En la mañana ha llegado. Ha llegado el desahucio del
alma. Nada físico, toda el alma ha sido expulsada del hogar, sin miramientos,
sin esperas. He volado a golpes desde la ventana, partiendo los vidrios con mi
frente. No han querido escucharme. No han hecho caso a mi memoria, a mi
identidad. Queda ahora un silencio aterrador, el que me separa de mi hogar. Mi
casa era mi alma, mi sueño, mi cobijo de sentimientos. Después de todo lo que ha
sucedido no sé qué hacer. El barrio; junto a mi casa, se hace enorme para mi
cuerpo, tengo pequeñas historias en mi cabeza, demasiado pequeñas que no soy
capaz de cubrirlas con el cielo. No es suficiente. Dicen los poetas y las
ilusiones emocionales que el primer techo del alma es el cielo, pero no lo veo.
Cada día que pasa, desde que me echaron de mi hogar, me siento desnudo, todo es
demasiado grande y yo demasiado pequeño. Y el cielo por mucho que digan, ha
borrado la poesía por el barro helado, el que cae cuando llueve y moja la manta
con la que me tapo. No queda nada, casi nada de calor, y hoy hace mucho frio.
Espero que el barrio decrezca, se haga algo más pequeño.
Espero escuchar las risas de otros y sus sueños y hacerlos míos, pero me cuesta
tanto. Duermo cerca del que era mi hogar y lo siento tan lejos. No veo luces en
las ventanas ni percibo olores, sólo soledad. La soledad es turbia, demasiado
turbia, no tiene piedad. Necesito un rincón, aunque sea un pequeño rincón donde
recogerme y recordar quien era. Eran los espacios donde de pequeño me escondía,
eran los lugares del encuentro con uno mismo. Da igual si hay basura o malos
olores, pero necesito un rincón, el que sea. Esta ciudad es demasiado grande,
no hay hueco para mí. No comprendo que siendo yo tan pequeño y la ciudad tan
grande no vea lugar para mi alma. Han cerrado todo. Todo está enmarcado,
disuelto en imágenes que no me pertenecen. Hay demasiado ronroneo y murmullo de
cosas, pero nadie me habla, ni una palabra. Los escaparates han cercado sus
escaleras, las plazas han borrados sus bancos. No me queda donde dormir, y sin
embargo todo es tan grande. Echo de menos mi hogar, y todas las noches me
acerco para ver si la puerta ha quedado medio entornada. Hay cadenas que la
cierran, el acero me avisa de que ahora ya soy un intruso. Un intruso al que no
le queda casi fuerza para entrometerse, al que las manos le duelen por el frio.
Todo es demasiado grande y yo muy pequeño. Hace no mucho tenía mi hogar, era
dueño de mi alma. Ahora, ya no queda nada.
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