¿Queda alguien ahí fuera que no haya sido
presa de la incertidumbre? ¿Puede haber un mundo emocional desprendido en algún
lugar de ella? ¿Existe alguna fuerza que ayude a soportar la pérdida o el
desajuste del tiempo?
No sabría responder si existe o no alguna
razón para creer que así es. Pero estoy seguro que un acuerdo de paz con la
incertidumbre es indispensable. Pensar la vida como una situación lineal donde
lo acabado ocupa el primer espacio del caminar es, por definición, un
despropósito. Argüir estrategias que se encaminen a suavizar su poder
destructivo también. La incertidumbre es tan necesaria como la vida misma a la
que se sujeta, y no entender su normal funcionamiento, es lo que realmente
provoca la parálisis.
Es cierto, que hemos venido por algo, que
necesitamos crear un estado de situación en el mundo. Es normal, además, que nos
mostremos dudosos y extenuados cuando las situaciones que irrumpen en nuestra
vida asolan nuestro paso.
¿Pero, qué se puede esperar de los cambios,
los lugares de transición y las paradas de autobús?
No han sido creadas,
precisamente, para consolidar, sino que intentan reformular lo pasado y
provocar una nueva toma de conciencia. Intentar apuntalar los paradigmas a los que
estamos acostumbrados, sólo ayuda en una dirección: la protección del
miedo y la cubrición de nuestra zona de confort. El riesgo real es una
situación que asusta y enmudece, que enfría poderosamente nuestro comportamiento.
La
incertidumbre, en su justa medida, organiza un espacio creativo que es
consustancial a la vida. No existe una sin la otra: se retroalimentan. Lo malo
es que la entendamos como una suerte de aflojamiento y decadencia intelectual.
Que veamos en ella el punto crucial de una previsible derrota; vamos, que la
hagamos fuerte desde los reproches, los miedos y las confusiones. En ese caso
hay que llevar cuidado porque la astucia de la mente suele generar un circo que
desde nuestra falsa interpretación nos puede llevar a la lástima y la caída.
Aceptar la incertidumbre desde el hermanamiento podría apoyar la tesis,
defendida aquí, de que es necesario acceder a un campo más amplio de visión en
donde su naturaleza vive en sana comunión con
nosotros. Si queremos un mundo lineal sólo alcanzaremos la felicidad en
otro mundo u otra vida, pero en ésta, la empresa parece difícil. Así que hay
que combatir y afrontar -como un juego que participa y se recicla- en el jugo
interior de la incertidumbre, en su profundidad, y no tanto en su superficie;
la que afea su realidad y la pervierte, la que suele mentir más que aportar
ninguna verdad. En aquella profundidad, la misma que todos tenemos, reside un
papel que sana y corrige, que recicla y ayuda a avanzar, en la seguridad de que
todo lo que nos pasa, a buen seguro, podrá encontrar la mejor de la soluciones.
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