Aquí me encuentro, herrando escrituras. Desolando el
vacío, empujando betún envenenado sobre los folios. No quieren oír y hablar de
palabras, se muestran insolentes al
recibirlas, se rebelan. Qué ha pasado para que no quieran acoger a las
palabras. Por qué se muestran tan
vanidosas, capricho tras capricho. ¿Sólo la calidad es invitada? ¿Y la
servidumbre? ¿No queda espacio para los honrosos escritores ocasionales, los de la pluma borracha y la consciencia
perdida? Me temo que no hay hendidura donde morder, a no ser que renunciemos a
compartir con la escritura ese espacio de privilegio real que aparece tan sólo
en los rincones que elige para esconderse. Demasiada tarea, la de rastrear su
procedencia y destino, para encima terminar siendo rechazado. ¿Y si no valiera
lo que escribo? Seguro que me mandaría volver al lugar de donde vengo. Aquél de
las noches, de las madrugadas borrachas, de los grillos entrometidos y los
sonidos metaleros. Qué menosprecio. Todo lo que escribo, no llega a los folios
por ese espacio vedado de transición que reaparece una y otra vez, entre mi
cuerpo y el folio. Tan blanco, tan piadoso, tan pulcro en apariencia. No se ha
vestido ni siquiera con ropa interior, y pretende que yo lo haga con alta
costura!! Me tacha de ingenuo y se ríe de mí, está claro que me menosprecia.
Cada palabra bota sobre su superficie y me devuelve el camino que había
comenzado. Se acerca, me mira y salta sobre mis ojos en celo. Y así es cada
día, uno tras otro, devorando las siluetas, muerto de hambre. Creía haber
escrito algo bueno cuando, de repente, el látigo golpea de nuevo, menudo
salvaje. Y es ahí, casi siempre, donde me rindo porque siempre espero que me
abra su habitación, me invite a pasar y charlemos junto al fuego. Entonces
padezco y pierdo, porque incluso, hay enemigos
mimados que no te respetan, te miran desde arriba. Quizás llegue un día
en que toda la servidumbre escrita; la paja de lo cotidiano, pueda subir y
pegarse por fin a su superficie. Será un día de fiesta sentir que su orgullo
herido se muestra algo compasivo. Todas las palabras, ninguna fuera, caerán
unidas por las ramas de los acontecimientos; sin más. No estarán pensadas,
serán pura metralla cotidiana, sin tapujos. Y no te rías de mí escritura, no me
maldigas, no menosprecies mis bocados de tierra y llanura, que aquí estoy, me
he colado, con toda mi servidumbre, casi sin que te enteres. Entro y huyo
para que no me encuentres, ni en la noche ni en el día, tejiendo encuentros de
vida, amor y sueños.
Me quedo y no me voy, tendrás que soportar mi
torpeza, mi vulgaridad. Habrás de aguantarme y respetar que escriba lo que
quiera, desde mis sueños, a lo largo de este hermoso camino, sin esperas…
Me quedo aquí; querida amiga…Herrando escrituras,
herrando mi mundo.
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