Aspiramos a descubrir lo esencial en
el vivir y como consecuencia su correspondencia en el plano físico de la
materia; la arquitectura como soporte destinado a proteger la vida individual,
a elevarla, a prolongarla… a permitir que se exprese de manera espontánea y
fluida, potenciando el crecimiento emancipado y la diversidad en su encuentro
abierto con el medio natural y con quienes habitan sus contornos.
En ningún
caso la arquitectura debiera comprometer el vivir y sí liberarlo de todas las
restricciones posibles.
Somos los
arquitectos los máximos responsables en la anticipación de las condiciones
materiales que canalizan las fuerzas del habitar humano; la civilización pasa
por uno de los periodos de mayor incertidumbre e inestabilidad de todos los
tiempos; las construcciones arquitectónicas han ido perdiendo progresivamente
su carácter de permanencia y atemporalidad; los materiales y las técnicas
constructivas ponen de manifiesto la transitoriedad y la irrelevancia de las
formas, que se han constituido como moneda de cambio; el sistema del libre
mercado se ha apropiado de la obra de arquitectura como objeto de consumo capaz
de rentabilizar la inversión a corto-medio plazo, o ya ni tan siquiera eso.
Finalmente
nos dimos cuenta de que la arquitectura ha de ser algo más que un producto al
servicio de las ʻcapas altasʼ de la sociedad. La arquitectura es la aplicación
de la inteligencia humana al servicio de la Humanidad y son momentos como este
los que demandan la mayor implicación del arquitecto. Ahora que contamos con
datos más precisos, ahora que todos estamos interconectados, ahora que sabemos
que cada una de nuestras acciones repercute en resto del planeta... ¿seremos
capaces de revelar los acuerdos que sirven a una vida más intensa, más
solidaria, más libre o más plena?
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