Grito y pronto llega el desmayo, como cosa
que se huele antes de que suceda, antes de que se muevan los sonidos. Esos ecos aúllan, ya lo anuncian, como una muerte de primavera. Todos
ensimismados en el orgullo de quien hace bien las cosas. Ahí no permiten el
descuido, ni el padecer transitorio. Todo, si se pide, debe ser lineal, nunca
mordido, ni que la sangre salpique, aunque sea sólo un poco. El llanto, por
supuesto, está prohibido. No se quiere oír y hablar de lágrimas que no tienen
dueño, y de tenerlo, al destierro. Qué furia tan grande sienten, ni lástima ni
perdón, sólo furia, quebrando huesos, mordiendo el cuello. Esos son los dueños
de los sueños débiles y amargos, que como tormentas que no cesan irrumpen cada
noche que quieren en la despensa de los sueños. En ese hueco recogido, donde
sólo los últimos olores de embutidos de la infancia se depositan. El cuerpo cae
sin despropósito lamiendo las paredes que lo cercan, cerrando la puerta,
huyendo de la criba y el juicio. Escenario pequeño. Escenario minúsculo donde
acampar, donde dejar caer el miedo…
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