada día, donde
piso. Soy el amor que ofrezco, desnudo. Soy cada piedra que ayuda a construir
los muros. Soy su piel y su corazón. Espero que se me entienda, no pretendo
aburrir con más teorías contemporáneas sobre arquitecturas. No busco proponer
un concurso de ideas para fantasías y sueños del futuro. Sólo busco un rincón,
si es posible sincero. Ayer recordaba los cortijos de mi infancia, los lugares
humildes de las tierras donde corría. Recuerdo las casas, su limpieza, sus espacios
llanos, escuetos, directos. Habían pocas palabras en ellos, eran silencios construidos.
Me despejaba pensar que aquellas arquitecturas anónimas eran tan sólo los
lugares del habitar cotidiano. Se habían despojado de todo, pero eran el cuerpo
y el alma del amor. Quizás de allí provengan los inicios del hombre que ahora
somos. Desprovistos de todo, sin nada que nos acompañe. Nada material que
enturbie, que desvíe nuestra atención hacia lo que somos. Yo habito antes que
nada. Cada capa que sumamos no es más que un sucedáneo de la tierra de la que
venimos. Es un souvenir envenenado, lleno de una seducción delicada, cazadora
de hombres. Nos hemos mimado y cuidado mucho en estos años. Hemos pretendido
alejarnos, medir nuestras fuerzas con nuestra realidad. Escapar y acomodarnos,
pelear si es necesario. Y todo por tener un hueco allí donde inconscientemente
ya no habitamos. Son pasajes del futuro mordidos, sutilmente estrangulados. Es
normal que caigamos y lleguemos al enfado, todo está calculado. Pero no hay
nada como alejarse para encontrarse, no hay nada como renunciar para recibirse a
solas, cara a cara, sin intermediarios. Se trata de un encuentro íntimo. Yo
habito por encima de todo, soy habitar, soy ciudad y arquitectura, llanura y
pueblo. Esa es mi grandeza, mi gran orgullo, el estímulo de toda pequeña gran
vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario