Hoy duele caminar, un poco más que ayer, quizás
menos que mañana. Duele en los tobillos, en las piernas, en las manos. Duele el
olor continuo de la despedida, el amor perdido, la disolución del adiós. Tengo
que reconstruirte, ponerte en otro lugar para evadir las barreas que me
separan. Me levanto con lentitud y te recuerdo, me pesan los párpados, no
pronuncio palabra. El silencio acompaña mi paso; mi caminar dolido. Te veo cada
noche y me llamas, murmuras cosas en mis oídos y el ronroneo se diluye en el
día. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde estás? Escucho tu voz pero no te veo. Espero
hacerlo mañana, poder hablarte, decirte tantas cosas que no te he dicho. Espero
preguntarte por las dudas que me aterran,
que me abraces y que no te despidas; que te quedes. Sigo ahí, esperando,
porque todavía no logro resituarte, sigues en la misma dirección del mapa, en
la misma casa junto a la montaña. Te llamo y no respondes; tan sólo en mis
sueños. ¿Dónde están las flores transparentes, dónde el agua dulce que se bebe?
Las he buscado noche tras noche, demolido por la búsqueda, embrutecido por la
ira de haber perdido su rastro. Todavía queda mucho y aunque llegue siempre
quedará un poco. Por mucho que lo intente y aunque pierda la vida en ello,
siempre quedará un poco. Ese es, quizás, el terrible final. Por muy cerca que me quede de ti, nunca llegaré a
estarlo tanto como lo estuve. Eso creo ahora, mañana no lo sé. Escribo en el
día a día, desde el despojo cotidiano y no espero nada más. Pero sigo buscando,
mañana, pasado, toda la semana, y así seguiré.
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